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jueves, 18 de octubre de 2018

(Alemania) ¿Quién es Hanno Berger? El exfuncionario de Hacienda tras la trama dividendos 'black'

No fue otra cosa sino la codicia lo que llevó a Hanno Berger a cambiar su gris oficina de funcionario de Hacienda por los lujosos despachos de abogados. Así pasó de supervisar la banca a convertirse en su mejor asesor fiscal. En una de las primeras reuniones con sus nuevos colegas de bufete, Berger alardeó de ser capaz de reducir su factura con Hacienda en un 90% —y lo hizo—. Desde entonces, se convirtió en un gurú: cualquiera que se considerara alguien en Alemania pasaba por su despacho del rascacielos Skyper, en Fráncfort, para consultarle sobre sus asuntos fiscales. Todos querían conocer su opinión. Nadie dudaba de su palabra.

Berger había dejado el servicio público, pero mantenía sus contactos, hasta el punto de que, muchas veces, se enteraba de los cambios legales antes que el propio Ministerio de Finanzas. Esto le permitía adelantarse y preparar las estrategias de sus clientes. Uno de los abogados que trabajaban entonces para Berger asegura incluso que el jefe del departamento fiscal de un 'lobby' bancario estaba a sueldo del bufete. Por 2.500 euros al mes, les mantenía al tanto de cualquier novedad en el plano legal, según ese testimonio.

Su imponente físico —1,90 de estatura, 120 kilos— y su innata seguridad en sí mismo —incapaz de admitir un error— contribuían a que nadie manifestase dudas sobre las opiniones de Berger. Hasta que llegó su futuro discípulo, quien, al cabo de los años, terminaría por traicionarle.

El joven abogado suizo, que prefiere mantener el anonimato mientras colabora con la Justicia, acababa de entrar a trabajar en el bufete Shearman & Sterling donde Berger reinaba. De origen humilde, pronto decidió que no le interesaba continuar con el negocio de instalación de calefacciones de su padre y, a los 18 años, empezó a estudiar derecho. Con su especialidad en supervisión bancaria, en 2001 aterrizó en un despacho contiguo al de Berger.

Sus dos primeros años pasaron sin pena ni gloria, pero en 2003 cayó en sus manos un producto fiscal creado por Hanno Berger. El aprendiz se percató de que aquel documento había pasado por alto ciertos elementos legales que podían suponer un riesgo para los clientes del despacho y así se lo hizo saber a su jefe. En la siguiente reunión de socios del bufete, surgió el tema. Berger montó en cólera y, con su 1,90 y sus 120 kilos, salió al pasillo en busca del aprendiz. Le hizo entrar en un despacho que al joven abogado le pareció entonces inmenso. “Es usted de los que creen que yo cometo errores”, le espetó el exinspector de Hacienda. “No”, respondió él, “solo quiero ayudar a mejorar los productos del despacho con mis conocimientos”. El antiguo funcionario escuchó los argumentos del joven durante media hora. Era el comienzo de una bonita amistad.

Berger acogió bajo su manto al joven aprendiz, que le servía además de traductor. El gurú del derecho fiscal había crecido en una familia religiosa, con una educación humanística: dominaba el griego clásico, pero apenas hablaba el inglés, la lengua internacional de los negocios. Eso siempre limitó su carrera.

Un tiempo después de su charla con el joven abogado, Berger recibió la oferta de Dewey & Ballantine, un despacho de la competencia, y ofreció a su discípulo acompañarle. El aprendiz aceptó y se trasladó a Londres, donde dirigía su propio departamento especializado en derecho bancario alemán. Su carrera iba en ascenso, ganaba dinero y reputación profesional. Un par de años más tarde, llegó lo que había estado esperando: el bufete le había elegido para convertirse en socio.

“Lo recuerdo como si fuera hoy”, cuenta, “mi jefe entró en mi despacho y dejó un mazo de papeles sobre la mesa. Me dijo únicamente dos frases: ‘Don’t read, just sign’ [no leas, solo firma]”. El contrato conservaba el mismo texto desde 1911, fecha de fundación del bufete, y todos los socios lo habían suscrito sin leer una sola de sus páginas. Al día siguiente llegó la ceremonia de iniciación: sentado en una enorme sala de conferencias ante un monitor donde todos los nuevos socios estaban conectados por videoconferencia, bebió junto a ellos un vaso de jerez de 1911, como mandaba la tradición. Aún recuerda la emoción que sintió en ese momento. Ya era parte de la tribu.

“A mediados de 2008, volví a Alemania”, cuenta el aprendiz. “Mi equipo y yo nos instalamos en la sede de Fráncfort del mismo despacho de abogados y seguimos con nuestro negocio de derecho bancario”. Ese negocio incluía, por supuesto, transacciones cum/ex. A pesar de la crisis financiera que estalló ese año, las cosas iban bien para el aprendiz y su maestro, que trabajaban mano a mano. “En 2010 (…) hicimos grandes operaciones”, recuerda el discípulo de Berger. Tan exitosa era su actividad, que ese mismo año ambos decidieron establecerse por su cuenta: ¿para qué hacer ganar a otros lo que podían embolsarse directamente?

Por aquel entonces, las autoridades alemanas decidieron poner fin de una vez por todas a las operaciones cum/ex, que llevaban varios años intentando limitar. Cansadas de jugar al gato y ratón con bancos y brókeres, elaboraron una circular que, sobre el papel, cerraba toda posibilidad a la operativa que llenaba los bolsillos de unos pocos. Entonces empezaron los problemas. La Oficina Federal Central de Tributos empezó a hacer preguntas y se iniciaron las primeras investigaciones judiciales. Ahí fue donde Berger mostró su verdadera naturaleza.

“En otoño de 2012, registraron nuestras oficinas”, rememora el aprendiz. “Hasta ese momento, yo tenía en muy alta estima a Hanno Berger, tanto profesional como personalmente”. Le consideraba como alguien dispuesto siempre a oír las opiniones de los demás e incluso a defender y cuidar de los más débiles. Sin embargo, la reacción de su maestro le decepcionó: “Se levantó y no volvió a aparecer por el despacho nunca más”. “Nos dejó solos a mí, al negocio y a los trabajadores”, cuenta con amargura el discípulo de Berger.

El maestro emigró a Suiza, donde sigue viviendo, a salvo, al menos de momento, de la Justicia alemana. Desde allí prepara su defensa, convencido de que no ha hecho nada malo y de que sus prácticas eran legales. Cuando la prensa le pregunta por su implicación en el que se considera el mayor escándalo fiscal de la historia de Alemania, inunda a sus interlocutores con dictámenes jurídicos elaborados por expertos pagados de su bolsillo. La Fiscalía General de Fráncfort ya le ha imputado.

Mientras tanto, su antiguo discípulo, con un 'look' renovado y bastantes kilos menos que entonces, ha decidido abandonar el lado oscuro y ahora colabora con los investigadores alemanes. “Quiero poner todas las cartas sobre la mesa”, asegura. Dice haber comprendido que lo que hizo durante años estuvo mal y afirma haberse convertido en una persona más espiritual gracias a los consejos de un antiguo socio de origen iraní.

FUENTE: Con información de OLAYA ARGÜESO - https://www.elconfidencial.com ->> Ir

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