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viernes, 22 de diciembre de 2017

(España) Todo se ha complicado (+Opinión)

Por: Joan Tapia - Creo recordar que Artur Mas visitó a Rajoy en el 2012, poco después de que formara gobierno y cuando todavía eran amigos -casi socios- y el presidente le confesó ante las cámaras de televisión: “Aquí estamos…en el lío”. Se refería al ahogo que la crisis de la deuda estaba causando a la economía española y que acabó obligando al rescate bancario.
De aquel lío, Rajoy salió bien. Manteniendo cierta calma, tomando algunas decisiones acertadas -todavía hoy muy criticadas- y con la ayuda de la política contracíclica de Mario Draghi en el Banco Central Europeo. Y su capital político debe mucho a haber salido de aquel lío y a que la economía española haya vuelto a crear puestos de trabajo. Rajoy -prudente- confió en dos políticos a los que dividió el poder: Cristóbal Montoro, con experiencia en cuadrar presupuestos como sea, y Luis de Guindos, que sabe más macroeconomía y que ha ido aprendiendo la asignatura de Bruselas.

Ayer el lío catalán se le complicó mucho a Rajoy. Hay muchas responsabilidades en la crisis catalana. Mas se equivocó cuando a finales del 2012 -asustado por la pérdida de popularidad que provocaba su política de recortes- puso rumbo a la independencia e intentó cabalgar el nacionalpopulismo. Rajoy se ha equivocado bastante. Cuando la campaña descarnada contra el Estatut del 2006 y luego al no poner gente competente (Montoro o Guindos) para la asignatura catalana. Creyó que con coroneles disciplinados -Alicia Sánchez Camacho y García Albiol- era suficiente. ¿Por qué? Solo al final, en pleno incendio, envió de bombera a Soraya Sáenz de Santamaría.

Y la indigestión independentista del gobierno catalán acabó obligando a recurrir al artículo 155. Lo hizo con prudencia. Convocando elecciones para 55 días después, el mínimo tiempo legal requerido.

Pero pese a los graves errores del independentismo -independencia fallida, nulo reconocimiento internacional, temor de los agentes económicos a la inseguridad jurídica y a quedarse fuera de Europa-, el resultado de las elecciones no ha sido el esperado.

El independentismo ha bajado solo unas décimas de voto (sigue en el 47%) y aunque ha perdidos dos diputados conserva 70, dos más que la mayoría absoluta. Es cierto que el independentismo ya sabe que saltarse la Constitución tiene un alto precio y no es admitido por Europa. Pero el mantenimiento de la mayoría absoluta le puede permitir formar gobierno lo que no solo no contribuirá a la estabilidad política y económica de Cataluña sino que puede afectar a la de España. Complicará, por ejemplo, el imprescindible voto del PNV a los presupuestos del 2018. Y sin presupuestos la legislatura se le enreda a Rajoy y la mirada de los mercados sobre España (por descontado sobre Cataluña) puede ser de mayor recelo. El lío catalán puede acabar teniendo más costes para Rajoy que el de la crisis económica mundial.

El problema no es solo que el secesionismo -aunque tocado- conserve la mayoría sino que la lista Puigdemont haya ganado a ERC. Los republicanos no hubieran sido plato de gusto para Rajoy pero son un partido estructurado que podía abrir un camino negociador. Puigdemont es una gran incógnita. Ha sido impulsado o tolerado, no sin recelos, por Artur Mas y el PDeCAT. Pero tras su victoria nadie le va a poder domesticar y no se sabe qué rumbo seguirá. En el fondo ha ganado en el electorado independentista porque desde Bruselas y haciendo el máximo ruido contra España -el magistrado Llaneras del Supremo tuvo que retirar la orden de detención internacional que había lanzado la juez Carmen Lamelas- y repitiendo que España no es una democracia verdadera ha sabido conectar con el sentimiento de agravio y de protesta contra las estructuras del Estado español de parte del electorado.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? En parte porque un pacto de sentimientos nacionales no es fácil y el nacionalismo tiende a ser excluyente. Ya dijo José Ortega y Gasset que lo máximo a lo que se podía aspirar era a la “conllevancia”. En parte también -y quizás es más relevante- porque una parte de la derecha española (y no sólo de la derecha) es reacia a admitir que Cataluña -como el País Vasco- no es lo mismo que Cantabria o Castilla-León. No es que sea más o menos, es que es otra cosa. Por la lengua, claro. Y por más cosas. Hace unos años (antes de Pablo Iglesias y Albert Rivera), si Genova y Ferraz pactaban algo lo podían hace aprobar por todos los parlamentos autonómicos en los que el uno o el otro tenían amplia mayoría. Excepto en el parlamento vasco y en el catalán donde nunca ha habido una mayoría del PP ni del PSOE ni del PP-PSOE juntos. Comprendo que esto pueda chocar. En Francia, o Alemania, o incluso Italia no pasa. Pero es así y negarse a verlo no elimina el problema.

Es cierto que Rajoy ha aplicado con prudencia el 155. Pero también que todas las encuestas decían que el 155 no era bien visto. Y en Cataluña se ha confundido con la prisión sin fianza para los 'exconsellers' que el electorado catalán consideraba injusta. Y que muchos -más que el 47% que ayer votó independentista- afirmaban que eran presos políticos. La Justicia se basa en las leyes. Pero cuando destacados políticos y medios de comunicación insisten en tratar a Artur Mas o a Oriol Junqueras como “golpistas” equiparables a Tejero o Milans del Bosch están contribuyendo al sentimiento de agravio de una parte de Cataluña.

El lío se ha enredado porque será embarazo -y como mínimo media Cataluña no lo entenderá- que el político que tenga la mayoría del parlamento catalán a su favor no pueda ser elegido 'president' porque no puede entrar en España. Y porque Puigdemont ha demostrado saber llamar la atención y utilizar el tuit y las frases hirientes y efectistas, aunque carezcan de equilibrio (sin que quiera decir que tiene algo de Trump). Qué hacer con Puigdemont, es hoy para España algo que supera un problema penal.

El conflicto se ha enredado porque media Cataluña (el 47% del 2015 y el 2017) tiene tendencia a creer que representa a toda Cataluña y, gracias a la ley electoral española que prima en diputados a las provincias menos pobladas, obtiene más del 51% de los diputados.

El independentismo está satisfecho porque conserva la mayoría absoluta y porque si Junts per Catalunya y ERC van juntos tendrán 66 diputados (4 más que en el 2015 que le quitan a las CUP) y podrán ganar votaciones solo con la abstención de los anticapitalistas (no necesitarán el voto a favor) ya que tienen un diputado mas que los 65 que es la suma de los constitucionalistas y de los comunes.

El independentismo ha salvado los muebles, pero se equivocará si cree o intenta hacer creer que tiene detrás a la sociedad catalana. Ayer revalidó su mayoría pero el primer partido catalán es Ciudadanos. Un partido que nació, contra lo que consideraba el exceso de catalanismo de Maragall, con tres diputados, que luego saltó a 9 y en el 2015 -con el independentismo desencadenado- a 25. Y ayer a 37. Que Cs sea el primer partido catalán es algo que confirma la partición progresiva de Cataluña en dos mitades. Un peligro que nadie que aspire a gobernar debe minusvalorar. Parece que el radicalismo independentista está generando una polarización de la sociedad que se puede complicar.

Ayer Inés Arrimadas celebró legítimamente su victoria pero dijo algo que no es ni exacto ni positivo. Dijo que por primera vez un partido constitucionalista ganaba las elecciones catalanas. Cuando la CDC de Pujol y Miquel Roca -padre de la Constitución- ganaba las elecciones, lo hacía un partido catalanista y constitucionalista. Al igual que cuando -en votos aunque no en diputados como ahora Arrimadas- ganó el PSC de Pasqual Maragall. Aunque se puedan tener reparos, ignorar el carácter constitucionalista del catalanismo democrático no es lo mas conveniente.

Pero no es sólo la victoria de Arrimadas lo que debería hacer que el independentismo repensara su visión de Catalunya. Conservan su mayoría pero bajan de 72 a 70 diputados mientras que los constitucionalistas pasan de 52 a 57. Un avance de 5 diputados que se debe a que los 12 que gana Cs y el que gana el PSC se ven disminuidos por los 8 que pierde el PP. Ese puede ser otro problema de Rajoy en las próximas semanas y meses.

Por otra parte la elección de presidente será complicada y para hacer válida su mayoría los secesionistas necesitarán que dimitan los cuatro diputados que acompañan a Puigdemont en Bruselas para que corra la lista. Y falta ver lo que finalmente hará Puigdemont. Ayer ERC dijo que estaba dispuesta a votarle porque ha tenido más votos pero que lo esperaban en Barcelona. ¿Volverá?

FUENTE: Columna de Opinión "Confidencias Catalanas" - Joan Tapia - https://blogs.elconfidencial.com - (PULSE AQUÍ)

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