No es, sin embargo, la vuelta del hijo pródigo de la parábola a la casa de su padre, porque a Cardenal hasta los guerrilleros sandinistas le llamaban “padre”. Vivió siempre la esencia del sacerdocio primitivo. No fue él quien se fue. Lo echaron. Hoy pidió, por humildad, regresar, pero estuvo siempre dentro, como cristiano y como sacerdote. No es una conversión suya. Ha sido el papa Francisco y su Iglesia de los excluidos, que fue la de Cardenal, la que parece haberse convertido. La absolución que le ha concedido el papa Francisco, al final de su larga vida, revela que si la Iglesia no se hubiera puesto un día de parte de los opresores más que de los oprimidos, el poeta de la vida y de la fe nunca habría salido de la Iglesia.
La noticia de hoy adquiere, si cabe, un mayor simbolismo dada la crisis de credibilidad que vive buena parte de la Iglesia enfangada en escándalos de pedofilia. Hubiese sido doloroso e injusto que en una Iglesia donde desde sacerdotes a cardenales, pasando por obispos, son acusados de un pecado que ofende a creyentes y agnósticos, un sacerdote como Ernesto Cardenal hubiese muerto con el estigma de haber sido expulsado del sacerdocio. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de Juan Arias - El País