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lunes, 26 de noviembre de 2018

(EE.UU.) Una prostituta a favor de su oficio: "Soy una mujer de negocios"

"Soy una mujer de negocios. Hice lo que los políticos dicen que los inmigrantes tienen que hacer: trabajar duro, aprovechar la oportunidad, maximizar el talento, ajustarse y adaptarse a la nueva economía mundial". Así se define y justifica Svetlana Z, una mujer de origen ruso que ha pasado toda su vida trabajando en la prostitución en Estados Unidos. Su historia seguramente sea parecida a la de muchos inmigrantes que parten muy lejos de su país con un sueño en mente, y que tarde o temprano acaban viendo como todas sus esperanzas se rompen. Pero no su dinero.

"Salí de mi país porque quise estudiar cine y psicología, y ahora puedo pagármelo. Me gustaría casarme y tener un hijo", comenta ahora, una vez pasado el tiempo. Svetlana Z ha narrado su vida a través de un largo reportaje publicado en la revista 'Medium'. Las palabras escogidas a la hora de contar sus experiencias en la gran ciudad resultan duras y afiladas; sin embargo, de ellas se desprende un mensaje de redención, una vía de escape a la sordidez que implica el acostarse con otros hombres por dinero.

Ella creció en el centro de Rusia. "Cuando era pequeña, quería ser una guía turística y ver mundo", relata. Pero un buen día, llegó un autobús turístico a su ciudad, "pequeño y apestoso, sin aire acondicionado", con un guía de aspecto físico dejado y desastrado. "Pensé que los guías turísticos en Estados Unidos serían mejores". Por ello, decidió partir a Nueva York con 19 años y tan solo 300 euros en el bolsillo. ¿Cómo llegó a trabajar de prostituta? “Solicité trabajos en restaurantes y consultorios médicos, pero nadie me contrataba”, explica. “Vi un anuncio para bailarinas y llamé. Me recogieron en un camión lleno de más chicas. Al final, nos llevaron a un club donde muchos hombres querían tocar diferentes partes de mi cuerpo. Gané 300 dólares, y decidí que nunca jamás volvería a hacerlo”.

Pero desgraciadamente, su camino volvería a cruzarse con el de hombres ávidos de sexo. “Respondí a otro anuncio para trabajar en una cafetería turca. El propietario me dijo: 'No hace falta que trabajes. Si me dejas follarte, te pagaré'”. Evidentemente, Svetlana Z se negó. Pero un día vio un anuncio en una tienda de masajes. No hacía falta que tuviera experiencia y prometía un salario de 500 dólares por día. Al final, su empleo resultó ser algo más que efectuar unos simples masajes. No se vio obligada a nada que no quisiera y ganó bastante dinero. Meses más tarde, la despidieron y decidió montar un mismo negocio por su cuenta con una compañera.

Uno de sus clientes asiduos, un hombre rico que siempre le preguntaba por su vida en la lejana Rusia, conectó emocionalmente con ella y le prestó ayuda psicológica. Una noche, le ofreció más de mil euros para que se acostase con él. “Fue tentador, pero pensé que si alguna vez accedía a algo así, ya nunca jamás me respetaría a mí misma”, reconoce. “Así que me invitó al Plaza Hotel, en una suite con excelentes vistas. Abrió una botella de champán caro y comenzamos a hablar. Luego nos desnudamos y tuvimos relaciones sexuales. Me dio un sobre con mil dólares, pero me reiteró varias veces que no se trataba de un pago; solo lo hacía porque le gustaba”. Se puede decir que a partir de ese momento, Stevlana Z ingresó en la prostitución.

Una de las cosas más curiosas que la extrabajadora sexual cuenta en su artículo, es que las diferencias raciales eran sin duda la balanza con la que se medía el caché de los encuentros. “Las chicas blancas eran las que más cobraban, al menos en Nueva York. Luego las españolas, las asiáticas y, por último, las negras”, explica. “Uno de mis clientes me instó a que me aprovechara de la situación”. Manos a la obra. Pensó en hacerse autónoma y dejar de trabajar para agencias. “Establecen tus citas, te cuidan. Pero también adquieren un porcentaje de tus beneficios. Las empleadas de estas agencias o quieren lidiar con la carga de ser dueñas de sus propios negocios. En mi caso, puse toda la carne en el asador y me hice autónoma. Lo hice por mí misma y por nadie más. Fue muy duro. Al fin y al cabo, los empresarios del sexo son los únicos que se hacen ricos de todo el negocio”, admite.

"A los hombres les gusta acostarse con mujeres de caras bonitas y cuerpos delgados, pero también cultas e interesantes", puntualiza Svletana Z. "Les solía decir a los clientes que acababa de regresar de Dubái o Hawai. Nunca he estado en ninguno de esos lugares, pero aprendí sobre ellos en la televisión. Me hizo más exótica. Estaba disponible las doce horas del día, desde el mediodía hasta la medianoche. Siempre fui puntual, amable, incluso cuando el cliente se portaba mal y era grosero. Ya sabes, una o dos malas críticas pueden hacer daño al negocio".

Svletana Z estuvo en la cama con chicos de todas las edades, desde mayores de 60, hasta menores de 30 años que solo querían experimentar su primera vez. "Los chicos jóvenes son lo peor. Los que todavía eran vírgenes eran horribles, una pesadilla. Una vez estuve con uno que todo lo que había hecho en su vida era consumir pornografía y masturbarse hasta los 25 años. Fue algo así como: 'Venga, haz esta posición, da la vuelta, mejor así'. Ni siquiera sabía hablar a una mujer. Me dio pena. Pero aún así, traté de ser amable".

Para ella, los clientes se dividían en cuatro categorías. Los que simplemente quieren pagar por la compañía y que creen que están comprando una relación sentimental. Los que creen que te poseen y las parejas. "Los primeros son los más simples. El segundo, aunque piensan que son dulces, pueden ser muy exigentes contigo. Los del tercero sin duda son los que más dolores de cabeza te provocan", asegura. "Un tipo me pidió que derramara miel sobre mi cuerpo antes de hacerlo. Me negué. Entonces, me ofreció el triple y finalmente acepté. Tardé dos horas en limpiar todo, desde las sábanas hasta mi cara y mi pelo. Fue entonces cuando decidí que si alguien me volvía a pedir lo mismo, le pidiría hasta cuatro veces más".

Por otro lado, "el noventa por ciento de mis clientes estaban casados, y la mayoría eran banqueros. Si conoces a un inversor y te dice que nunca ha estado con una prostituta, o es un santo o un completo mentiroso. A un tercio de ellos les gustaba ver cómo me masturbaba y la mitad siempre me preguntaba por el tamaño de su miembro. Un 80% me preguntaba siempre si había tenido un orgasmo". Al final, la jugada le salió perfecta. "Cumplí 24 años en marzo y logré ahorrar 200.000 dólares en la prostitución. He viajado a Marruecos, París, Pekín y Mónaco", subraya y concluye, sin un ápice de resentimiento hacia el sexo masculino. "No odio a los hombres, no soy una víctima, nunca me han violado ni drogado, y tampoco he hecho prornografía".

FUENTE: Con información de E. ZAMORANO - https://www.elconfidencial.com

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