Ya no es el “eje del mal” de Bush, es la “troika de la tiranía”, según la definió el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca John Bolton, para añadir que “cada esquina de ella [Caracas, La Habana y Managua] debe caer”. La advertencia está ahí. Pero el Gobierno cubano tiene seis décadas de experiencia en resistir.
No hay que olvidarlo: Cuba salía de la pesadilla del Periodo Especial cuando, en febrero de 1999, Hugo Chávez llegó a la presidencia de Venezuela. Y se hizo la luz. Entre 1991 y 1994, luego de la desintegración de la Unión Soviética, el PIB cubano había caído un 35%. Con Moscú la isla realizaba el 70% de sus intercambios comerciales y de allí procedía, subvencionado, todo el petróleo. A Cuba —literalmente— se le hizo de noche. Y EE UU aumentó la presión. Para desincentivar las inversiones extranjeras, Washington aprobó las leyes Torricelli (1992) y Helms-Burton (1996), y grupos del exilio violento pusieron bombas en hoteles de La Habana para espantar a los turistas. Cuba emprendió un controlado proceso de reformas para sobrevivir: legalizó el dólar, inició una apertura al sector privado y apostó por el turismo y las empresas mixtas, y, aunque por el camino se quebró la sociedad igualitarista que había sido bandera de la revolución, las medidas ayudaron a superar el colapso y a que mejorasen las cifras macroeconómicas. Pero la situación no se consolidó hasta la llegada de la revolución bolivariana.
FUENTE: Artículo de opinión - Mauricio Vicent - El País