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lunes, 10 de diciembre de 2018

(España) "Tengo 74 años, vivo con dos refugiados y esto es mejor que un Erasmus"

César tardó 74 años en darse cuenta de que cambiar el mundo era complicado. Por eso acogió a dos refugiados en su casa de Pinto. Fue una mañana despejada de octubre de 2017 cuando se levantó y decidió hacer caso a sus siete hijos, que le pedían que dejara de ser tan idealista y predicara con el ejemplo. Se duchó, se vistió, cogió el andador y se fue en cercanías hasta Lavapiés, a un local de la asociación Refugees Welcome. Allí le dijo a una chica que él tenía una casa con tres habitaciones libres. Un año después, César vive con dos refugiados, uno sirio y otro senegalés. “Yo soy una persona muy normal”, se encoge de hombros. “Es como un padre para nosotros”, coinciden los otros dos.

Es domingo. Rabee ha cocinado alwaza, un plato típico sirio de arroz, pollo y almendras. Con 27 años, escapó de Homs (Siria), su ciudad natal, tras conseguir una visa para la República Checa. Vino a España en 2017 porque tenía tres hermanos en Madrid. Entra y sale de la cocina mientras César cuenta su historia. Mahamadou, por su parte, está sentado en la esquina del sofá, callado. Tiene 44 años. Emigró desde Senegal, atravesó Mauritania y trabajó un tiempo en los campos de Marruecos, ahorrando para venir a Europa. Después, cruzó el Mediterráneo en patera y cuando puso un pie en España, fue directo a Madrid. Durmió dos meses en la calle, cerca de Atocha. Tanto él como Rabee son solicitantes de asilo, como más de 60.000 personas en España.

Habitaciones para refugiados
Mientras esperan a que se resuelva su caso, viven con César gracias a la ayuda de la asociación Refugees Welcome, que pone en contacto a gente que tiene una habitación libre con inmigrantes y refugiados. Refugees Welcome nació en Berlín en 2014 y, desde entonces, se ha extendido a 14 países con más de 1.200 convivencias. En España operan en Madrid, Barcelona, Islas Baleares y Valencia. “Desde hace tiempo, tengo espacio en casa”, explica César. “¿Por qué la gente se sorprende? Soy yo el que sale beneficiado, porque me ayudan a que mi vida sea más fácil. Otros viejos como yo deberían hacer lo mismo".

César se divorció en 2004 de su exmujer y se vino a vivir a Pinto. Al principio estaba con alguno de sus siete hijos, pero pronto todos se independizaron. “Nuestro padre es muy cabezota y un poco soñador, pero siempre se ha preocupado por el tema de la vivienda y los desahucios. Él lo ha visto con su caso en concreto: se compró una casa con varias habitaciones en la que, al final, no vivía nadie”, cuenta César, su hijo mayor.

Sin embargo, no siempre tuvo en mente la idea de acoger en sus habitaciones a dos refugiados. “Mi padre ha tenido algunas ideas un poco peregrinas”. Lleva años diseñando la Fundación Hogar (aún no constituida), cuyo objetivo consistiría en que todas las familias de España donasen cinco euros para construir una gran residencia de ancianos. Las personas mayores que vivieran allí cederían su casa a la fundación y esas viviendas quedarían libres para los jóvenes.

Cuando los hermanos vieron que su padre quería montar la fundación de verdad, se reunieron y acordaron que tenían que pararle los pies. Le dijeron que ellos no iban a ser patronos de la fundación porque era una idea disparatada, pero le animaron a hacer algo práctico. "Le dijimos que bajara a la calle y ayudara al mendigo de la esquina, por ejemplo".

En el documento de la Fundación Hogar, escrito por César, hay frases como esta: "Lo importante es que, primero unos pocos miles y en seguida millones, protagonizaremos la revolución del siglo XXI. Pacífica, sin sangre, sin convulsiones sociales, sin víctimas… Combatiremos al dinero, que siempre ha estado detrás de todas las alteraciones sociales, manejándolas a su antojo y haciéndolas seguir por el camino que él ha deseado, con sus propias armas; con el mismísimo dinero. Esta revolución del siglo XXI será la mejor que haya tenido la humanidad. Dejará pequeña, a pesar de lo importante que fue, a la Revolución francesa del XVIII y permitirá que nuestro mundo persista muchos miles de años más".

César contra César
Lo primero que llama la atención al escuchar a César es la divergencia que existe entre sus palabras y sus actos. Las primeras son abstractas. Están llenas de ternura, pero se pierden en el vacío porque no significan nada. Incluso algunas ideas son parecidas a las de un adolescente enfadado con el mundo. Durante toda la mañana, no habla en ningún momento de la crisis de los refugiados, un problema menor para César en comparación con el mal que recorre nuestra sociedad, causante de todas las tragedias: el dinero.

Sin embargo, ese mismo César proyecta con sus actos una imagen totalmente distinta. Es un hombre resuelto que se preocupa por sus nuevos inquilinos como si fueran sus hijos. "Tiene una mentalidad muy joven para su edad", enfatiza Virginia, una chica española de 27 años que es el vínculo local entre los refugiados y él. César es un hombre ingenuo incapaz de comprender que es un caso excepcional. Sin embargo, quizá la mejor bondad nazca de las personas que no saben el bien que están haciendo, porque luego no vendrán a pedir nada a cambio: “A mí me da igual a quién ayudar: españoles, árabes o chinos. Quien más lo necesite. Lo que no puede ser es que siga habiendo familias sin casa y ancianos como yo con habitaciones vacías”, continúa.

Rabee escucha con atención su propuesta. “Tío César es una persona magnífica. Desde el principio me ha enseñado español y hablamos mucho de vuestra cultura. Me insiste siempre en que persevere”. Lleva ya seis meses viviendo con él, pero no se olvida de la guerra civil de su país: "No fue fácil vivir esos años en Homs. Estábamos cercados por los militares. Noche tras noche escuchábamos los bombardeos". Cuando llegó a España, el Estado le ofreció alojamiento en Alicante, pero él lo rechazó para estar con sus hermanos, que vinieron a Madrid en 2010, justo antes de que estallara la guerra.

Rabee se levanta todos los días a las 8:30 y hace la comida para los tres. “Él es el jefe de la cocina. Yo entro y ya no sé dónde están todas las cosas”, narra César. Después se va a la Academia Oficial de Idiomas para estudiar español. Más tarde, vuelve a Pinto y trabaja hasta la madrugada en la cocina de un restaurante árabe. Está intentando convalidar —por ahora sin éxito— sus estudios de Veterinaria.

Mahamadou nació en Dakar y estudió Geografía e Historia. Es tímido y reservado. No quiere contar nada de su vida personal. Se lo han recomendado tanto su abogado como su psicólogo. El primero, por cuestiones legales referidas a su petición de asilo aún no resuelta. El segundo, para que no piense mucho en su pasado.

Habla peor español porque lleva menos tiempo yendo a las clases. Su rutina siempre es la misma: se levanta a las cinco de la mañana, prepara el desayuno, va a la academia y cuando vuelve dedica horas a buscar trabajo, según César. Preguntado por qué ha solicitado el estatus de refugiado si en Senegal no hay guerra, Mahamodou pide terminar la conversación. Virginia interviene: "Imaginad cómo están las cosas allí que no nos enteramos de lo que ocurre".

Hummus del Mercadona
Rabee anuncia que la comida está lista. Ha preparado arroz con pollo y almendras, ensalada y hummus. “¿Has hecho tú el hummus? Porque está muy bueno”, le pregunta este periodista. “Mmm…”, Rabee duda, se ríe y no contesta. Quizá no haya entendido la pregunta. Su español todavía no es perfecto. “Es que nosotros estamos acostumbrados al hummus del Mercadona”, le explica el fotógrafo. “Si os soy sincero, siempre compro el hummus del Mercadona. Está tan bueno que no merece la pena hacer uno natural", responde el sirio.

La conversación se mueve hacia temas más serios y se habla del nuevo partido ultra en España: Vox. César reconoce que hay gente de su generación que es racista, pero tiene una peculiar explicación para entender este auge nativista y xenófobo: “Yo no soy un caso tan extraño. Pienso que si la gente se parara a pensar, haría lo mismo que yo. Todo el mundo es bueno, pero están tan presionados y tienen tanto miedo por conseguir dinero que no se dan cuenta de que él [señala a Mahamadou] y tú sois iguales”.

Mahamadou y Rabee están al corriente de los nuevos movimientos políticos. Sin embargo, niegan haber tenido ninguna experiencia racista. Rabee solo tiene buenas palabras para la sociedad española: “Nunca me he sentido excluido. Culturalmente somos parecidos. Me encanta el flamenco. Escucho mucho 'Como el agua', de Camarón”.

Virginia no es tan optimista. Tanto Refugees Welcome como el resto de asociaciones que ayudan a inmigrantes han visto cómo la colaboración ciudadana ha descendido desde 2015, después de una masiva ayuda provocada por la fotografía de Aylan, un niño sirio de tres años encontrado muerto en una playa de Turquía: “Lo malo es que ya lo hemos normalizado de tal manera que cuando vemos los problemas de los refugiados en la televisión lo vemos como una ficción. Pero son personas como tú y como yo”.

Mejor que un Erasmus​
César le pide a Mahamadou que vaya a por la fruta. Él se levanta y recoge los platos. “Me tratan como a un rey. Mahamadou me trae la cena a la cama y me acompaña adonde tenga que ir. Rabee siempre me hace la comida”. Y continúa: “Cuando la gente me pregunta por qué acojo a refugiados y no a españoles, yo les digo que en vez de Rabee o Mahamadou podrían ser ellos. A mí me da igual. Esto es como un Erasmus. ¡O mejor!”. Cuando vuelve Mahamadou, le insiste al senegalés para que coma un plátano. “¡Solo come una vez al día! Tiene que coger fuerzas”.

Mahamadou apenas lleva unos días de convivencia, porque César estuvo ingresado en el hospital hace tres semanas. “El día antes de conocerle tenía un poco de miedo por sus 74 años. Mucha gente se piensa que en Senegal no estudiamos, pero yo conozco la historia de España”, remarca Mahamadou. “Sé lo que pasó con el franquismo y tenía miedo de que César fuera un nostálgico de Franco. Sin embargo, en el primer momento en que le conocí supe que estaba equivocado".

El propio Mahamadou, que antes no había participado en la conversación sobre Vox, se arranca en francés en la cocina, mientras friega los platos: "Mira, yo he perdido todo. Pero si pudiera mandar un mensaje a todos los que viven una situación difícil en España como inmigrantes, les diría dos cosas. Primero, que tengan paciencia y se esfuercen por salir adelante. Y segundo, que respeten las tradiciones y la ley en España y no den la razón a los racistas. Nosotros solo queremos una vida como la que tenéis vosotros aquí. Sin molestar a nadie. Si hacen eso, los españoles serán amables con ellos".

Todos los entrevistados para este reportaje reconocen que Mahamadou está mucho mejor que hace unos meses. "César me obliga a comer más y si ve que me encierro en mi habitación me dice que vayamos a dar un paseo, aunque él ande con dificultades. Cuando vivía en la calle no tenía a nadie que se preocupara por mí. Estaba solo en el mundo. Pero ahora tengo a César", concluye.

En la sobremesa, César señala el retrato colgado en el salón. "A mí me gusta mucho navegar. Me lo regaló mi cuñada, a la que llamo hija cero por ser la más pequeña de 19 hermanos. Cuando me casé con mi exmujer ella tenía dos años". César nació en Madrid en 1944 en el seno de una familia conservadora. Su padre trabajaba el cristal y su madre era ama de casa. Religioso y afiliado a Acción Católica, poco a poco se fue desencantando del cristianismo. "Viajar me abrió la mente. En ese sentido, yo no soy un caso normal. Por el trabajo estuve en Túnez, El Cairo, Argentina, Brasil, Nueva York, Suiza…".

Con 17 años empezó a trabajar de chico de los recados en Iberia, pero fue progresando en la compañía hasta convertirse en jefe de control general de red; 45 años más tarde dejó el trabajo, obligado por una prejubilación. Su salud no siempre ha sido la mejor. En 2010 estuvo a punto de morir por un ictus. “La enfermera nos llamó y nos dijo que viniéramos a despedirnos de él”, cuenta su hijo.

Recuperado aunque con la pierna izquierda floja, se graduó con 70 años en la carrera de Humanidades por la Universidad de Alcalá de Henares. Además, aprovecha sus ratos libres para escribir novelas semiautobiográficas y hasta hace poco viajaba anualmente a Colombia, donde vive su nueva mujer.

El último tango en Colombia
“¿Tienes una mujer colombiana?”. “Sí, es una larga historia”, responde. Tras divorciarse, un día vio a una de sus hijas usando Badoo en el móvil, una aplicación para ligar con otras personas, como Tinder. Le preguntó para qué servía. Cuando se lo explicó, le pidió que le creara una cuenta a él. Gracias a eso conoció a Gloria, una mujer colombiana 20 años más joven que él. Se gustaron y César decidió comprarse un billete de avión a Bogotá.

Sus hijos pronto entendieron que era imposible evitar ese viaje. “Mi hermana no paraba de arrepentirse. Decía que era su culpa”, cuenta entre risas uno de sus hijos. De Bogotá fue en autobús hasta el Valle del Cauca, una zona peligrosa en aquella época (Alemania recomendaba a sus ciudadanos no ir por las guerrillas). Pero César fue. Y nada más conocer a Gloria en persona, le propuso que se casaran. Y le dijo que sí.

Días más tarde, se presentaron en el consulado español de Bogotá para oficializar su matrimonio. Un funcionario les hizo las típicas preguntas para saber si la unión era real o de conveniencia. “Supongo que respondí algunas mal. No me sabía ni su número de teléfono ni el pie que calzaba. Unos meses después llegó una carta diciendo que nuestro matrimonio era de conveniencia”.

Desde 2008 y con el ictus entre medias, César ha viajado cinco veces a Colombia y ha enviado "dos kilos de cartas" a distintas instituciones jurídicas. "¡He escrito a Estrasburgo! Pero nadie me hacía caso. Yo alucinaba. Si estoy ocho años mandando cartas a todo el mundo será porque el matrimonio es real, ¿no?". Al final, fue en 2017 a los juzgados de Pinto, que le recomendaron ir al Ministerio de Justicia como si fuera la primera vez que lo quería validar. Tres meses después aprobaron su matrimonio.

César ya no tiene previsto volver a Colombia. “Le he dicho que venga ella. Prefiere hacerlo en invierno, aunque tiene que cuidar de sus hijos". Por ahora, su principal preocupación es que acepten el asilo a Rabee y a Mahamadou.

Oficinas colapsadas
Una vez que la solicitud de asilo ha sido aceptada a trámite, el Ministerio del Interior otorga un permiso de residencia, que se renueva cada seis meses. Tras la primera renovación, la persona adquiere el derecho a trabajar. En esta situación se encuentran Mahamadou y Rabee. El 65% de las solicitudes en 2017 resueltas fueron denegadas y el ministerio solo concedió el estatus de refugiado a 595 personas, aunque también les pueden aceptar la petición e incluirles en el plan de protección subsidiaria.

El problema es que desconocen cuándo resolverán su situación. Un informe de Eurostat en septiembre de 2018 señalaba que las oficinas están colapsadas: había más de 60.000 expedientes por resolver (y aumenta mes a mes).

Rabee es claro cuando se le pregunta por sus planes de futuro: “Lo primero que quiero hacer es homologar mi título de Veterinaria. Después, buscar trabajo. Mientras tanto, conseguir hablar español como los nativos y, por último, casarme con una chica para crear una familia".

Por su parte, César insiste con la Fundación Hogar. No considera que sea ningún sueño irrealizable. “Como te habrán dicho, soy muy cabezota. Voy a ser el enemigo número uno del sistema bancario", responde entre risas. De nuevo, su idealismo resulta un poco lastimoso, hasta que uno recuerda que César les ha cambiado la vida a Rabee y a Mahamadou. “¿Mi futuro con ellos? Si ellos quieren, pueden quedarse aquí hasta que se casen".

*El nombre de Mahamadou ha sido modificado por petición personal.

FUENTE:  Con información de CARLOS BARRAGÁN - https://www.elconfidencial.com

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