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jueves, 22 de noviembre de 2018

(Polonia) El carbón y la basura envenenan a 50.000 ciudadanos al año

Semanas después de que los bomberos consiguieran apagar el incendio, aún apesta a plástico quemado en un descampado a las afueras de Zgierz, una ciudad del centro de Polonia. En lo que parece un campo de batalla arrasado, se pueden ver bolsas de Harrod´s, Tesco y otras marcas británicas a medio quemar. Ha sido una actuación más de la “mafia de la basura” polaca, que cada año transforma, por el precio de una cerilla, 15.000 toneladas de desechos en millones de euros. Como “daño colateral”, quedan nubes tóxicas de mercurio, dioxinas y sustancias cancerígenas flotando en el aire del país más contaminado de Europa.

Debido a sus altos niveles de polución (33 de las 50 ciudades más contaminadas de Europa están aquí), a Polonia se le llama la “China de Europa”. Pero, desde enero, ya ni siquiera China acepta importar basura occidental para reciclarla. En la mayoría de los países desarrollados, como el Reino Unido, deshacerse de residuos plásticos es caro y está regulado, pero no en Polonia, donde no hay un precio mínimo y los contratos van a parar al mejor postor. Bohdan Bączak, el alcalde de Zgierz, estuvo alertando a las autoridades durante semanas del trasiego de camiones sin identificar que descargaban montañas de basura en las afueras de su ciudad, pero no hay ninguna ley contra esta actividad en Polonia y las licencias tuvieron que adjudicarse automáticamente.

Se calcula que una de cada diez muertes en Polonia se debe a la contaminación, nada menos que 50.000 víctimas mortales al año y un número indeterminado que enferma por respirar el peor aire de toda Europa. En los mapas que muestran la calidad del aire, la silueta de Polonia queda perfectamente delimitada con los colores más oscuros. Cada año, al empezar el invierno, miles de hogares queman todo tipo de residuos para alimentar sus calderas, un procedimiento que será prohibido dentro de unos años pero que a día de hoy no tiene restricciones.

La electricidad tampoco es una opción para tener calefacción sin contaminar, ya que el 80% de la energía eléctrica polaca proviene del carbón, una industria ineficiente y anticuada y cuya única justificación es que da trabajo a 100.000 personas. Un minero alemán produce cuatro veces más carbón que uno polaco, pero hay regiones enteras que sobreviven gracias a un sector subsidiado por el Gobierno y que aumenta su deuda millonaria año tras año. La mitad de los 40 millones de habitantes de este país calientan sus casas gracias al carbón.

Los habitantes de Cracovia, la segunda mayor ciudad, respiran un aire el doble de contaminado que los ciudadanos de Fráncfort o Birmingham, y en poblaciones como Rabka-Zdrój, una ciudad-balneario donde pasan los fines de semana muchos cracovienses, el aire tiene 28 veces más partículas cancerígenas que hace diez años. La flota de autobuses urbanos está incorporando autobuses eléctricos, se ha restringido el tráfico a algunas calles del centro y hay un programa para incentivar la migración de calderas de carbón al gas, pero son gotas de agua en el océano. Algunas máquinas expendedoras de refrescos venden mascarillas y un diario regalaba otra con cada ejemplar el año pasado; en las calles y parques es habitual ver a deportistas, niños y ancianos llevando algún tipo de protección para respirar menos veneno. Las aplicaciones para el teléfono móvil que informan sobre la calidad del aire son utilizadas por casi todo el mundo y los monumentos lucen una permanente pátina gris.

Cracovia y toda su región están situadas en un valle industrial con la barrera de los montes Tatra al sur, lo que impide la entrada de vientos que podrían atenuar el problema. En Opole, a menos de 200 kilómetros, se está construyendo la mayor planta energética basada en carbón de toda Europa. Irónicamente, la mascota de Cracovia es un dragón de fauces humeantes llamado “Smok”.

Ante la escasa capacidad de reacción de los gobernantes, son las familias quienes tienen que intentar paliar por sus propios medios este problema, ya sea costeando de su propio bolsillo máquinas purificadoras para las escuelas o instalando filtros en sus casas. La venta de este tipo de equipos se ha multiplicado en los últimos años y cada invierno vuelve a repuntar. Para algunos expertos, se trata solo de remedios puntuales, pero no de soluciones definitivas. Por ejemplo, una de cada cuatro mascarillas “anti smog” no sirven para nada porque no son más que un trozo de tejido con una goma, e incluso las más caras necesitan recambiar su filtro cada poco tiempo.

Otro agravante es que las autoridades parecen querer ocultar la gravedad de la situación: la agencia independiente Alarm Smogowy asegura que, según las normas vigentes, el año pasado solo hubo tres situaciones críticas en la ciudad debido a la contaminación; sin embargo, al aplicar los estándares de un país como Francia, el número de alarmas habría sido de 263.

Polonia tiene además el parque móvil más vetusto de toda Europa. La edad media de los automóviles que circulan por las carreteras polacas es de 13 años, y los propietarios de un vehículo no tienen que pagar impuestos municipales, lo que hace que muchas familias cuenten con dos o más coches y en vez de deshacerse del viejo, lo mantengan “por si acaso”. Además, y tal vez como reminiscencia de la mentalidad comunista, el hecho de tener coche en Polonia sigue contando con cierta aura de “clase media” que impulsa a mucha gente a despreciar el transporte público o la bicicleta como opciones “de clase baja”. Para muchos polacos, ávidos compradores de coches alemanes de lujo de segunda mano, “una cosa es exigir su derecho a respirar aire limpio y otra es sufrir el ultraje de no poder circular por el centro de la ciudad o tener que renunciar a usar el coche para todo”, afirma Piotr Pawlak, ciudadano de Cracovia.

El Ministro de Energía, Krzysztof Tchórzewski, exponía en un artículo enviado a European Scientist la necesidad de recurrir a la energía nuclear cuanto antes para poner freno a esta calamidad nacional. En el texto, titulado “Por qué Polonia necesita lo nuclear”, Tchórzewski recuerda que “hay 23 centrales nucleares en un radio de 300 kilómetros alrededor de Polonia”, pero en ambientes políticos se teme que la adopción de este tipo de energía, que trae a la memoria desastres como Chernóbil o Fukushima, sería muy impopular. Durante la época comunista se empezaron a construir cuatro centrales nucleares en territorio polaco, pero los proyectos quedaron abandonados tras el aplastante “no” que resultó de un referéndum.

Mientras no cambie nada, los polacos seguirán recibiendo toneladas de basura del resto de Europa, seguirán produciéndose decenas de incendios tóxicos como el de Zgierz por todo el país y muchos hogares continuarán envenenado el aire de sus propios habitantes. Ha comenzado a nevar en Cracovia y en pocos días la nieve se convertirá en una masa grisácea, tras absorber la suciedad que flota en el aire. En algunas ciudades como Katowice se usan drones para identificar los edificios que contaminan más y se ha prohibido el uso del carbón más barato (y contaminante), así como quemar madera en la chimenea. El año pasado, el primer ministro Morawiecki dijo, al anunciar un plan nacional dotado con 8 millones de euros: “no queremos que nuestros niños asocien el invierno con mascarillas en la cara, sino con trineos y hombres de nieve”. Ese mismo invierno autorizó la construcción de dos nuevas centrales de carbón en Silesia.

FUENTE: Con información de MIGUEL Á. GAYO MACÍAS - https://www.elconfidencial.com

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