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martes, 13 de junio de 2017

(España) "Era esclava de su cuerpo y su cabello": el etarra Soares Gamboa habla de la Tigresa

Recuerda el ex histórico etarra Juan Manuel Soares Gamboa que el primer choque con su compañera del comando Madrid Idoia López Riaño 'la Tigresa' fue la inicial disconformidad de la terrorista con la decisión de atentar contra 'soldados rasos'. “En el año 86 nos impusimos la consigna de hacer lo que fuera, pero hacer algo. Había que perpetrar el mayor número de atentados, aunque sin apuntar por lo alto (y me refiero a generales cuando digo 'por lo alto'). Eso fue lo que propició el primer encontronazo de Idoia López Riaño con el resto de nuestro comando: llegó a afirmar que ella no había salido de Euskadi para atentar contra guardias civiles, que ella estaba en Madrid 'para matar generales".

Era a mediados de los años ochenta y se estaba armando el que es considerado el comando más sanguinario de la historia de ETA, con otros históricos terroristas en sus filas como De Juana Chaos, Inés del Río o Antonio Troitiño. Este primer desencuentro, desvelado por Soares Gamboa en su libro ‘Agur ETA, el adiós a las armas de un militante histórico’, evidencia la fama de implacable, cruel, sanguinaria y fría que se granjeó durante sus andanzas asesinas la Tigresa, que cuenta con 23 asesinatos en sus colmillos, algunos de ellos los más sangrientos de la banda terrorista.

Su primer enfrentamiento con el comando Madrid: "No he salido de Euskadi para asesinar a guardias civiles; estoy en Madrid para matar generales"

La misma etarra que no dejaba de sacar sus garras en los juicios, con burlas a jueces, loas a ETA o sonrisas a la cara de los familiares de sus víctimas, saldrá a la calle este mismo martes, después de permanecer 23 años en prisión, debido a su conversión en 'gatita'. Su presa ha sido ahora la libertad. Su arrepentimiento y el perdón a las víctimas, que motivó su expulsión de la banda terrorista en 2011, le han rebajado la condena impuesta de más de 2.000 años de cárcel a un total de un año por cada uno de sus asesinatos.

La Tigresa tiene ahora otra cara bien distinta. No es la primera vez que muta, ya que durante su pertenencia a ETA mantenía en ocasiones una actitud que nada tiene que ver con el comportamiento que se asocia a un felino. Estaba la Tigresa chapucera, mala compañera, indisciplinada, indolente, carente de formalidad, más preocupada de su aspecto exterior que de la seguridad, la adoradora de la fiesta, la juerga y los hombres… Según el retrato que elabora quien fuera su compañero de fatigas asesinas. Directamente, Soares Gamboa no la tragaba. “Idoia era ante todo esclava de su cuerpo y de su cabello. No he conocido una militante en ETA más terrenal que esta mujer. ¡Como para ir de socialismos con ella por la vida!”, relataba de forma reveladora en el libro.

El ‘yo’ se anteponía al objetivo conjunto. “Idoia jamás contempló una mínima regla disciplinaria dentro de ETA”, remarcaba Soares Gamboa, para dejar constancia de que su “falta de seguridad” y “su nula formalidad con la organización” pusieron en más de una ocasión en riesgo al comando Madrid. Y lo ilustraba con una anécdota gráfica. El ‘talde’ se movilizó un día para comprobar que el objetivo se mantenía en su ruta habitual y para conocer el terreno y posibles vías de escape. Ya de regreso en el piso franco, todos habían visto al objetivo menos la Tigresa, que en el momento de su paso “se hallaba mirando un escaparate de ropa femenina”. “Idoia nunca fue capaz de respetar una sola regla de seguridad en ningún sitio”, incidía en su denuncia, harto de que sus "muestras de cansancio y dejadez truncaran la actividad del comando".

La 'princesa' realzaba sus ojos azules con unos atractivos peinados voluminosos y una vestimenta que entendía acorde a sus características físicas

El exetarra, que en 1995 decidió salir de ETA y entregarse a la Justicia española, no dudaba en calificar de forma despectiva de “princesa” o “reina” a Idoia López Riaño por “sus aspiraciones al trono” y por su continua preocupación por su imagen exterior, que anteponía a las “mínimas normas de seguridad”. Porque ella "realzaba" sus “espectaculares” ojos azules con “unos atractivos peinados voluminosos y una vestimenta que entendía acorde con sus características físicas” a pesar de ser alertada de que “así no podría moverse en Madrid porque llamaría la atención hasta cuando se sonara la nariz”. “Costó 20 días de deliberaciones, 1.000 francos franceses para unas lentes de contacto marrones e innumerables reuniones para convencerla de que debería alterar su apariencia física; debíamos pasar desapercibidos”, señalaba. “Cuando se va con la Tigresa no se viaja solo con ella sino con sus 500 formas y maneras de llamar la atención". Lo dice quien fue desterrado por la dirección de ETA a Argelia junto a la Tigresa tras ser identificados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. “Las desgracias nunca llegan solas”, protestaba por este exilio conjunto.

En este destierro también había que pasar desapercibidos. Para ello, los diversos miembros de ETA acogidos en este país montaron un plan de seguridad que la Tigresa se saltaba de forma habitual. “Cada vez que Idoia salía de casa con su chupa de cuero, sus ceñidos pantalones y sus treinta mil maneras de llamar la atención, arrastraba tras de sí a cerca de veinte argelinos cuya principal preocupación era reivindicar su poderío sexual, sobre todo con las europeas... ¡Así era ella, todo un prodigio de clandestinidad!”, exponía en el libro el exetarra, que no ocultaba su animadversión hacia su compañera de armas. “Nuestra reina (…) no sé cómo lo conseguía, pero después de cada tormenta que se originaba por su falta de seguridad y nula formalidad con la organización, hacía que pareciera que los culpables éramos los demás”, protestaba.

No sé cómo lo conseguía, pero después de cada tormenta que se originaba por su falta de seguridad y nula formalidad con la organización, hacía que pareciera que los culpables éramos los demás

Soares Gamboa detallaba algunas de las “numerosas” actitudes de la Tigresa que ponían en riesgo no solo al comando sino “a toda la infraestructura” por su dejadez y su insensato carácter. Así, por ejemplo, en una actuación en la que intervenían ambos, se dejó la pistola en casa (“¿Qué quieres que le haga? Se me ha olvidado y punto”, respondió a sus reproches). En otra ocasión, estuvo a punto de arruinar una operación por la alerta de un posible embarazo que no fue tal. Pero dentro de todos los "errores" en su conducta, Soares Gamboa tiene grabado a fuego en la memoria el atentado que costó la vida al comandante Ricardo Sáenz de Inestrillas, al teniente coronel Carlos Vesteiro y al soldado conductor Francisco Casillas, cuando su compañera incumplió todas las órdenes de no intervenir en caso de no ser necesario. Quien debía apretar el gatillo de la metralleta era él, pero la Tigresa, por su “histerismo” y su incapacidad para “soportar la tensión de los segundos de espera”, comenzó a disparar “indiscriminadamente”, estando a punto de “dejar todo el cargador en el cuerpo" de quien se dirigía a acometer el asesinato. "Asumió responsabilidades ajenas en el último segundo y a poco me cuesta la vida", criticaba. Incluso, la etarra perdió un zapato en su huida, que fue recogido por Soares Gamboa para no dejar pistas que condujeran a la desarticulación del comando. “A ella no le preocupaba absolutamente nada”, señalaba en el libro, publicado en 1997 con la firma del periodista Matías Antolín, que reconstruyó la vida del exetarra arrepentido a través de sus palabras.

Estas y otras peripecias protagonizadas por la Tigresa llevaron al resto de integrantes del comando una vez abandonado Madrid y refugiados en Iparralde a decidir que “si ella quería regresar a Madrid, lo haría… pero sola”, ya que “ninguno de nosotros quería acompañarla”. El comando Madrid, pese a ser el “más certero y letal que nunca tuvo ETA”, siempre fue un “problema” dentro de la banda terrorista, según señalaba Soares Gamboa, que achacaba esta circunstancia al “excesivo nivel de conflictividad” que existía en su seno: “Tal vez existía un desmesurado afán de protagonismo entre los componentes”. Es más, según constataba, nunca se ha producido “tal cúmulo de contrariedades” en el funcionamiento de un comando de ETA, ya que, si bien se protagonizó a mediados de los ochenta “un rosario de atentados precisos de cara a la galería”, todo fue “un desastre organizativo en el funcionamiento interno desde el comienzo, ya en Iparralde”.

Más allá de su particular personalidad, Soares Gamboa enmarca la actuación de la Tigresa en el "afán" que tenían las mujeres etarras "por demostrar más que ninguno", y que hacía que "a veces invadieran parcelas de actuación que no estaban previamente estudiadas, provocando muchos problemas". Esta necesidad de ir más allá deparaba "situaciones a veces grotescas en las cuales la mujer empleaba un vocabulario de carretero, con expresiones altisonantes, palabrotas brotando ininterrumpidamente de su boca, mientras se definía más radical que nadie, lo que significaba que estaba dispuesta al mayor número de atrocidades, que demostraría su compromiso y su fortaleza". Pero en la práctica, según exponía, "la cosa era muy diferente y el reto no cristalizaba como en lo teórico".

El comando Madrid siempre fue un problema dentro de ETA: tal vez existía un desmesurado afán de protagonismo entre los componentes

Pero la Tigresa llevaba al terreno práctico su crueldad. Las indisciplinas y el carácter díscolo que retrata Soares Gamboa contrastaban con la firmeza de sus convicciones, su poderosa arma. No dudaba si había que apretar el gatillo contra el 'enemigo'. Idoia ingresó en ETA recién cumplida la mayoría de edad, primero secundando boicots y sabotajes de intereses franceses en España y después con delitos de sangre. Su "aceptable historial de atentados" le otorgó una plaza en el 'comando Madrid por orden de la dirección etarra en sustitución de Belén González, a quien excluyeron por “ineficaz e incompetencia manifiesta”. Ya era la Tigresa dentro del mundo etarra, por sus armas físicas y asesinas, aunque la policía la llamaba Margarita por ser el nombre que le correspondió en el primer carné de identidad falsificado que le entregó el etarra Santi Potros en Iparralde. No fue su único nombre. Durante su exilio en Argelia, eligió como nombre de guerra Tania, la mujer que acompañó a Ernesto ‘Che’ Guevara en sus últimos tiempos en la selva de Bolivia.

Soares Gamboa, arrepentido de sus acciones, asume sus 29 muertos. La Tigresa, la última de ese sangriento comando Madrid que permanecía entre rejas, solo ha reconocido dos asesinatos: el de un traficante de drogas y el de un miembro de los GAL. Soares Gamboa salió de ETA mientras estaba en la República Dominicana para entregarse a la Justicia española, con la que ha colaborado (apuntó a su antiguo jefe Santi Potros como la persona que dio la orden al comando Madrid de atentar contra el entonces fiscal general del Estado, Luis Antonio Burón Barba, lo que contribuyó a la vuelta a la cárcel del dirigente etarra en 2015). La Tigresa se convirtió en ‘gatita’ entre rejas tras ser detenida en Francia en 1994 y nunca ha colaborado con la Justicia para esclarecer algunos de los más de 300 asesinatos que siguen pendientes de autoría.

“Las muertes de este comando me duelen en lo más profundo del alma, y aún más por no haber podido hacer nada por evitarlas”, afirmó López Riaño en un texto remitido al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, que le ha concedido varios permisos penitenciarios en base a este arrepentimiento. La Tigresa se desmarcó de ETA en 2010 al acogerse a la denominada ‘vía Nanclares’ para etarras arrepentidos, que también ha abrazado Joseba Urrusolo Sistiaga, su compañero en el comando Ekaitz, que operó a principios de los noventa. "Asumo total y absolutamente mi actividad delictiva en el seno de ETA, así como mi responsabilidad por la actividad de dicha organización al haber pertenecido a ella", dijo López Riaño en un escrito a la Audiencia Nacional en 2015. La Tigresa abandona la cárcel alavesa de Zaballa este martes por buen comportamiento y los descuentos que establece la ley entre la denuncia de los familiares de sus víctimas, que no tragan con este arrepentimiento y con tan corta condena. Los "errores" que le reprochaba Soares Gamboa durante su estancia en el comando Madrid se han convertido ahora en aciertos desde la cárcel, ya que la Tigresa ha logrado la ansiada presa de la libertad.

FUENTE: José Mari Alonso - http://www.elconfidencial.com

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