Ellas dictaban palabra a palabra, como un testamento; explicaban la tragedia de vivir. Todas las cartas empezaban con la misma fórmula: “Querido marido, me alegro de que al recibo de esta mi carta te encuentres bien de salud. Nosotros por aquí bien, gracias a Dios”. Los párrafos que seguían eran la crónica de la miseria. Las carencias, las enfermedades, las muertes. Aquel adolescente tomaba nota de ese estremecimiento doméstico; luego les leía el contenido, ellas quedaban conforme y debajo de mis letras hacían un garabato que garantizaba la autoría. Eso que se decía allí lo había escrito la mujer, pero con otras manos. (PULSE AQUÍ PARA VER MÁS)
FUENTE: Artículo de Opinión - Juan Cruz - https://elpais.com - (PULSE AQUÍ)