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domingo, 25 de marzo de 2012

(Colombia) Pobre Catatumbo

Visto desde arriba, El Tarra luce como tantos otros pueblos de Colombia: un reguero de casas apaciblemente asentado frente al río, en un estrecho valle ensombrecido por las nubes. En el tramo final de la carretera que llega de Ocaña, las acrobacias de los viejos Renault que hacen el trayecto y se deslizan con insólita destreza por el fangal de varios kilómetros que desciende abruptamente hacia el poblado, concentran toda la atención del viajero que llega a un lugar reputado como uno de los sitios más peligrosos del país.
Justo antes de las primeras casas, el conductor entrega 5.000 pesos a una joven que levanta la guadua que cierra el paso. Doscientos metros más adelante, una base militar flanqueada por garitas con sacos de arena pintados de verde y centinelas en arreos de combate domina el casco urbano. El centro y el parque, llenos de gente y de motos, se vacían no bien cae la tarde, como todo el pueblo. La gente se acuesta temprano –unos en sus casas y, por estos días, otros, fuera de ellas, en albergues improvisados– rogando que amanezca pronto y, al menos esa noche, no pase nada en El Tarra, un polvorín que, como todo el Catatumbo, encierra las claves del futuro de la guerra y la paz en Colombia.

“Dos pelaos de civil, con pistolas, me pararon, me obligaron a atravesar el bus y a salir corriendo”, cuenta al día siguiente Jairo, chofer de uno de los buses que todavía se arriesgan por estas carreteras. Desde la madrugada, su vehículo, pintado con letreros en aerosol negro que dicen “carro bomba” y “Farc.EP”, bloquea la pantanosa vía de bajada hacia El Tarra, a unos dos kilómetros del pueblo. Tomará cerca de una semana que peritos en explosivos lleguen de Cúcuta o Bogotá a verificar si se trata de un falso carro bomba o uno de verdad. En el día, los viajeros se limitan a desmontar del vehículo en el que llegan, pasan junto al bus y caminan hasta el pueblo, cargando hijos y corotos. Pronto los mototaxis acuden a prestar servicio a los viajeros. “Los prudentes apagan el celular para pasar al lado del bus; los demás, pasamos y listo”, cuenta uno. “Es la segunda vez que me pasa”, concluye Jairo, resignado.

VER ARTÍCULO COMPLETO EN: http://www.semana.com/nacion/pobre-catatumbo/174344-3.aspx

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