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viernes, 26 de agosto de 2016

(Alemania) 'Vivir' contra el olvido de la barbarie nazi

El final de la Himmelpforte Landstrasse -que significa, irónicamente, la carretera de la Puerta del Cielo- desemboca en un frondoso bosque de árboles de color verde oscuro -coníferas en su mayoría-, a orillas de los lagos Schwedtsee, Baalensee y Stolpsee, el más grande de ellos. Los tres forman una especie de triángulo isósceles en cuyo interior, aquí y allí, empieza a clarear la vegetación y a dejar paso a la tierra seca y al hormigón. Una especie de camino de color grisáceo pavimentado y comido por los hierbajos dispone de forma simétrica una serie de habitáculos rectangulares, catorce en concreto, o al menos lo que queda de ellos.

Un poco más a lo lejos, las ruinas de una antigua fábrica de Siemens. Más concretamente, el campo de trabajo de Siemenslager en el que obligaron a miles de mujeres presas del régimen nazi a construir tecnología militar: teléfonos de campaña, complementos eléctricos para submarinos e incluso piezas destinadas al programa V2, el primer misil balístico de largo alcance de la historia. Y esos pedazos de hormigón y malas hierbas a orillas de los lagos Schwedtsee, Baalensee y Stolpsee, que parecen inocuos, al final de la carretera de la Puerta del Cielo, fueron desde 1938 a 1945 el complejo del KZ Ravensbrück, un campo de exterminio nazi que encerró a más de 132.000 mujeres, 20.000 hombres y 1.000 niños.


El 23 de abril de 1945, los camiones blancos de la Cruz Roja sueca sacaron de Ravensbrück a las presas francesas. Primero se habían llevado a las suecas, pero como el rey de Suecia, Gustavo V, "tenía antepasados franceses, la familia de los Bernardotte, que habían vivido en la región de Pau en los tiempos de Napoleón", después les tocó el turno a ellas, entre las que se encontraba Anise Postel-Vinay (París, 1922), que en el momento de la liberación, un año y medio después de su entrada, no había cumplido ni 23 años. Más de siete décadas después, la editorial Errata Naturae publica 'Vivir', las memorias de la antigua resistente escritas en colaboración con la periodista Laure Adler (Caen, 1950) y que salen a la venta el próximo 29 de agosto.

"Los alemanes llegaron, montaron sus metralletas en trípodes y dispararon contra la multitud"

Postel-Vinay no puede olvidar. Todavía tiene pesadillas en las que le persigue la Gestapo. Pero, sobre todo, no quiere que olviden. No quiere que, aunque hayan pasado 70 años -sobre todo, porque han pasado 70 años-, la sociedad relegue al Holocausto a un mero hecho simbólico desapegado de la realidad y proclive al revisionismo.

El 17 de junio de 1940, el mariscal Pétain pedía el armisticio a Adolf Hitler. Seis días después, Hitler, Albert Speer y el escultor Arno Breker se fotografiaban frente a la Torre Eiffel, en una imagen icónica representativa de los cuatro años de ocupación que seguirían. Unos meses después, el 11 de noviembre, Postel-Vinay acudía a la manifestación en la plaza de L'Étoile para depositar flores junto a la llama del Soldado Desconocido. Pero, "cuando los alemanes llegaron, montaron sus metralletas en trípodes y dispararon contra la multitud". Fue entonces cuando Postel-Vinay decidió abandonar el instituto en el que estudiaba y, con 19 años, unirse al Servicio de Inteligencia de la Resistencia Francesa.

El horror al otro lado de la frontera

El 15 de agosto de 1942, "hacía un día radiante" en El Havre. La joven espía tenía que encontrarse con una informadora cuando, de la forma más tonta, cayó en manos de agentes de la Gestapo, que la metieron en un coche y la trasladaron a la prisión de La Santé. De allí a Fresnes y de Fresnes a Romainville. De cárcel a cárcel, pasando el tiempo entre plan de fuga y plan de fuga. Pero cuando los alemanes dijeron "coged vuestras cosas, os marcháis", Postel-Vinay no se podía imaginar que al otro lado de la frontera alemana aguardaba el horror.

Pocas personas han descrito el horror de un campo de concentración como Primo Levi en 'Si esto es un hombre'. Las peleas por conseguir una ración del fondo de la olla a la hora de la comida, donde se posaban los restos de patata. El frío en los pies entumecidos, embarrados y llenos de heridas. La compasión para con el débil frente al instinto de supervivencia. Como el robo de una cuchara puede ser una condena a morir de inanición. El olor a excrementos, enfermedad y muerte. El vaciamiento paulatino de cualquier rasgo de identidad del ser humano. La lucha por seguir siendo.

El relato de Postel-Vinay no profundiza tanto en la psique, en las consecuencias, en el aspecto simbólico de los hechos, sino que prefiere describirlos de una forma más despegada, distanciada, dejando que los acontecimientos hablen por sí solos y en ocasiones, recordando la interpretación que hizo de ellos en su momento, sin la perspectiva del tiempo.

"Comparó a aquellas prisioneras con los animales que van camino del matadero y 'saben' que van a morir"

La exespía recuerda su llegada a Ravensbrück. "Al ver a aquellas mujeres desfiguradas, grises, con la mirada ausente, nos asustamos. De repente sentimos que entrábamos en una zona de muerte. Resulta difícil de explicar, pero sobrevino esa convicción, sin lugar a dudas. Las SS hacían cantar a algunas mujeres, al compás, en alemán... Germaine y yo estábamos juntas cuando llegamos y recuerdo que ella comparó a aquellas prisioneras con los animales que van camino del matadero y 'saben' que van a morir".

"El médico del campo, acompañado siempre por el jefe de enfermeros, recorrió las filas y eligió entre siete y diez mujeres, a las que se pidió que fueran a la enfermería. [...] Algunas murieron sin que nadie supiera qué les había ocurrido. cuando salieron de allí, las supervivientes tenían heridas de diferentes tamaños en las piernas". Esas mujeres eran las 'Kaninchen' ('conejas'), con las que el profesor Gebhardt, rector de una facultad de Berlín y bajo la supervisión de Himmler, hacía "experimentos humanos". Gebhardt "había hecho traer del Instituto de Sanidad de Berlín gérmenes del tétanos y la gangrena gaseosa y los introducía directamente en el hueso. [...] Aquellos experimentos constituían una de las principales pasiones de Himmler. Nuestras pequeñas 'conejas' quedarían mutiladas para siempre".

"Aquellos experimentos constituían una de las principales pasiones de Himmler. Nuestras pequeñas 'conejas' quedarían mutiladas para siempre"

Un relato que sería increíble de no ser cierto. Y precisamente, para callar a esas cejas levantadas, a esos revisionistas de la historia, a los negacionistas del Holocausto y a los que simplemente muestran indiferencia, suspicacia o cansancio ante los testimonios de quienes sufrieron el yugo del Tercer Reich, a todos ellos dirige Postel-Vinay 'Vivir'. "Recuerdo que me invitaron a la televisión y que el periodista había elegido como tema de la semana los experimentos médicos humanos. Yo debía esperar en el estudio. A mi lado había un médico y nos pusimos a hablar. Cuando le conté mi historia en el campo, por poco me estrangula; me tomó por mentirosa. No sólo no me creyó, sino que encima se puso hecho una furia".

Y es que las mujeres del campo de Ravensbrück no sólo sufrieron trabajos forzados, hambre, enfermedades, mutilaciones y la incertidumbre sobre si seguirían vivas o, en el peor caso, les esperaría la muerte. Postel-Vinay no olvida que, en cuanto los alemanes abandonaron los campos conscientes de que perdían la guerra, las supervivientes del campo, que esperaban que los "héroes" aliados las liberasen, se encontraron con las violaciones sistematizadas por parte del ejército soviético, primero. Después, con un penoso camino de vuelta a sus ciudades, tras el cual sus compatriotas las habían olvidado -la ocupación había terminado hace meses, incluso años, y la vida tenía que continuar-, donde se encontraban con las noticias de familiares muertos y donde el aluvión de testimonios de supervivientes habían inmunizado a gran parte de la sociedad, que simplemente pedía pasar página.

"Me da la sensación de que la transmisión de la vil historia del nazismo está siendo muy complicada, de que el antisemitismo vuelve a resurgir"

El 27 de mayo de 2015, el Gobierno francés celebró una ceremonia para acoger en el Panteón de París -destinado a honrar a los personajes ilustres no militares de Francia- las cenizas de algunos de los presos que compartieron vivencias en los campos de concentración con Postel-Vinay, una de las últimas supervivientes. "Me causó una gran impresión enterarme de que Germaine y Geneviève, mis grandes amigas, iban a entrar en el Panteón. [...] El Panteón es un vector de esa transmisión cuya dificultad percibo cuando hablo con los más jóvenes: a pesar de su energía, de su amabilidad, veo que son tremendamente distintos a como éramos nosotros; nosotros éramos militantes, aún creíamos en el progreso, como nuestros padres. No puedo evitar ser bastante pesimista al respecto: me da la sensación de que la transmisión de la vil historia del nazismo está siendo muy complicada, de que el antisemitismo vuelve a resurgir".

FUENTE: Marta Medina - http://www.elconfidencial.com

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