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martes, 9 de octubre de 2018

(España) El lado oscuro del gorgorito: la entrevista maldita de Montserrat Caballé

Corría el año 1981, Montserrat Caballé —que murió el sábado a los 85 años— estaba en la cima de su carrera y Rosa Montero era una de las periodistas más conocidas de ‘El País’. ¿La misión? Entrevistar a la soprano para el dominical. Pero lo que podía haber sido un trabajo de guante blanco, el enésimo perfil lisonjero de una soprano que había hecho historia, se convirtió en algo más claustrofóbico y pesadillesco…

El choque Caballé/Montero no está 'online', pero se puede consultar en ‘Entrevistas’, libro recopilatorio publicado en 1996, donde la periodista explicó así lo sucedido:

“El encuentro real fue aún más disparatado e impertinente que lo que yo reflejé en mi texto; que fue, en fin, un malentendido monumental, quizá el más grande de mi carrera. Me gusta la ópera, me maravillan las dotes de Montserrat Caballé y me había conmovido su historia personal cuando me estuve preparando la entrevista, de modo que acudí a su casa en la mejor de las disposiciones. Pero creo que la pillé en un pésimo momento. Todo el mundo dice que esta gran cantante es también una gran persona. Aquella tarde me pareció agresiva y arbitraria”.

No se puede decir que Caballé se fuera irritando según avanzaba la entrevista, o que la diva estallara tras una pregunta inoportuna o del mal gusto: porque aquello empezó a ir mal desde antes de que la periodista abriera la boca…

“Nos abre la puerta una criadita joven de aire asustadizo. ‘¿Tienen cita?’, pregunta turulata… Y entonces entra ella, el ama de casa, la diva, la soprano magnífica, la Caballé de exuberante anatomía, meneando su frondosidad carnal dentro de un traje informe estampado en ramajes. La ceja altiva, el paso agobiado, el morro enfurruñado, la mano gordezuela azotando el aire con irritado gesto: ‘Buenos días”, arrancó Montero su texto.

Buenos días… por decir algo.

“Da una media vuelta desdeñosa y nos deja para irse dentro de la sala, con un muchacho extranjero que, al parecer, es músico. Montserrat habla con él en un inglés fluido y fácil: ‘Es que me vienen a hacer una entrevista’, cuenta, quejosa, en tono hastiado, y se vuelve hacia nosotros pasando al castellano: ‘¿Qué duración va a tener la entrevista?’. ‘Me temo que va a ser larga’, contesto. ‘¿Qué duración?’, silabea de nuevo, furibunda, con altivez glacial. ‘Por lo menos una hora’. ‘¿Una hooora?’, pita ella con escandalizada pamema. ‘¡Yo no puedo, uuuna hora!’. Bajo la nariz tiene una verruga oronda, esférica, y se le riza el labio de indignación y despecho. Se vuelve hacia el músico y despotrica un ratito en perfecto inglés. ‘Quieren uuuuna hora, qué locura; yo no he hecho nunca entrevistas de una hora’. Y el muchacho contesta sumiso: ‘Yes, yes, yes’. De nuevo hacia nosotros. ‘¿Cuántas páginas del periódico va a ocupar?’, y no pregunta, sino que en realidad ordena. ‘Pues...’, reflexiono en voz alta, ‘tiene que ocupar como doce folios...’. ‘¡Que cuántas páginas del periódico va a ocupar!’, brama ella en agudos sostenidos. ‘Cuatro. Del suplemento’. La imagen de tal despliegue de papel parece calmar un tanto sus ansias asesinas. Frunce la boca con mohín pueril, refunfuña tibiamente ante el inglés: ‘Si yo lo llego a saber antes; yo no he hecho nunca, nuuunca, una entrevista de una hora. La más larga que he dado ha sido de veinte minutos. Una hora, ¿dónde se ha visto? ¡Ni tan siquiera estuve tanto tiempo con los del ‘Reader’s Digest'!, clama con delectación, proyectando un hociquillo al aire, como resaltando lo inconmensurable del disparate, la pretensión exorbitada, su paciencia”.

La diva procedió entonces a hacer gorgoritos al piano durante un rato mientras la periodista esperaba su turno con cara de circunstancias.

“Al cabo termina su trabajo, despide en la puerta al chico [el pianista] con ese aire de generosa resignación de quien va a enfrentarse con unos pelmas, se vuelve hacia nosotros y nos franquea el paso hacia el salón, señalándonos el sofá con un gesto de su ceja depilada y levantisca”, escribió Montero.

Sí, la entrevista no había comenzado todavía y la entrevistada ya estaba achicharrada. La entrevista, claro, no fue bien…

Una de las principales características del divismo —directores de cine, pinchadiscos, artistas de éxito en general— es la falsa modestia: negar repetidamente tu grandeza (con el objeto de que el periodista redoble el masaje), asegurar que a uno no le importa lo que opinen los demás (cuando quizás esté obsesionado con la fama y el reconocimiento), decir en alto "no, no soy la más grande" cuando lo que está pensando es "sí, sí, soy la más grande y los demás no me llegan a la suela de los zapatos". O el antidivismo como máximo divismo.

En ese sentido, la entrevista es un festival:

—¿Usted se considera bien tratada por la opinión pública?

—Yo estoy fuera de todo eso.

—Nunca se puede estar fuera de todo eso.

—Yo sí —glacial.

—Pero debe ser dificilísimo intentar mantener, como parece que usted mantiene, esa actitud de antidiva cuando se es la mejor soprano del mundo.

—Yo no soy la mejor soprano del mundo…

[…]

—Quiero decir que el entorno de una gran cantante de ópera es un entorno de particular vanagloria. Se nota incluso en el hecho de que las llamen divas… Y entonces, en un entorno de tal divinización, puede dar miedo perder la perspectiva.

—A mí no me da miedo nada…

Un tira y afloja con explosiones puntuales del mal rollo:

—Parece que usted piensa que vengo decidida a atacarla, y no es así.

—Yo no pienso nada. Usted piensa mucho. Haga preguntas y no piense tanto. Le estoy contestando como soy yo. Si no lo quiere oír, dígame lo que quiere que le conteste.

Montero y Caballé se enzarzarán ya del todo a cuenta del feminismo y el aborto, con la periodista contraargumentando las posiciones conservadoras de la soprano, contraria al aborto y ajena a la utilidad del feminismo.

Con todo, Montero amnistió a Caballé: “Estoy completamente segura de que Montserrat Caballé guarda dentro de sí muchas más facetas (y más atractivas) que la que nos ofreció en aquel mal día”, cuenta Montero en ‘Entrevistas’.

¿Fue un mal día o en realidad fue un buen día? Bueno para el espectáculo sin duda, porque en defensa de la soprano hay que decir que el divismo va con el cargo. Si de una estrella del rock se espera que destruya habitaciones de hotel y caiga redonda de sobredosis, y de las folclóricas que se despellejen en su lucha por el título de la más grande, de los cantantes de ópera se espera un divismo exagerado, es parte del 'show business', y la Caballé jugó a ello en el ocaso de su carrera: recuerden su glorioso pique con el tenor Alfredo Kraus a cuenta de quién debía actuar en los fastos del 92, en lo más parecido a los ajustes de cuentas entre los raperos Tupac Shakur y Notorious B.I.G. que hayamos tenido nunca en la ópera española. Tenores en el escenario, serpientes entre bastidores. Caprichos, egos y excentricidades. 'Show must go on'. Gracias, Montserrat.

FUENTE: Con información de CARLOS PRIETO - https://www.elconfidencial.com ->> Ir

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