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martes, 9 de octubre de 2018

(España) Rresponsable de la Educación de la OCDE publica libro en el que recoge hallazgos al frente del examen PISA

En 1995, cuando el físico alemán Andreas Schleicher se sentó junto a los representantes de 28 países desarrollados para plantearles la posibilidad de que la OCDE, la organización para la que trabajaba, realizase una prueba internacional para evaluar y comparar diferentes sistemas de educación, la mayoría recibieron la propuesta con indiferencia o desprecio. Muchos pensaron que no tenía sentido, porque el mejor sistema educativo era el suyo (Francia se topó con la dura realidad tras la primera oleada). Otros consideraban que no era asunto de la OCDE y algunos adujeron que era imposible. Aun así, Schleicher decidió seguir adelante.

Casi un cuarto de siglo después, PISA se ha convertido en el examen referencia a nivel global. Muchas veces, como suele ocurrir en España, se convierte en un arma arrojadiza –o propagandística– entre partidos políticos. Algo que dista de la intención de Schleicher al diseñar y perfeccionar la prueba año tras año, que es ofrecer una guía para que los países sepan qué pueden hacer para mejorar el rendimiento de sus habitantes y ayudarles a desarrollar las habilidades que necesitarán en su vida adulta. Algunas de las conclusiones de este trabajo acaban de ser recogidas en 'Primera clase. Cómo construir una escuela de calidad para el siglo XXI', editado en nuestro país por Santillana.

Entre esos rasgos diferenciadores se encuentran, por ejemplo, la formación continua del profesorado, la firme creencia en que todos los estudiantes pueden alcanzar un alto nivel educativo, proporcionar una autonomía escolar adecuada a los centros y profesores o invertir los recursos manera eficiente. Pero ¿dónde se encuentra España en ese panorama? El actual director de Educación y Competencias de la OCDE ha atendido a El Confidencial para ayudar a situarnos en nuestro lugar, descubrir nuestras fortalezas y abordar nuestras debilidades desde su mirada externa y, en principio, menos viciada por los lugares comunes.

PREGUNTA. La publicación de una nueva oleada del informe PISA en España suele ir acompañada de terror, incertidumbre y lecturas interesadas. Pero ¿cuáles son a su juicio los puntos fuertes y débiles de nuestro país?

RESPUESTA. A menudo en educación se prioriza lo urgente sobre lo importante. Cuando miro a España, lo que menos me preocupan son las pequeñas fluctuaciones en el rendimiento, lo que me preocupa es que los estudiantes son buenos en cosas que resultan cada vez menos relevantes en nuestra sociedad, por ejemplo, la reproducción de contenidos memorísticos, que es lo más fácil de automatizar. Son más débiles a la hora de resolver problemas o de enfrentarse a procesos complejos de pensamiento, que exigen extrapolar o aplicar tu conocimiento a una situación no conocida.

Siempre que vengo a España, lo primero que me critican es que preguntamos a los estudiantes cosas para las que no les han preparado. Pues claro que no, así es la vida en el siglo XXI. No se trata de que la educación no sea eficiente, sino de que sea irrelevante, propia de un sistema industrial que se centraba en la transmisión de conocimiento.

Hay un gran debate en España sobre las diferencias de rendimiento entre regiones, pero solo hay entre un 10 y un 15% de variación. La diferencia es mucho mayor dentro de cada colegio. Si te centras demasiado en el nivel político –esta región o este colegio lo hace mejor que este otro–, te olvidas que mucha gente se está escurriendo por las grietas del sistema.

P. En el libro lamenta que muchos padres consideren que la educación se ha echado a perder porque sus hijos no están aprendido lo mismo que ellos, y que ese pensamiento, muy popular en España, es uno de los grandes hándicaps para el progreso.

R. La educación es una empresa social muy conservadora. Como padres, nos ponemos nerviosos cuando nuestros hijos no aprenden cosas que eran muy importantes para nosotros, y juzgamos los colegios en función de nuestra experiencia. Se trata de una falta de confianza profesional. Cuando vas al médico, confías en que va a aplicar su mejor experiencia y conocimiento y que va a utilizar la última tecnología. Eso no ocurre con la educación, y es algo que deberíamos dejar atrás. Los profesores consiguen el respeto gracias a su autonomía, que no significa que puedan hacer lo que quieran, sino que hacen lo que saben que es mejor.

El 'statu quo' es muy protector, intenta garantizar que las cosas se queden como están. Por eso hay una brecha entre lo que la sociedad espera y lo que las escuelas proporcionan, que en el siglo XXI está haciéndose cada vez mayor.

P. La publicación del último PISA provocó que muchos reparásemos en la diferencia en el rendimiento entre comunidades autónomas, pero usted no le concede tanta importancia.

R. La diferencia entre colegios es, de hecho, muy pequeña. Es un logro de España: ha sido capaz de alcanzar un rendimiento sólido de todo el sistema educativo, apenas hay diferencias entre los colegios privados y los públicos. Pero cuando utilizas ese criterio pierdes de vista al estudiante como persona que aprende, y la gran brecha se encuentra en la diferencia entre individuos. España se enfrenta a ello de forma mecánica: si no lo haces bien, tienes que repetir, o estudiar más, o irte a otro entorno. La clave está en que te entiendan como estudiante: ¿tengo el tiempo como profesor para comprenderte? ¿Conozco a mi clase? ¿Cómo puedo apoyarte? Ahí se encuentra el margen de mejora en el rendimiento de España.

El foco político y periodístico se encuentra en las instituciones políticas, como la escuela o la región, pero incluso el mejor colegio o la mejor comunidad pueden mejorar para que llegue a todos los alumnos. Todos los estudiantes pueden aprender, pero ¿cómo descubrimos los talentos extraordinarios de los alumnos ordinarios? Ese es el reto.

P. El reciente 'Panorama de la educación' señalaba lo común que el hijo de un español que no tuviese COU o el Bachillerato tampoco alcanzase ese nivel. La educación termina condicionando la movilidad social.

R. Creo que, si miras la imagen general, España lo ha hecho muy bien. Hace más de 30 años, la cantidad de personas con un buen nivel educativo era muy baja. España está en el buen camino, su reto hoy tiene más que ver con cómo atraer a los mejores profesores a las clases más complicadas y en cómo alineas los recursos con las necesidades en el micronivel. No se trata de destinar más recursos. En Finlandia, el 30% del tiempo de aprendizaje es fuera del aula, así que los profesores tienen más recursos para descubrir lo que el estudiante necesita.

Cuando te fijas en cómo influye la educación en la movilidad social, no tiene que ver con las habilidades cognitivas, sino con las emocionales. Y los colegios no se fijan lo suficiente en eso, sino en enseñar lectura, matemáticas, ciencia e historia.

P. En el libro señala que los países con mejor rendimiento no son tanto los que invierten más dinero sino los que mejor saben usarlo. En España, por el contrario, la negociación para el pacto educativo se terminó después de que los partidos no se pusiesen de acuerdo a tal respecto.

R. Por supuesto, los recursos importan, y en educación más dinero es siempre mejor que poco dinero. Pero España debe replantearse cómo utilizar sus recursos, durante mucho tiempo el esfuerzo se ha puesto en reducir el tamaño de las clases, pero quizá sería más interesante apoyar la profesión docente. Los sueldos están bien, los salarios son razonables en España, pero la enseñanza no es intelectualmente atractiva. Hay poco espacio para la colaboración, apenas observan a los colegas o intercambian opiniones, así que a menudo se sienten como figuras intercambiables que transmiten un currículum, no como dueños de su práctica profesional.

Si eres un médico, llevas a cabo experimentos, investigas. Estás siempre en la vanguardia de tu profesión. En la escuela, existe esta idea de que sacas una carrera y entonces estás tú solo. Los alumnos nunca aprenderán durante toda su vida si no ven a sus profesores haciéndolo. También hay que alinear los recursos son las necesidades: ¿cómo consigues que los mejores docentes vayan a las clases con más dificultades? Es lo que ocurre en Shanghái, por ejemplo: si vienes de una escuela de alto rendimiento y quieres ser director, te enviarán a un colegio en dificultades. Si tienes éxito, entonces sí podrás ser un gran director. Es mejor invertir en la calidad que en la cantidad.

P. Volviendo al pacto educativo, uno de los problemas en España es la imposibilidad de ponerse de acuerdo, el constante bamboleo de leyes cada vez que hay un cambio de gobierno. ¿Cómo de importante es este factor?

R. La educación es un campo donde puedes perder unas elecciones como Ministro de Educación pero nunca las puedes ganar, porque hace falta mucho tiempo para poner una buena idea en práctica. Si miras por el mundo, hay dos clases de países que han tenido éxito educativo: los que no tienen que preocuparse por los cambios políticos, como China, que básicamente pueden fijar una visión a largo plazo e ir acercándose poco a poco a ella; o naciones como Japón, Finlandia o Canadá, donde la educación no forma parte del debate político. No introducen una ley de reforma educativa con cada nuevo gobierno.

Prestamos mucha atención al volátil entorno político y muy poca a convertir la educación en una empresa social donde cuenten profesores, padres, la sociedad en su conjunto. En estos sistemas donde la propiedad de la educación es mucho más amplia la estabilidad está garantizada. Si eres profesor y sabes que dentro de tres años llegará otro gobierno y la reforma que se ha implantado será paralizada, dejarás de creer en lo que haces. El enfoque español en las leyes no ha provocado ningún cambio en las aulas. Es un mundo abstracto que no tiene nada que ver con lo que pasa. Si miras los resultados de PISA, te das cuenta de que los países con mejores resultados han tenido éxito al despolitizar la educación.

Portugal es un ejemplo interesante. Sufrió una crisis económica similar a España y tuvo que efectuar recortes, pero mientras que en España estos tuvieron un cariz más político –por ejemplo, para intentar no molestar a la mayoría– en Portugal fue más estratégico. Pensaron cómo podían gastar a largo plazo para que el dinero empleado estuviese mejor invertido. Hay cambios a corto plazo, como introducir ordenadores en la clase o reducir el tamaño del aula que no causan gran diferencia; son los cambios en el enfoque de la enseñanza por parte de los profesores los que ocasionan un mayor impacto.

FUENTE: Con información de HÉCTOR G. BARNÉS - https://www.elconfidencial.com ->> Ir

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