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viernes, 6 de abril de 2018

(México) Asesinada venezolana Graciela Cifuentes y su hija

Graciela Cifuentes quería vivir en esa casa. La que construyó su madre, que tantos años le había costado levantar a ella sola, después de separarse de su marido y regresar de Venezuela con tres pequeños bajo los brazos. Una imponente casona con vistas al bosque, alejada de la capital. “Con los vicios de la ciudad y los vicios del pueblo”, como describe un familiar. Ahí tembló la tierra tanto como en la llanura del centro de Ciudad de México el pasado 19 de septiembre. Se abrieron grietas tan profundas que tuvieron que apuntalar media propiedad para que no se desmoronara como un acordeón. “Ella decía que de esta casa la sacaban con los pies por delante”, añade muy serio su expareja. Y así fue. Pero mucho antes de lo esperado.
En la mitad del edificio resistían al peligro de derrumbe Graciela y su hija Sol, de 22 años. Rodeadas de andamios temporales de madera y de hierro. Se habían quedado sin estudio, sin salón, sin comedor y sin la habitación de su hija, pero tenían dos habitaciones más y la cocina. Grace, como le llaman en su familia, era catedrática y profesora de fotografía en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Sol estaba a menos de un año para licenciarse como arquitecta. Cuando Graciela no iba a dar clase, daba cursos de chef o de fotografía gastronómica en aquella finca de más de 1.000 metros cuadrados.


Este martes, colgados de un armario calcinado han quedado intactos dos pequeños patines de hielo. Indiferentes al caos que se vive a su alrededor, salpicado de cristales rotos, plásticos derretidos, jarrones hechos añicos, madera calcinada. Aquellas botitas blancas recuerdan que en ese mismo lugar, ahora negro, hasta hace no mucho vivió una familia. Al remover los escombros, asoman otros zapatos sueltos, alguna chaqueta, unos paraguas, fotografías antiguas. Y cientos de libros destrozados, pues la madre de Grace había hecho su fortuna con una de las pocas librerías especializadas que existían en la capital. La casa ahora huele a libro antiguo quemado.

No hablaban con los vecinos, o al menos eso aseguran algunos de ellos: “Sólo hola y adiós. Lo mínimo”, insisten. En México, a pocos metros de la escena de un crimen, nadie conoce a nadie, nadie escuchó nada, no ponga mi nombre, que tenga buena tarde, cerrojo, adiós. En un país donde la impunidad se pasea por la puerta de cada uno, pocos se atreven a denunciar lo que ocurrió. El miedo provoca la amnesia, el silencio. Es difícil imaginar que en esa zona remota y tranquila nadie haya escuchado los gritos desesperados de una madre y de su hija, apuñaladas, estranguladas y golpeadas hasta la muerte. Quemadas después en sus habitaciones, para borrar todo rastro. El vecino más cercano cuenta que llamó a los servicios de emergencia cuando las llamas ponían en peligro su vivienda. Cuando llegaron los bomberos encontraron los dos cadáveres, el de Sol prácticamente consumido por el fuego.

Poco se sabe oficialmente sobre lo que ocurrió aquella noche del pasado 15 de marzo. Las autoridades sospechan que Sol y Graciela se encontraban solas en aquella casa y alguien entró con el propósito de acabar con su vida, porque aunque en un principio investigaron que se había podido tratar de un robo, después lo descartaron, había mucha saña. El responsable o los responsables de aquel crimen salieron de la propiedad a bordo del Toyota Yaris de Graciela, cruzando a su salida un puesto de seguridad privada, donde un vigilante tuvo que abrirles el paso. Él tampoco vio nada extraño, según alegó en su declaración. Más de tres semanas después, no han localizado el vehículo, ya que ninguna cámara funcionaba. Las del sistema de policía local, ubicadas en calles cercanas, todavía no han sido revisadas. Tampoco hay ningún detenido.

El caso ha saltado a la luz pública semanas después porque los familiares decidieron difundir este fin de semana en las redes sociales un vídeo con los restos de aquella macabra escena del crimen. Si no hubiera sido así, ellos sospechan que el asesinato de Graciela y Sol seguiría enterrado entre aquellos escombros calcinados. En México matan al día a más de 7 mujeres y sólo el 10% de los casos ha recibido una sentencia condenatoria, según el último informe de la ONU. El último año registrado, 2016, presentó las cifras de feminicidios más altas en dos décadas, 2.813.

Entre los posibles sospechosos de esta tragedia —según cuentan los familiares que han tenido acceso a la carpeta de investigación— se encuentra un exnovio de Sol, un albañil que había podido tener algún enfrentamiento con la dueña por su trabajo de reconstrucción de la casa y la expareja de Graciela. Ellos se habían separado unos cinco meses antes del asesinato y estuvieron juntos 15 años, desde que Sol era solo una niña.

FUENTE: Con información de El País - https://noticiaaldia.com - Agencias

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