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domingo, 26 de agosto de 2018

La doble divisa de Venezuela ya funciona en Cuba... donde no saben cómo eliminarla

El calendario de conmemoraciones oficiales no la recoge entre sus fechas significativas; de hecho, son pocos los que en Cuba recuerdan aquel 14 de agosto de 1993 en que Fidel Castro “despenalizó” el dólar estadounidense. Mas un cuarto de siglo después, la doble circulación monetaria y sus consecuencias determinan –como pocos otros fenómenos– la realidad cotidiana de la isla. Todo comenzó, como muchas otras cosas, con un decreto ley: el número 140 de 1993. La nueva norma, publicada al día siguiente del cumpleaños 67 del 'Comandante', suprimía del Código Penal el delito de “poseer monedas extranjeras”, y autorizaba a los cubanos a abrir cuentas bancarias en dólares y a comprar en comercios para turistas y extranjeros, “donde no requerirán identificación de tipo alguno”.

“Se estima que en el primer año de aplicada esta medida entraron al país unos 537 millones de dólares por esa vía, lo cual permitió a una parte de los cubanos –estimada en el 21% del total– recibir ingresos que en ese contexto podrían considerarse extraordinarios, al tiempo que el Estado se nutría de recursos indispensables para cubrir necesidades elementales de quienes no tenían acceso a esos recursos”, destacó en octubre de 2014 el exministro de Economía José Luis Rodríguez. Para evitar una 'dolarización' de la economía frente al cada vez más precario Peso Cubano (CUP), la moneda oficial, el Gobierno creó una década después el Peso Convertible (CUC) con el que se manejaban los turistas en la isla.

En rigor, Cuba posee hoy tres monedas con curso legal: además del CUP y el CUC, existe también la “divisa estatal”, institucionalmente conocida como CUC con Certificado de Liquidez. El común de los ciudadanos solo tiene acceso al CUP y el CUC simple, este último equivalente al dólar de los Estados Unidos y canjeable por 24 CUP en las Casas de Cambio (Cadeca). Más complicada resulta la conversión de la “divisa” con que operan las instancias del Gobierno. La misma se mueve en cotizaciones que van desde el “uno por uno” con respecto al CUC a menos de la mitad de esa cifra, dependiendo de un enrevesado esquema financiero. Además, buena parte de la población sigue empleando el dólar en sus transacciones, ajustándose a cotizaciones clandestinas que rondan los 95 centavos de CUC.

El resultado es una auténtica pesadilla para los economistas y funcionarios que deben equilibrar las cuentas del país. Ante la constatación de las dificultades, hace muchos años que la llamada “unificación monetaria” se encuentra entre los planes gubernamentales. A finales de 2013, el General de Ejército Raúl Castro llamó a las empresas y otras dependencias estatales a prepararse para el “Día Cero”, en el que dejarían de circular los diversos entes cambiarios que coexisten con el peso cubano. A día de hoy, Cuba sigue sin poder implementar esta simplificación. Por eso, casi nadie entiende, ni siquiera en la isla, que este modelo haya sido la opción escogida por Nicolás Maduro para tratar de atajar la crisis económica que asola Venezuela.

Venderles dólares a los venezolanos
La fuga de divisas ha sido una preocupación constante para La Habana desde los tiempos de Fidel Castro. Fue precisamente él quien en noviembre de 2004 estableció el CUC como “moneda libremente convertible” de uso exclusivo dentro del territorio nacional. Desde entonces, la posesión de dólares no está penada por la ley, pero todos los productos y servicios estatales son comercializados únicamente en CUP o CUC. El resto de las divisas deben ser canjeadas en las Casas de Cambio, donde el dólar sufre un descuento del 10% como “compensación por los costos y riegos que origina su manipulación” (las leyes del Embargo estadounidense contra Cuba penalizan a los bancos de otros países que operen con dólares recaudados en la Isla).

“Antes que venderlo en Cadeca, con la ‘multa’ del 10%, la gente prefiere cambiar sus dólares en la calle. Al final, es un negocio en el que todo el mundo gana: el comunitario que le mandó dinero a su familia aquí, esa propia familia, nosotros y quienes nos lo compran para llevárselo pa’ fuera”, asegura Michel, un joven vendedor de divisas.

La práctica totalidad de sus clientes son “mulas” y “colaboradores”. Los primeros se cuentan entre los cientos de cubanos que cada semana viajan a otros países para comprar infinidad de artículos que luego venden en el desabastecido mercado de la Isla; los segundos son profesionales que prestan servicios en Venezuela. Los altos precios que allí alcanza la divisa estadounidense han impulsado ese singular tráfico entre La Habana y Caracas: un número significativo de colaboradores viajan con dólares que cambian a buen precio en el mercado paralelo; más tarde, la ganancia se transforma en ropas, equipos electrodomésticos y otros bienes que remiten a sus lugares de residencia y que no pocas veces se venden para reiniciar el ciclo. El único problema es que el negocio no ha escapado a la vigilancia de la delincuencia venezolana y en los últimos meses se han producido varios asaltos a recién llegados, con el objetivo de despojarlos del dinero que llevan consigo.

La dualidad monetaria siempre se imaginó como una medida coyuntural, inevitable ante la difícil situación económica que atravesaba el país hacia 1993, pero insostenible a medio y largo plazos debido a la creciente desigualdad que genera. Sin embargo, el peso de la realidad ha sido mayor que el de cualquier pretensión. A la discreta pero sostenida recuperación económica de finales de los noventas y principios de este siglo siguieron la decisión de limitar el crecimiento de la economía privada y la inversión extranjera, los años de la Batalla de Ideas (una suerte de Revolución Cultural con resultados similares a la experiencia china, aunque sin sangre), la salida de Fidel Castro del poder y el intento de reforma de su hermano Raúl. En todo este tiempo los cubanos han vivido afrontando el reto de cobrar sus salarios en una moneda y afrontar buena parte de sus gastos en otra 25 veces más cara.

Vivir en dos monedas
“Lo que para mí, mi generación y otras anteriores a la mía, es una situación anormal, es para todos los nacidos después [a finales de los 80 y en los 90], la más normal de todas las situaciones: vivir con dos monedas, comprar con dos monedas, comer con dos monedas, pensar en dos monedas”, comenta el economista Juan Triana Cordoví, profesor de la Universidad de La Habana. En su opinión, ni siquiera la eliminación del CUC será una garantía para que pueda cumplirse la meta de “prosperidad” que desde hace años promueve el gobierno.

Lograrlo dependería en primer lugar de que las autoridades sean capaces de retomar una “disciplina monetaria” que ellas mismas rompieron a mediados de la década anterior, cuando abandonaron el principio de que “no existieran más CUC en operaciones que los que tenían respaldo real en dólares estadounidenses”, agrega el experto en su columna de la revista digital Oncuba. Sumar circulante al sistema financiero permitió mantener en marcha las “conquistas de la Revolución” – sobre todo la Salud Pública y la Educación– pero como solución de contingencia al fin, sus efectos negativos no tardaron en revelarse.

En el último año Michel ha debido lidiar con varias “crisis” en su negocio. Todas han tenido como origen los insistentes rumores de que “están a punto de unificar la moneda”. “La gente se vuelve como loca buscando cambiar los CUC por pesos cubanos o dólares”, explica. “Uno tiene que llevar sus cuentas bien claras para saber hasta qué punto conviene comprar de una u otra moneda, sobre todo porque casi nadie pone en dudas que muy pronto va a pasar ‘algo’”.

Aunque el 30 de marzo pasado el Banco Central de Cuba anunció que el CUC permanecería en circulación, pues “el comienzo de la unificación monetaria todavía no se ha definido”, en la psique colectiva persiste el temor a ese anticipado “Día Cero”, que en diciembre último Raúl Castro consideró “no puede dilatarse por más tiempo”. “Nadie puede calcular el elevado costo para el sector estatal de la persistencia de esta dualidad monetaria y cambiaria, que favorece la injusta pirámide invertida, en la que con una mayor responsabilidad se recibe una menor distribución”, resaltó en aquella ocasión el General-Presidente.

La decisión final, ¿a las puertas?
El bajo poder adquisitivo de la mayoría de los salarios estatales ha puesto en crisis sectores como el magisterio (en el que se calcula un déficit cercano al 10% de la plantilla de profesores), y la construcción y la agricultura (sostenidas estas últimas por miles de presos movilizados a través de un programa de reeducación nombrado “Tarea Confianza”). Como promedio, un maestro de enseñanza primaria con titulación universitaria recibe poco menos de 600 CUP mensuales por su labor (alrededor de 25 CUC, menos de 22 euros); en contraste, en las cadenas comerciales del Estado un litro de aceite cuesta dos CUC y un kilo de pollo congelado 1,70 CUC.

Más de 200 especialistas trabajan en un plan de propuestas para poner fin a la dualidad monetaria, aseguró en diciembre de 2017 el todavía en ese momento vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo Jorge. Mas su apartamiento de dicho cargo y el calamitoso estado de las arcas públicas con que ha debido lidiar el nuevo mandatario, Miguel Díaz-Canel, ponen entre signos de interrogación la posibilidad de desmontar la actual estructura, inoperante pero enquistada en todo el cuerpo financiero del país.

“Potencialmente habrá grandes ganadores y grandes perdedores [en un hipotético escenario de reunificación monetaria]. El cubano promedio piensa que el salario real va a aumentar. Eso significa una mayor demanda, ¿y de dónde salen los bienes para satisfacer esa demanda?”, alertaba hace algunos meses el académico norteamericano Richard Feinberg, profesor de Economía Política Internacional en la Universidad de California en San Diego e investigador de la Brookings Institution. “Si aumenta la demanda sin una mayor oferta, el resultado es una inflación potencialmente seria. El gobierno cubano no ha echado los cimientos en términos de conciencia pública sobre cómo enfrentar una inflación potencial”.

El recuerdo de la etapa más terrible de la crisis de los 90, el llamado "periodo especial", mueve casi unánimemente a la cautela. A 25 años de haberla adoptado, la economía cubana naufraga bajo el peso de la doble moneda, pero no encuentra fórmulas para derogarla.

FUENTE: Con información de IGNACIO ISLA - https://www.elconfidencial.com ->> Ir

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