
Veamos. Las partidas circuitales (Legislativo) y las discrecionales (Ejecutivo). Las primeras no existen en papel, pero la práctica es otra. ¿En qué se diferencian? En nada. Son la misma cosa: una caja menuda que termina en menudos negociados. Las planillas de contratos: hay diputados que saben muy bien cómo exprimirlas. ¿Por qué esta voraz necesidad de contratos? ¿Por qué darles $30 mil mensuales? Gran parte de ese dinero termina en sus bolsillos. Y no vengan con cara de santos a negarlo, pues si alguien tuviera el valor de auditar sus bienes y dineros, tendrían serios problemas para explicar su origen. Y en ese momento no faltará el que grite: “¡persecución política!”.
Los contratos de obras públicas: ya Odebrecht probó cómo son fuente inagotable de ingresos para ambas partes (empresa y funcionarios). También lo han probado otras empresas, ministros y presidentes. Las donaciones: tal parece que este país moriría si no hay plata para regalar. Desde el presidente hasta los representantes donan, pasando, obviamente, por los diputados. Pero cuando conjugan el verbo donar, lo hacen en tiempo presente egocentrista: yo me dono; nosotros nos donamos; sin olvidar que usted y yo les donamos a la fuerza.
Presidentes, ministros, diputados: millonarios de la noche a la mañana. Hasta los directores del PAN salieron forrados. Y lo sabemos por su vanidad. Viven rodeados de lujos: apartamentos y casas en Panamá y en el extranjero; cuentas de seis y siete cifras aquí y afuera; fincas campestres, de playa, para negocios y/o trampas. Si hay finca de otra clase, sin duda la tienen. ¿Alguien sabe de algún expresidente que tenga trabajo –como el suyo o el mío– tras abandonar el Palacio de las Garzas? Tal parece que sus vidas quedan milagrosamente resueltas para siempre. ¿Cómo hacen? Viven de sus negocios –dicen– pero son tan íntimos que nadie sabe de ellos.
¿Nissan o Hyundai? No, Maserati y Porsche. Hasta el limpión de la cocina es de algodón egipcio o peruano. ¿Cabina turística? No, por favor, ¡primera clase! ¿Betania? ¡¿Cómo?! Yo vivo en Santa María o en Ocean Reef. Son los nuevos magnates. Puede que la riqueza del país esté mal distribuida entre nosotros, pero entre ellos, ¡qué va! Son funcionarios o exfuncionarios que conocen el secreto alquimista de convertir la política en riqueza y el delito en impunidad. Y nosotros pagamos por ver el espectáculo.
FUENTE: Artículo de Opinión - Rolando Rodríguez B.