Por: Ana Bejarano Ricaurte - En 2016, Marco Schwartz, entonces director de El Heraldo de Barranquilla, realizó una elocuente entrevista a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia del momento, Margarita Cabello Blanco. En ella, la magistrada se describió como “una juez, desde que me gradué de la universidad, no he dejado de serlo” y procedió a explicar la laboriosa y huraña tarea de impartir justicia.
Era Margarita, la de toga. Hablaba desde el atril de una funcionaria de carrera, pues la barranquillera es una de las mujeres que más techos de cristal ha roto en la rama judicial colombiana. Por veinte años ejerció con éxito como magistrada del Distrito Superior de Barranquilla en su sala civil y fue la segunda mujer en la historia elegida como presidenta de la Corte Suprema de Justicia. Confieso que admiré las posiciones doctrinales y debates jurídicos que lideró Cabello Blanco desde su silla en la Suprema, y la manera inteligente y vigorosa en que lo hizo.
Fue fiel gestora de los intereses gremiales y abanderada de los reclamos de la rama en los arduos procesos de transformación de la justicia, cuando exigió una reforma para los jueces y por los jueces. Invitó a que se hiciera “en la privacidad de la casa, nosotros aquí callados, sin nadie más”.
Cabello incluso impartió justicia como presidenta del Comité Disciplinario de la DIMAYOR, una de las entidades que ha hecho parte del poderoso y cuestionable enroque del fútbol con los jueces. Margarita, la árbitra capaz de silbar pitos de todos los colores.
Pero aquella jueza, con semejante talento y habilidad, tenía ganas de sumergirse en otras aguas donde pudiera acumular más poder y salir de la sombra que naturalmente debe cobijar los despachos judiciales. Descendió del atril lentamente: primero fue lánguida procuradora judicial delegada de Alejandro Ordóñez; después fue ternada por Álvaro Uribe a la Fiscalía y luego Duque la sugirió para ser fiscal ad hoc en la investigación de Odebrecht, jugosa aspiración a la que renunció por su “respeto por la institucionalidad y por un presidente que quiere hacer las cosas bien”.
En su enroque con Duque se despojó definitivamente de la toga al ser nombrada como ministra de Justicia. Había defendido el proceso de paz, pero pesaba más su larga trayectoria en los pasillos de la rama o tal vez su cercanía con los centros de poder uribistas.
Y surgió Margarita la política, que se consolidó e impuso en esta nueva faceta de su carrera pública al ejercer una deshonrosa gestión como procuradora general de la nación. Fue como si un Mr. Hyde desesperado se abalanzara para sofocar al Dr. Jekyll.
Cabello desapareció el control que debía ejercer la Procuraduría sobre el Ejecutivo y silenció decenas de investigaciones en contra de funcionarios del Gobierno o de su partido. Trasladó a funcionarios que denunciaron casos internos de corrupción. Se aproximó con lentitud o incluso inacción frente a los peores escándalos de corrupción del país. Algo similar a la Fiscalía de Barbosa.
Pero es que Margarita, la política, ha estado muy ocupada en convertir a la Procuraduría en un botín burocrático, aún más de lo que ya era, al embutir por la insaciable garganta del Congreso una reforma antitécnica que costó doce mil millones de pesos y creó 1.200 nuevos cargos, cuya necesidad es absolutamente cuestionable. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles