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domingo, 4 de noviembre de 2018

(Panamá) La gesta en la que solo se derramó la sangre de un chino

Luego de la Guerra de los Mil Días y firmado el acuerdo de paz, el departamento de Panamá se encontraba arrasado. Nuestros campos iniciaban su lenta recuperación luego de tres años de abandono como consecuencia de dicha conflagración. La economía estaba devastada, por todas partes prosperaba la miseria y la única esperanza que se vislumbraba en el ánimo de todos eran las negociaciones que se llevaban a cabo en Bogotá entre los Estados Unidos y Colombia para la construcción del Canal.
Rechazado el tratado Herran-Hay por el congreso Colombiano, el representante por Panamá , Dr Luis De Roux, advirtió de que si se clausuraban las sesiones del congreso sin resolver esa negociación, se corría el riesgo de perder la integridad nacional, pero no se le escuchó. Para la época, las fuerzas militares de Colombia en Panamá eran exiguas, mal pagadas y estaban comandadas por el General Esteban Huertas, a quien se le reconocía simpatías hacia los panameños, al igual que a su tropa, como resultado de su larga permanencia en el istmo.

Huertas era buen amigo del Dr. Amador Guerrero y era tanto el médico personal del General, quien había perdido una mano en combate, como de los soldados del Batallón Colombia y eso le daba acceso franco a la guarnición e información privilegiada. El grupo separatista encabezado por José Agustín Arango encomendó al Dr. Amador la tarea de sondear al General aprovechando no solo su amistad con él , sino el resentimiento de este al conocer de su próximo traslado hacia Colombia y le confió el plan separatista que se estaba forjando, pero no se atrevió a solicitarle abiertamente su concurso para llevar a cabo nuestra independencia.

Prefirió dejar tan delicada tarea en manos de Pastor Jiménez, amigo íntimo y compadre del general, quien una vez abordado por éste le prometió que, llegado el momento, apoyaría la decisión de los panameños.

LA ESTRATEGIA

La fecha para la insurrección se fijó para el 28 de noviembre, pero tuvo que ser adelantada luego de la conversación que sostuvo el Dr. Amador en Nueva York con Philippe Bunau Varilla a mediados de octubre y se fijó para el día 4 d noviembre, pero, el día 2 de noviembre, y sorpresivamente, arribaron a Colón el vapor de guerra Cartagena y el mercante inglés Alexander Bixio junto al Batallón Tiradores con 500 hombres muy bien apertrechados dirigidos por los generales Juan B. Tovar y Ramón Amaya, quienes venían a hacerse cargo del gobierno civil y militar; es decir, a reemplazar a Huertas y a su guarnición.

Los primeros que descendieron de los barcos fueron los generales, quienes de inmediato se pusieron a hablar con personal del ferrocarril para solicitar vagones y conducir la tropa a la ciudad de Panamá. Pero al superintendente del ferrocarril, el Coronel Shaler, quien simpatizaba con el movimiento independentista y conocía de los planes de éstos, se le ocurrió una estratagema para evitar que el batallón viajara hacia la ciudad de Panamá ofreciéndole con mucha sutileza su vagón particular a los generales para que, con toda comodidad, viajaran a esa ciudad con el compromiso de enviarles en la tarde a los soldados.

Los generales, confiados, aceptaron el ofrecimiento dejando al Batallón Tiradores al mando del Coronel Elíseo Torres.

SE GESTA UN MOVIMIENTO

En Panamá desde que se enteraron de la llegada del Batallón Tiradores a Colón cundió el pánico entre los conjurados. La mayoría estaban desalentados y con mucho miedo por las represalias que veían venir hacia ellos y sus familias. A las nueve de la mañana, el Dr. Amador convocó a una reunión con sus seguidores y allí les expuso claramente las nuevas realidades informándoles también que gracias al apoyo del Coronel Shaler. la tropa aun se encontraba en Colón, aunque los generales venían en camino y estaba previsto que llegaran a las once.

Eso levantó algunos ánimos, pero parecía que la mayoría se inclinaría por abandonar el plan cuando el más joven de los conjurados, Carlos Constantino Arosemena, tomando la palabra dijo: ‘Si tenemos temor, no merecemos ser libres sino que nos cuelguen'. Esas frases gravitaron en el alma de todos y a las diez se terminó la reunión con el compromiso de seguir adelante. Todos los participantes salieron a cumplir con las tareas a ellos encomendadas y de acuerdo al plan previamente establecido.

Mientras tanto, los generales llegan a Panamá y son recibidos con honores militares por el General Huertas y el Batallón Colombia.

Pasan revista a las tropas y luego aceptan una invitación para almorzar en la casa de la familia Jované, en donde son abordados por algunos ciudadanos quienes les comentan que en las calles corren rumores de que se está gestando un movimiento.

Ellos, ya un poco preocupados, envían a sus ayudantes a las oficinas del gobernador para que llame al superintendente del ferrocarril y este acelere el proceso de enviar a los soldados que quedaron en Colón.

Luego deciden irse para el cuartel de Chiriquí para esperar las noticias y a la tropa. Cuando ya el reloj marcaba las cinco de la tarde y luego de un día de angustiosa espera, el General Esteban Huertas decide que ha llegado el momento de la verdad y llama al Capitán Salazar, uno de sus adeptos, a que se arme, busque un piquete de soldados y arreste a los generales que en esos momentos se encontraban sentados dialogando frente al cuartel.

Esto los toma por sorpresa e inmediatamente son conducidos como prisioneros hacia el edificio de la comandancia de la Policía, que estaba a cargo de Fernando Arango, otro de los conjurados. A esas horas, ya un pueblo enardecido y dirigido por el General Domingo Díaz se encontraba concentrando en la plaza de Santa Ana y calles adyacentes, listo para marchar hacia el cuartel que se encontraba en Las Bóvedas con el afán de procurarse las armas que les habían prometido.

Con excepción de algunos pocos oficiales, la mayoría de los soldados del Batallón Colombia que eran leales al General Huertas desconocían lo que estaba ocurriendo y lo que se esperaba de ellos. Tanto es así que cuando vieron llegar a la muchedumbre que se dirigía hacia el cuartel de Chiriquí se formaron en posición y estuvieron muy cerca de disparar contra el pueblo. Solo la presencia de Huertas indicándoles que bajaran las armas , que esa gente venía a defenderlos, evitó una masacre.

Luego, por orden del mismo Huertas, la manifestación fue desviada hacia el cuartel de las monjas adyacente, para que se le entregaran las armas que allí estaban depositadas. Por otra parte, en la bahía de Panamá se encontraba anclada la flotilla del gobierno colombiano compuesta por el crucero Bogotá, Chucuito, Almirante Padilla y Boyacá.

ACCIÓN MILITAR

Los comandantes de esta fuerza eran los generales Pretel y Luis Tovar, quienes habían desembarcado para rendir honores a los generales llegados esa mañana desde Colón, por lo que habían quedado al mando, del Bogotá, el Coronel Martínez; y del Almirante Padilla, el general Rubén Varón , con quien el Dr. Amador tenía un acuerdo para que esté junto a la flotilla una vez neutralizadas las tropas en tierra se uniera al movimiento.

A las seis de la tarde, tres personas toman un bote y se dirigen al crucero Bogotá, donde le confían al Coronel Martínez las noticias de lo que ocurría en Panamá y del arresto de los generales Tovar y Amaya. Éste, de inmediato, envía un ultimátum al Dr. Amador en el que le exige la entrega de los generales o bombardeara la ciudad, a lo que Amador le responde que haga lo que quiera.

Don Ricardo Arias, que se encontraba presente en esos momentos, le pide a su ayudante, don Antonio Burgos, que fuera hasta el vapor Almirante Padilla que se encontraba fondeado en Flamenco (hoy Causeway) y que le dijera al General Varón que se acerca el Bogotá y lo hundiera, cosa que éste se negó a cumplir a pesar de sus previas promesas y de haber recibido, momentos después, una carta en ese sentido del propio Dr. Amador.

La situación se tornó delicada cuando el Coronel Martínez, cumpliendo su promesa, empezó a disparar un cañón con balas de 15 libras cayendo las primeras en el barrio de El Chorrillo matando a un ciudadano chino, quien se dedicaba al acarreo de agua y carbón y que, lamentablemente, perece de forma inmediata convirtiéndose, con su muerte, en la única sangre derramada aquel día, aparte del infortunado joven Preciado, que murió de un infarto. Como corolario de lo anterior, es necesario resaltar, además, que China fue uno de los primeros países en reconocer la independencia de Panamá, cosa que hizo apenas dos semanas después, el 18 de noviembre, por intermedio de su representante en Panama, el vicecónsul H A Gudger.


FUENTE: Ricardo Bustamante V. - http://laestrella.com.pa

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