¿A los vecinos de tienda afganos que, como es sudanesa, no respondieron a sus llamadas de auxilio? El hecho es que Fatimah está sola en su refugio de lonas de plástico blancas. Su bebé de seis meses, que lleva a la espalda, está envuelto en una raída camiseta de manga corta con el lema "Welcome in Lesbos" que ha recortado para que no le quede grande.
Sus hijos mayores, de ocho y dos años, hechos un ovillo a su lado, parecen todavía más aterrorizados que ella por la presencia de un fotógrafo y un intérprete. Con un árabe deficiente, entrecortado por largos silencios, nos cuenta, a trocitos, los detalles de su terrorífico éxodo. El campo de tránsito en Gaziantep, el marido al que devolvieron a Turquía tres días después de su llegada, en una zodiac que tuvieron que pagar dos veces... A ella la admitieron en el campamento in extremis porque estaba embarazada...
El bebé, a quien el registro civil griego no le ha emitido la partida de nacimiento, y que, por tanto, no existe… Hace frío en estos últimos días de mayo de 2020. Llueve a cántaros y el agua se cuela entre las lonas mal unidas de la tienda.
Huele a humedad, a cuerpos mal lavados, a aguas reutilizadas; esos aromas se mezclan con un puchero de verduras que burbujea junto a la entrada. El hijo mayor se levanta para remover el guiso; una rata le pasa entre las piernas y se esfuma sin que el niño parezca darse cuenta de su presencia. Estamos en Lesbos, en el campamento de Moria, en una de las islas griegas más hermosas, más cargadas de historia y de leyenda y, que ahora es la capital europea del dolor.
FUENTE: Con información de Bernard-Henri Lévy - El Español