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lunes, 6 de agosto de 2018

La historia de la vuelta al mundo de Howard Hughes en 1938

Howard Hughes, como por un compromiso poético del azar, murió el 5 de abril de 1976 a bordo de un avión. Lo hizo en plena ruta de Acapulco a Houston después de haber pasado años alejado de los medios de comunicación y apenas sin contacto humano aparte del de sus asistentes. Estaba tan esquelético y desnutrido por el exceso de fármacos —se enganchó a la codeína, la fenacetina y al diazepam— y el defecto de alimentos —había decidido matarse de inanición—, que sus ayudantes se arriesgaron a embarcarlo en un vuelo para buscar ayuda médica en un hospital estadounidense. Según la biografía escrita por el periodista de investigación Donald L. Barlett en 1979, 'Howard Hughes: su vida y locura'Tenía los dientes podridos, Hughes tenía anemia, un tumor cerebral, una úlcera péptica y neumonía. Los dientes se le estaban pudriendo y estaba permanentemente estreñido. Y le había dado por almacenar su orina en frascos de cristal. "Insistía mucho en el aislamiento, usando pañuelos y toallas de papel que lo protegían de los gérmenes. Ahora exigía también que se conservase su orina. Después de hacer pis en una botella, le ponían una tapa y la colocaban en una estantería junto a docenas de otras muestras".

Antes de acabar sus días haciendo pis en botes, Hughes había sido uno de los magnates más importantes de Hollywood y un mecenas e ingeniero aeroespacial que había roto barreras en la historia de la aeronáutica. "Ningún individuo había tenido tanto impacto en la aviación comercial en Estados Unidos como Howard R. Hughes", concedió 'The New York Times' en su obituario. Con apenas 18 años había heredado alrededor de un millón de dólares de entonces —hablamos de los años 20— y la dirección de The Hughes Tool Company, que controlaba las patentes de la tecnología de prospección petrolera. Cuando murió, dejó en herencia unos 900 millones de euros. Como os panes y los peces.

A diferencia de ahora —a no ser que seas Elon Musk— el sistema financiero de la América pre-crack permitía a los millonarios más extravagantes repartir su fortuna entre la expansión empresarial y los delirios bohemios y testosterónicos que les salían de la entrepierna. Así que durante su paso por California para hacer negocios con la compañía familiar, Hughes aprovechó para iniciarse en otros negocios combustibles —por lo rápido que podía quemar el dinero— como el del cine, que en esos momentos se preparaba para hacer la transición del mudo al sonoro y donde los nuevos y grandes estudios se estaban haciendo de oro. Y en una de sus primeras producciones, 'Los ángeles del infierno' (1930), consiguió combinar su filia por el celuloide con la que fue realmente su gran pasión: los aviones. "Quiero ser el mejor aviador del mundo, el mayor productor y el hombre más rico de la Tierra", dicen que dijo.

Efectivamente, Álvaro de Marichalar no fue el primer empresario-barra-aventurero. Hughes diseñó su propio avión y mandó que la Hughes Aircraft Company, otra de sus empresas, lo construyese. Batió el récord de velocidad en 1935, volando a 560 km/h. Construyó un avión con capacidad para 750 pasajeros, el 'Spruce Goose', conocido también como el Hughes H-4 Hercules, el avión de mayor envergadura de la historia: su único vuelo duró apenas 1,6 kilómetros a 21 metros de altura a una velocidad de 217 km/h. Un fracaso. Pero este pasado mes de julio se cumplieron ochenta años de uno de sus mayores logros: en julio 1938 rompió el récord de la vuelta al mundo más rápida hasta la fecha. Exactamente 91 horas y 14 minutos. La distancia: unos 23.814 kilómetros.

Amelia Earhart había desaparecido misteriosamente en el Pacífico Sur el año anterior, en torno a la última etapa de su vuelo alrededor del mundo. Pero alguien que ha compartido lecho con Ava Gardner, Rita Hayworth, Olivia de Havilland y Hedy Lamarr —entre muchas otras—, que ha salido absuelto de un juicio por homicidio negligente —un caso turbio en el que hubo sospechosos recules de testimonios— y a quien el dinero le sale por las orejas sólo le queda ir por la vida con maneras de kamikaze. "La manera de la que se desvaneció Earhart impresionó a Hughes profundamente. Así que dejó una serie de instrucciones minuciosamente detalladas para la lectura de su testamento 'en el caso de que se crea que pueda estar muerto pero que no pueda ser probado'. Suponiendo que desapareciese, el First National Bank de Houston sería el encargado de custodiar y no dejar abrir su testamento ni repartir sus bienes inmuebles al menos durante los tres años siguientes a su 'desaparición'”, desveló Barlett en su libro.

El plan de Hughes no empezó con buen pie: retrasos con los permisos, problemas mecánicos y dudas de la tripulación. El avión estaba cargado con más de 5600 litros de combustible, 560 litros de petróleo y un laboratorio totalmente equipado. En total, el Lockheed pesaba casi 12 toneladas (métricas), con lo que en el despegue Hughes tenía que aprovechar cada centímetro del poco más de un kilómetro que medía la pista. En 1938, los vuelos transatlánticos eran todavía una rareza y el primer hombre que había dado la vuelta al mundo en avión en 1933, Wiley Post, acababa de morir un par de años atrás cuando el hidroavión en el que volaba se estrelló.

"A pesar de que no había recibido el permiso gubernamental para llevar a cabo el vuelo, Hughes estaba convencido de que lo iba a conseguir, y el 4 de julio de 1938, él y cuatro hombres de su tripulación volaron hasta el Parque Floyd Bennett Field en Brooklyn, el punto de despegue habitual de los vuelos transatlánticos de la época. Los hombres eran pilotos experimentados: Edward Lund, de 32 años y nativo de Montana, era el ingeniero de vuelo; Richard Stoddart, un neoyorquino de 37 años que había trabajado para la NBC, se encargaba de la radio; el teniente Thomas L. Thurlow, de 33, había trabajado como piloto en el Ejército de Aire, y Harry P. M. Connor, de 37, un empleado del Departamento de Comercio que ya había cruzado el Atlántico en una ocasión, era el copiloto y el piloto de repuesto”.

Hughes llegó al hangar número 7 alrededor de las seis de la tarde, cuando le entregaron los últimos partes meteorológicos. En Nueva York hacía un calor infernal y había amenaza de lluvia, pero parecía que el cielo sobre el Atlántico estaba en calma y a las 5.000 personas que se hacinaban alrededor de la pista para ver el despegue había que darles espectáculo. Hughes parecía nervioso, pero le dedicó unas palabras al respetable: "Esperamos que nuestro vuelo constituya una contribución a la causa de la amistad entre naciones y que a través de sus excelentes pilotos, para quienes el vínculo común de la aviación trasciende las fronteras nacionales, esta causa pueda promoverse más allá".

Alrededor de las 19h del 10 de julio de 1938, el avión despegó. Entre Nueva York y París —la primera etapa— hay 5859 kilómetros. La ruta a seguir pasaba por Boston, Nueva Escocia, la isla del Cabo Bretón, Terranova y, después, 2896 kilómetros de mar abierto hasta Irlanda. El primer contratiempo tuvo lugar cuando volaban cerca de Terranova: la antena del seguimiento automático se rompió y el avión estuvo 'perdido' durante hora y media hasta que consiguieron arreglarla. También se dieron cuenta de que el avión consumía más combustible del que habían calculado. “Espero que lleguemos a París antes de que se nos agote la gasolina, pero no estoy muy seguro de ello. Todo lo que puedo hacer es mantener la esperanza. Mantener la esperanza de que tengamos el suficiente combustible para llegar a tierra". Llegar, llegaron. Pararon en la capital gala a repostar y continuaron su viaje.

La siguiente parada era Moscú, a 2.695 kilómetros de distancia. La ruta debía pasar por encima de Alemania pero, recordemos, es el año 1938, Hitler está en el poder y falta apenas un año para que estalle la Segunda Guerra Mundial. Así que el Gobierno nazi, que no quería que un avión extranjero sobrevolase sus instalaciones militares, le denegó el permiso a Hughes, que optó por sobrevolar Escandinavia. Cuando el avión aterrizó en Moscú, una marabunta de moscovitas fueron a recibir el avión. "¡Hola, hola, América! Esto es Radio Moscú. Son las 4:10 de la mañana y Hughes acaba de dar la vuelta a la pista para iniciar el aterrizaje. El avión está aterrizando, ¡qué belleza!", le recibió la radio.

A pesar de que los rusos le habían preparado un banquete de recibimiento, Hughes sólo quiso repostar y no tardó ni dos horas en volver a subirse al avión. Volaron de noche y casi a ciegas en dirección a Omsk, a más de 2.500 kilómetroa al este, cuyo aeropuerto resultó ser poco más que un pasto con algunas luces marcando la dirección de aterrizaje. Las condiciones eran tan precarias que Hughes tuvo que rellenar el depósito con una bomba de mano. En medio de una tormenta, la tripulación no podía perder tiempo y salieron enseguida en dirección a Yakutsk, la ciudad más fría del mundo, cerca del Ártico. Allí les recibieron más rusos, que se quedaron estupefactos cuando vieron que en el fuselaje estaba dibujado el logo de la Feria Mundial de Nueva York de 1939. Edward Lund contó que los yakutos pensaban que en Estados Unidos estaban en 1939 "mientras ellos seguían en 1938". "Nos preguntaban cómo les habíamos ganado un año".

La penúltima parada antes de llegar a Nueva York era la de Fairbanks (Alaska). Gracias a los retrasos que habían ido teniendo en cada una de las etapas la tripulación volaba de día cuando atravesaron la Cordillera de Alaska, cuya altura era mucho mayor de lo que aparecía en los mapas que llevaba Hughes: si hubiesen volado de noche, probablemente se hubieran estampado. De Fairbanks partieron hasta Minneapolis —aunque el plan inicial paraba por Winnipeg, pero una tormenta obligó a cambiar la ruta—, y tras más de 91 horas de vuelo, finalmente Hughes aterrizó en Nueva York el 14 de julio. Un periodista escribió que parecía "un niño travieso con su camiseta manchada y sus pantalones arrugados. 'The New York Times dijo que "tenía el rostro de un poeta y la timidez de un pupilo". Fue un gran hito de la aviación y la ciudad entera se volcó con el magnate: incluso organizaron una cabalgata por el centro de la ciudad. Una imagen muy distinta a la de los últimos días de Hughes. Cuando con apenas 33 años se ha tocado el cielo, es más fácil acabar, de alguna manera, estrellado.

FUENTE: Con información de MARTA MEDINA - https://www.elconfidencial.com ->> Ir

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