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Las elecciones del 21-D, convocadas por el presidente del Gobierno bajo el paraguas del artículo 155, se han convertido finalmente en un plebiscito entre dos bloques: los que defienden el independentismo (ERC, JuntsXCat y la CUP) y aquellos que se agrupan en defensa de la actual Constitución y en contra de la DUI (Cs, PSC y PP) con la incógnita de los 'comuns', en esta ocasión bajo las siglas Catalunya En Comú Podem, y cuyos diputados aspiran a ser otra vez la llave para formar gobierno, pese al descenso en votos y escaños que auguran tormentas en las relaciones de Podemos y el liderato de Pablo Iglesias sobre las confluencias.
En las últimas elecciones autonómicas de hace dos años, el bloque independentista obtuvo 1.966.508 votos (un 47,8% del voto emitido) frente a los 1.608.840 del bloque constitucionalista (736.364 de Cs; 523.283 del PSC y 349.193 del PP) lo que supuso un 39,11% del voto. Si a esas cantidades se sumaban los 367.613 votos de Catalunya Si Que Es Pot y su 8,94%, el bloque supuestamente 'unionista' habría ganado esas elecciones con 1.976.453 votos y un 48,05%. Menos de 10.000 votos separaron a uno y otro bloque, con el añadido de que las cuentas, como se ha visto posteriormente con el comportimiento y la ruptura de algunos de los 13 diputados de CSQP como Dante Fachin, tenían truco: varios parlamentarios 'morados' apoyaron la DUI y la ruptura unilateral.
Por ello, todas las miradas se centraban hoy en saber si los independentistras, con su cabeza de lista en la cárcel (Oriol Junqueras) o fugado en Bruselas (Carles Puigdemont), superarían esos 1.966.508 votos de hace dos años. En teoría, la movilización excepcional prevista jugaba en contra de los intereses de los soberanistas: en las elecciones autonómicas, el electorado 'indepe' se había movilizado tradicionalmente mientras que los 'unionistas' preferían quedarse en casa y acudían a votar en las generales, al entender que las elecciones al Parlamento español les concernían más.
A medida que el 'procés' iba dominando el debate, esa tendencia comenzó a romperse. Hace dos años ya se produjo una participación récord para unas elecciones autonómicas en Cataluña con un 74,95% (4.130.196 votantes), y desde hace semanas se anticipaba que ese récord iba a saltar este 21-D por los aires y daría alas a los partidos constitucionalistas: el aumento de participación respondía a una movilización inusual en las filas 'unionistas', y el voto -por ejemplo- en el cinturón rojo -cada vez más anaranjado- ya se antojaba una de las claves para saber si. finalmente, el bloque constitucionalista superaba a los independentistas.
Movilización 'indepe' después de comer
Los primeros datos de la participación avanzados alertaban ya de una tendencia: hasta la una de la tarde, la participación había caído apenas 4 décimas con respecto a 2015, pero las 'tripas' de esos datos desvelaban que la participación a esa hora subía tres y cuatro puntos en los feudos tradicionalmente constitucionalistas como Barcelona capital, L'Hospitalet y otras ciudadades del cinturón de Barcelona y caía en el interior de Girona y otros feudos independentistas. Las alarmas saltaron en las filas independentistas y los CDR (Comités de Defensa de la República) comenzaron a hacer llamamientos por los grupos de Watssap y Telegram para que sus votantes salieran de sus casa y acudieran a votar.
La apelación funcionó: en el segundo avance la participación con respecto a las elecciones de 2015 se disparaba más de cinco puntos, y aunque seguía siendo mayor la subida en las zonas constitucionalistas (6, 7 y hasta casi 8 puntos más en barrios de Barcelona o municipios del cinturón como Hospitalet) la participación en las zonas tradicionalmente 'indepes' se recuperaba y ya era más alta que en 2015. La batalla, por tanto, estaba servida. Finalmente, y a falta de datos oficiales, se espera que la participación supere el 83%.
Pero la movilización puede no ser suficiente para que el triunfo sin paliativos de Arrimadas y Ciudadanos, tanto en votos como en escaños, le convierta en la primera presidenta de la Generalitat. Los vetos cruzados, el imposible apoyo de los comuns, los malos resultados del PP y la escasa subida del PSC pueden acabar dando el Gobierno a una alianza de los independentistas. Eso sí, salvando también sus propias guerras internas y la negativa de JxCAT a investir a otro presidente que no sea Puigdemont o la pelea en ERC por saber si Junqueras cederá el puesto a Marta Rovira. En definitiva, un panorama muy complejo en el que no hay que descartar que, al final del camino, se adivine otra vez el fantasma de unas nuevas elecciones.
FUENTE: Con información de Alberto Pérez Giménez - https://www.elconfidencial.com – (PULSE AQUÍ)