Entre hectáreas de vegetación y playas blancas, inmersos en una soledad que protege de cualquier rumor, el ruido del tráfico o las reuniones, la isla privada, más que un sueño, es una irresistible fantasía: un lugar de la mente donde se hace trabajar a la imaginación.
Pero vivir en una isla no es una quimera. Es una selecta posibilidad para reinventar el mundo cada mañana. La insularidad nos hace evadirnos de nosotros mismos, y se transforma en algo tangible y maravilloso. De mortales actores de lo efímero pasamos a ser reyes de un imperio cuyos lindes de arena encierran el paraíso.(PULSE AQUÍ PARA VER MÁS)
FUENTE: Con información de MARTÍN ULLOA - https://www.gentleman.elconfidencial.com - (PULSE AQUÍ)