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jueves, 1 de noviembre de 2018

(Honduras) "Mara o muerte": palizas y violaciones para formar a los jefes pandilleros

Sin camiseta, con moratones y arañazos. Así llegó corriendo Noel*, de 12 años, aquella tarde del 2 de mayo de este año. Su madre repite la fecha. Saltó por la ventana escapando de tres hombres. Fue el momento en que estalló: “Me están golpeando cada día”, le soltó a su madre, Nydia*, que salió a la puerta para enfrentarse a los agresores. Por instinto le dio una bofetada a uno de ellos. “Esto no se va a quedar así, perra. Yo voy a volver y si vos no te salís de aquí te vamos a meter fuego a tu casa”, le advirtieron.

Los pandilleros habían violado y dado palizas a su hijo durante dos años: el atroz reclutamiento de las maras. Lo forzaban a abrir las puertas y ventanas de casas para desvalijarlas. A menudo Noel robaba dinero a su familia para llevárselo a los pandilleros. Llegaba de madrugada con mordidas. Lo buscaban por todas partes y cuando aparecía lo escarmentaban. “Yo le pegaba porque no sabía nada, pensé que estaba jugando”, llora la mujer de 30 años. Noel calló todo ese tiempo bajo la amenaza de los pandilleros de matar a su madre.

“Ve con cuidado. En la esquina hay un muchacho de esos que venden droga que pone a jugar a futbol a los muchachos y al que más corre lo empiezan a entrenar. Y a tu hijo le dicen que será un líder”, le avisó un vecino semanas antes. Demasiado tarde. Después del último incidente la familia tuvo que huir de su casa. Ahora llevan seis meses escondidos en varios hostales de Tegucigalpa –facilitados por ONGs– sin tan siquiera poder salir de la habitación ni tener teléfonos móviles. Ese es el estricto protocolo de las organizaciones para proteger a las víctimas: la única forma de escapar sin salir del país.

En el pequeño cuarto duermen Noel, Nydia, su otro hijo de cinco años, su madre y su hermana. La ropa se amontona en las esquinas. El muchacho bromea con Cristiano Ronaldo y el Clásico. El trauma sólo brota en la intimidad. “A menudo me pega, dice insultos que nunca nos ha escuchado, una vez cogió unas tijeras y quería matar a quien se las quitase", se lamenta la madre. "Es como si llevase un monstruo adentro”. La semilla que dejan los mareros en los barrios más azotados por la violencia en Honduras.

Terror en los barrios
El número de homicidios dolosos descendió un 26,4% de 2016 al pasado año, según datos del gobierno cuestionados por algunas ONGs. “De ser así tampoco significa que la violencia haya bajado, sino que ha mutado”, cuenta a El Confidencial Héctor Antonio López, el párroco de Los Pinos, una de las colonias más violentas de la capital. “Antes se dedicaban al asalto a mano armada y el secuestro (por eso los altos índices de muertes), ahora se centran en el narcomenudeo y la extorsión, pero en definitiva mantienen la misma intimidación”, explica.

A las maras ya no les interesa que muera gente, sus posibles consumidores o financiadores. Tampoco les conviene para su negocio exponerse demasiado, de ahí que ya no se vean los numerosos grafitis que antes demarcaban el territorio. Pese a esa aparente normalidad, mantienen el mismo férreo control de su zona a punta de pánico.

“Los tres chavos [niños] descamisados que andan ahí en su bicicleta están tirando esquina [vigilando]. Seguro ya han avisado arriba que vamos subiendo”, nos cuenta nuestro acompañante. Esos niños de entre ocho y diez años son los 'banderas', los vigilantes de las pandillas, la primera tarea que suelen darles a los menores que reclutan. Al entrar al barrio debemos bajar las ventanillas del coche. “Son códigos, sus normas”. Aquí sólo se respeta a la Iglesia, por eso sólo podemos acceder junto a un equipo de Cáritas. Aun así, a ellos también los observan. “Alguna vez los vecinos nos han enseñado fotos nuestras, que los pandilleros nos toman desde arriba. Tienen ojos en todas partes”, asegura uno de los voluntarios.

Para subir a la colonia 28 de Marzo sólo puede llevarnos una patrulla policial. Más conocida como ‘La 28’, es uno de los diez barrios con más asesinatos de toda Honduras. “Con la policía ya no se meten”, nos cuenta la agente Medrano, que a sus 28 años ha sobrevivido a cuatro disparos en su cuerpo. En uno de los tiroteos tuvo que esconderse en un contenedor de basura para salvar su vida, después de que a ella y sus dos compañeros se les acabase la munición. Alza la vista orgullosa en la parte descubierta de una pick-up que avanza a volantazos por las empinadas cuestas del cerro.

Esta noche la policía de Tegucigalpa revisará una vivienda abandonada. “Es una mal llamada ‘casa loca’, que los pandilleros utilizan para torturar a sus víctimas o vender droga”, señala uno de los patrulleros. Fusiles de asalto DASHPROD en alto, siete uniformados con casco y chaleco antibalas comprueban todas las esquinas, en cuyas paredes todavía hay pintadas de la MS-13 o Mara Salvatrucha, que regenta el sector. Ropa desgarrada por el suelo. Un colchón cubierto con plásticos... “A veces hemos encontrado cadáveres, aquí es el infierno”, apunta Medrano añadiendo oscuridad a las funestas ruinas.

La supervivencia del pandillero
El terror se acentúa al abandonar la pandilla. “Si volvía, ahí mismo me la iban a aplicar, me iban a matar”, afirma José, apodado ‘Fito’ durante sus cinco años en la mara Barrio 18. Ahora vive escondido en un retiro de la Iglesia, el Proyecto Victoria, un recinto de bungalós en mitad de la montaña para evitar que los 80 ex-pandilleros internados sean localizados. “Si no me mata la mara, me matan los que se quieren vengar”, añade el 'peseta', como denominan las maras a los desertores, a quienes consideran traidores.

–¿Tienes miedo por eso?

–Miedo por mi familia. Por mí no, porque lo que yo sembré fue odio y lo que voy a cosechar será venganza. Donde me agarren yo sé que me van a matar. Es a lo que tengo que resignarme. Pero tampoco puedo tener miedo a la muerte, porque entonces pronto me va a llegar, no voy a vivir tranquilo –responde el joven de 19, con un hijo de tres años.

–¿Se puede vivir con el peso de haber matado? ¿A cuántas personas? –insisto.

–8 o 7 maté –recuenta por unos segundos agachando la mirada –A uno le dan la trampa [pistola] y ahí ya me sentía poderoso. Cargar un arma lo engrandece a uno, se siente protegido. Yo andaba con ellos a todos lados hasta que me dijeron que no iba a llevar la trampa así no más por gusto, que tenía que utilizarla. Una noche subimos al criquet [el vertedero de cada barrio que suele emplearse como lugar de ejecuciones] para matar a dos tipos de otro grupo. Ya los teníamos arrodillados cuando mi 'hommie' [compañero] le disparó en la cabeza al suyo. Sonó como tirar una sandía contra el suelo. No se me quitó el sonido en tres semanas. ‘Ahora te toca a ti’, me dijo. Si no lo disparaba, me iban a matar a mí por ser incapaz de utilizar el arma. Le metí tres disparos en la espalda. Uno no lo siente tanto cuando asesina a tiros, es apretar y ya. Es diferente cuando es con machete o algunos que tienen que descuartizar.

Tan sólo las hojas de los árboles rompen el silencio que se alarga varios segundos entre el puñado de casas de ese apacible refugio campestre.

Ingresar desde niño para salvar su vida
En prisión el alias de José cambió al de ‘Psicópata’. “¿Vos sabés qué significa psicópata, no?”, bromea otro ex-pandillero. José lleva tatuado en la parte delantera del torso la silueta de un 1 y un 8. También una serpiente en el antebrazo. Los tatuajes se difuminaron a medida que iba creciendo, tras ingresar a la mara con apenas 12 años. La mayoría inician su carrera delictiva a esa edad y pocos superan los veinte antes de ser asesinados. Varias sesiones de borrado han ocultado casi por completo los dibujos de su cuerpo. No así las secuelas de ese pasado.

“Me metí porque a mi hermano mayor lo mataron los MS [Mara Salvatrucha] que controlaban allá donde vivíamos. Tenían amenazado a mi padre. Yo lo veía preocupado y me metí a la pandilla para protegerlos. O mataba o nos mataban”, justifica sobre la decisión de ingresar a la mara rival, la Barrio 18, que le obligó a salir de su colonia dominada por los salvatrucha. No tuvo que pasar el 'chequeo' [la iniciación a palizas durante el reclutamiento]. “Como mi hermano estaba con ellos, me dijeron que yo ya llevaba sangre 18. Empecé tirando esquina, luego pasando droga, cobrábamos extorsiones y sobre todo me dedicaba a hablarles a otros niños de lo hermoso de estar en la 'familia' [mara]. Los muchachos se metían porque les gustaban las armas, querían llevar pistola”, dice, antes de explicar que en una ocasión la policía casi lo mata después de detenerle y golpearle durante tres horas.

Cuando nació su hijo, los jefes le permitieron salirse de la banda, pero al año volvió a ingresar porque le resultaba imposible salir del barrio para trabajar debido a las amenazas de muerte de las bandas rivales. “Ya no te vamos a dar otra oportunidad, 'ma'n. Si te salís otra vez, prepara cuatro tablas [ataúd]”, le advirtieron entonces. Una vez preso hace dos años, decidió apartarse definitivamente. “Pero la mara nunca te deja”, subraya. Sus propios 'hommies' trataron de secuestrar a su mujer y a su hijo para que él se entregara. Tuvieron que abandonar la zona donde vivían.

Mara o muerte: el desstino en los barrios de Honduras. La única alternativa es huir o esconderse, como la familia de Nydia o la de José. “Si Dios me guardó en lo malo, lo hará en lo bueno”, zanja el expandillero. “Sólo Dios sacará el demonio que le metieron a mi hijo”, suplica la madre del niño que torturaron para reclutarlo. Los amontonados hogares de ladrillos descubiertos y techos de uralita que escalan por los incontables cerros de Tegucigalpa se encomiendan a la divinidad para que los libere de la violencia. Pero aquí hasta la fe se impone a balazos. “Los familiares no pueden llorar sobre el ataúd de su muerto”: otro de los códigos de las maras para no mostrar debilidad.

“¿Luz al final del túnel? Apáguela porque es cara”, se lee en un anuncio en las calles de la capital. Ni siquiera la publicidad permite evadirse en uno de los países más peligrosos del mundo.

*Los nombres son ficticios para proteger la identidad de estas personas.

FUENTE: Con información de AITOR SÁEZ - https://www.elconfidencial.com

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