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domingo, 15 de agosto de 2021

(Colombia) El horno que nos espera (+Opinión)

Por Daniel Samper Pizano - El mundo empezó a acabarse a fines del siglo XVIII, cuando no bastó la leña para impulsar las máquinas creadas por la Revolución Industrial y fue preciso acudir a la explotación masiva del dañino carbón mineral. Hacia 1850 el consumo del carbón de mina superó en los países más desarrollados al carbón vegetal, y al despuntar el siglo XX el uso extendido el petróleo se sumó a él. Estados Unidos, que en 1860 producía 2.000 barriles de crudo, llegó en 1910 a 130 millones. El dúo nefasto que iba a destrozar la atmósfera estaba en marcha. Este par es responsable de la desaparición de bosques y la creación de un invernadero invisible sobre el planeta que lo calienta y asfixia.

Un siglo después, la tierra se descomponía bajo el efecto de sus gases y de muchos otros ataques a granel. Entre ellos, la acumulación de plásticos casi indestructibles, la contaminación de mares y ríos, la deforestación, el riego de venenos químicos, la cacería y la pesca exterminadoras, el crecimiento desmesurado de la población, el despilfarro consumista y la sobreexplotación de productos naturales. 

“Tenemos al frente dos caminos. El que venimos recorriendo es una autopista más fácil, cómoda y veloz, pero conduce al desastre. El otro, el menos empleado, nos ofrece la última oportunidad de preservar la tierra”.

Rachel Carson, Primavera silenciosa, 1962.

Aún faltaban dos factores que multiplicaron los anteriores: la falta de conciencia ciudadana sobre la gravedad del problema y la irresponsabilidad criminal de los dirigentes políticos nacionales e internacionales. La bióloga estadounidense Rachel Carson publicó El mar que nos rodea, primer grito de alarma general sobre la trascendencia del medio ambiente y los peligros que lo acechan. El 2 de julio de 1951, hace exactamente setenta años (fecha que transcurrió en blanco pese a que sus profecías se están cumpliendo de manera pavorosa), el libro debutó en las vitrinas. Tuvo éxito inmediato. Vendió 250.000 ejemplares en pocos meses y figuró durante 86 semanas en la lista de los más solicitados. Once años después, Carson dio un nuevo campanazo, esta vez con Primavera silenciosa, donde, con mayor intención de denuncia que de divulgación, expone las secuelas nocivas del DDT y otros productos químicos. Aquellas señales de peligro desataron la literatura ecológica para lectores no versados en minucias científicas. La cita que encabeza esta columna era un angustioso llamado a modificar el rumbo hacia el suicidio. Carson murió dos años después, a los 56, víctima del cáncer de mama, enfermedad que en la gran mayoría de los casos surge o se agrava por factores ambientales.

Los ciudadanos empezaron a enterarse entonces de la bomba de tiempo que nos acecha, pero hicieron poco por oponerse a ella. Es imposible luchar contra la contaminación sin la ayuda de la gente, pero la gente solo ayuda si la obligan o si, por ventura, entiende la trascendencia de sus actos. Los políticos, en cambio, desde hace años han tenido en sus manos el poder e informes científicos que auguran el desastre. Por desgracia, los intereses chuecos que los sostienen los indujeron a optar primero por negar el peligro y más tarde por reconocerlo pero culpar de él a Papá Dios y a causas naturales ajenas a la voluntad humana. Mentiras. No hace mucho, Donald Trump descalificó con tres palabras un informe que alertaba sobre el inminente acabose: “No les creo”. Por este bárbaro, conviene recordarlo, votaron 62 millones de electores gringos, y por otro bárbaro, el capitán (r) Jair Bolsonaro, 58 millones de brasileños. China, Rusia y Estados Unidos, principales depredadores, apenas se dan por enterados, y eso que Joe Biden empieza a moverse. ->>Vea más...

FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles

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