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viernes, 13 de julio de 2018

(España) Con el Rey o contra el Rey (+Opinión)

Por: Ignacio Varela - Imaginen que Theresa May recibe oficialmente en Downing Street a Nicola Sturgeon, primera ministra de Escocia y líder del partido nacionalista que gobierna en ese territorio. En el curso de la conversación, Sturgeon se permite 'invitar' a May a que visite Escocia, como si fuera una mandataria extranjera, y a continuación le advierte de que esa invitación no es extensiva a la reina Isabel, que no será bien recibida en ningún acto organizado por su Gobierno autónomo.

No es difícil suponer cómo sería la reacción inmediata de la 'premier' británica. Además de recordar a la insolente que ni la reina ni ella necesitan una invitación para visitar cualquier parte del territorio nacional, rechazaría de plano el veto a la reina. Incluso es verosímil, conociendo a los británicos, que la entrevista terminara en ese instante.

Tampoco es difícil suponer que de forma muy parecida habría reaccionado cualquiera de los presidentes de nuestra democracia, desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy. El planteamiento es simplemente inaceptable en términos institucionales, además de ofensivo en lo personal. Si el presidente del Gobierno no está obligado a defender al jefe del Estado, ¿quién lo está?

No es el primer silencio cósmico de Pedro Sánchez ante reiteradas provocaciones y ofensas al Rey realizadas en su presencia, siempre por la misma persona: el presidente vicario de la Generalitat de Cataluña. No son meras descortesías o desahogos sectarios de Torra, sus calculados desplantes tienen un designio político y forman parte de un plan. Por eso, el hecho de que el presidente se haga el sueco no es solo negligente protocolariamente, sino políticamente grave.

Los separatistas (y antes que ellos, Pablo Iglesias) saben lo que hacen tomando al Rey como blanco de sus ataques. Interpretaron bien lo que sucedió el 3 de octubre: ante una insurrección institucional y un movimiento prerrevolucionario en la calle, con un Gobierno desbordado y en una situación que amenazaba colapso, fue Felipe VI quien puso en marcha la reacción del Estado que frenó el golpe. Con ello no hizo sino cumplir la Constitución y el juramento que prestó al tomar posesión de su cargo. Pero aquel día quedó señalado como el obstáculo principal que encontraron los sublevados para alcanzar un triunfo que, por un momento, creyeron tener en la punta de los dedos.

Entonces decidieron que la próxima vez que intenten pasar por encima de la Constitución no será el Rey de España quien se lo impida. Lo que exige someter a la persona y a la institución a una operación intensa y sostenida de desgaste y descrédito. Para ello cuentan con la colaboración activa de Podemos y, ¡ay!, con la tolerancia pasivo-dependendiente de Sánchez y su Gobierno.

En esta etapa histórica, la institución monárquica se ha sostenido en España sobre una adhesión más utilitaria que afectiva. La sociedad no ha percibido que la Jefatura del Estado fuera un problema para la democracia ni para el desarrollo del país. Por el contrario, en varias ocasiones cruciales (la más trascendente, pero no la única, el 23 de febrero de 1981) se ha mostrado providencialmente útil, cubriendo, sin traspasar los límites de su función constitucional, las insuficiencias de los gobiernos de turno. Algo especialmente claro en la imagen exterior de España, pero también en lo que tiene que ver, por ejemplo, con la armonía entre territorios, el apoyo a la cultura o las causas solidarias.

Está claro lo que hay tras esta campaña contra el Rey: en plena desinflamación, se trata de hacer sentir a una parte de la sociedad española que el jefe del Estado es un obstáculo para la solución del problema de Cataluña. El Rey como problema, este es el mensaje que el independentismo catalán trata de vender a los sectores más delicuescentes del progresismo español (los mismos que el 3 de octubre, con el Estado a punto de irse a pique, se lamentaban de que el Rey no se mostrara equidistante entre la Constitución y los golpistas).

Felipe VI no solo no se equivocó en su discurso, sino que aquella noche prestó un servicio a la democracia española que, la historia lo reconocerá, no está por debajo del que prestó su padre 36 años atrás. Hoy su ejercicio inteligente de la Jefatura del Estado sigue siendo una garantía de estabilidad más tranquilizadora para muchos que la que proporcionan unos partidos políticos que llevan tres años —y lo que queda— sin ser capaces de dar al país un Gobierno que merezca ese nombre.

El independentismo endulza los oídos de Sánchez, lo sostiene con sus votos y le trae presentes de ratafía para que les vaya amueblando el piso con el dinero de todos. A cambio, le permiten seguir presentándose como artífice del apaciguamiento, campeón del diálogo y contrafigura positiva del detestado Rajoy. El interesado, faltaría más, se deja querer siempre que los de Torra no vuelvan a traspasar groseramente la raya de la Constitución y del Código Penal.

Los independentistas tienen fuerza para gobernar en Cataluña, pero no para romper con España. El Estado democrático puede frenar la secesión, pero no sacar a los separatistas del poder. Mientras esto sea así, quizá tenga razón Enric Juliana cuando escribe que “la cuestión catalana no tiene arreglo, pero solo desde una sincera aceptación de que no tiene solución se puede empezar a arreglar algo”. Eso excluye levantar expectativas que se saben falsas.

Está bien favorecer una desescalada en la intensidad de un conflicto que ha llegado a ser socialmente insoportable, en Cataluña y en toda España. Es posible que la razón política aconseje establecer un cese temporal de hostilidades y que ello conlleve concesiones. Pero lo mínimo que debería exigirse a cambio es reciprocidad.

Por mucho que le sirva de burladero temporal, el presidente del Gobierno de España no puede contemplar pasivamente cómo se pretende presentar al jefe del Estado como el problema que obstaculiza la solución política del conflicto catalán. No solo porque es falso y desleal, sino porque es suicida. Quién sabe si algún día este Gobierno necesitará que este Rey lo saque de algún atolladero, con la autoridad moral que se ha ganado pero que algunos socavan en el mismísimo despacho de La Moncloa, ante la sonrisa dialogante del nuevo inquilino.

FUENTE: Artículo de Opinión - Ignacio Varela - https://blogs.elconfidencial.com - (PULSE AQUÍ)

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