Porque hay que hacer las cuentas claras y empezar por informarle a las FARC que la guerra la iniciaron ellos en 1964 y así la mantuvieron hasta el 2016 cuando se desmovilizaron por los Acuerdos de paz y en 2017 conformaron el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, cuando anunciaron que las FARC no reclutarían más menores de edad, en virtud de un acuerdo que fue incluído en la agenda de negociación de la paz en la Habana, pero infortunadamente el daño sicológico causado a centenares de familias ya no tiene cura social. El programa de reparación de víctimas no prevé atención especial para estos afectados, como lo he venido denunciando todo el tiempo dentro y fuera del país, con mi propuesta de un proyecto especial de búsqueda de víctimas.
Mientras los miembros de la cúpula de las FARC sostienen que en virtud del acuerdo de paz los niños ya no están más en sus columnas guerrilleras, en los pueblos de Colombia centenares de familias siguen buscando con desespero no a 20 mil como aceptan las FARC que reclutaron; sino a unos 200 mil niños y niñas reclutados a punta de fusil, amedrentando a sus padres como hemos podido verlo en distintas épocas de la historia del conflicto armado colombiano en los noticieros de televisión que con frecuencia nos remitieron escenas en las que infantes y adolescentes de 10 y 15 años encabezaban los bombardeos y los cruentos ataques a poblaciones campesinas.
Los pequeños combatientes lanzaban granadas y disparaban potentes fusiles. En los enfrentamientos de tropas regulares contra sediciosos, el saldo de muertos y heridos estaba compuesto, principalmente, por niños guerrilleros. Los que quedaban con vida, luego de su recuperación eran entregados a centros de protección de menores. De cuando en vez también circularon fotografías y videos en los cuales niñas de 13 y 14 años protagonizaban noticias de partos, abortos y deserciones. Niñas menores de edad revivieron dramáticos casos de reclutamiento forzado: estuvieron largo tiempo formando parte de columnas subversivas, allí tuvieron convivencia con otros guerrilleros y quedaron embarazadas. Cuando quisieron desertar, sus jefes y comandantes les impusieron pena de muerte tanto a ellas como a sus amantes y a sus hijos.
Por ningún lado las cuentas coinciden, Las FARC dicen y aceptan que reclutaron cerca de 20 mil, la Fiscalía ha documentado 11 mil desapariciones, pero los dolientes y afectados que recorren cada rincón del país mendigando información entre ruegos y lagrimas suman diez veces más esas cifras; mientras el grupo ex-guerrillero hoy cuida los pétalos de su nueva rosa, las espinas de su nuevo símbolo de batalla atraviesan el corazón de miles y miles de damnificados que esperan frustrados una respuesta que entre más pasa el tiempo se aleja de toda posibilidad y pronto será simplemente algo que tal vez nuca sucedió porque todo quedó olvidado.
Aunque ya nadie le cree a la realidad y cada negociador de paz trata de convencer con su propio cuento de guerra, lo real es que el número de niños reclutados es mucho mayor, así lo he sostenido como Presidente de la Fundación Internacional para El Reencuentro y como periodista exiliado de Colombia que recorro con un equipo de televisión países de centro, sur, Norteamérica y Europa, buscándole padre o madre a latinos olvidados y entregados en adopción cuando eran apenas unos bebes y tengo que consolar a centenares de envejecidas madres que llevan media vida buscando a sus hermanos o a sus hijos desaparecidos en esas extrañas circunstancias que siempre tienen todas las guerras.
Rebato el parte oficial de niños víctimas de la violencia y afirmo una y mil y las veces que sea necesario, que no pueden ser solamente veinte mil los reclutados por vía forzada, que fueron por lo menos doscientos mil los infantes llevados a la guerra y puestos en primera línea en todos sus enfrentamientos militares. Porque para afirmar lo que digo, me baso en estadísticas extraoficiales suministradas por ONGS nacionales e internacionales y mientras que los reportes oficiales apenas sitúan, tímidamente una media de 25 mil niños entre 1975 y 2014. ¿Y de 1975 para atrás, cuál es esa otra cifra? Son 10 años de reclutamiento en campos y veredas que también deben contar en el sangriento balance de la guerra.
Así le he preguntado abierta y públicamente a los gobiernos de Alvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Ivan Duque. Ya que desde hace 25 años como periodista y buscador de desaparecidos he tenido la oportunidad de conocer esos dramáticos inventarios difundidos a través de mi labor como buscador, consultado por entidades públicas nacionales e internacionales y por las propias familias afectadas para localizar desertores de las FARC.
Recuerdo y nunca olvido como los frentes guerrilleros Jacobo Arenas o Manuel Quintín Lame, que operaban desde el Cauca hasta Nariño, pusieron siempre a los niños como carne de cañón, por eso en toda toma o emboscada ellos marchaban adelante en sus filas para que el ejército no los enfrentara y no los diera de baja y así el mundo no se les venía encima. Y me pregunto: ¿Será que a la Fiscalía General de la Nación, a la Procuraduría General, la Defensoría del Pueblo y a los organismos nacionales e internacionales les preocupa de verdad esta gran secuela imborrable de la guerra colombiana que hoy afecta a miles de familias afectadas por la desaparición de sus hijos y hermanos?
Leo en infinidad de comentarios de prensa interna y externa, como nuestro Gobierno y las Organizaciones defensoras de derechos humanos comentan entre sugestivos titulares y glamorosas fotografías que el reto más grande que le espera a la sociedad colombiana en esta nueva época del posconflicto es procurar la recuperación psicológica y emocional de tan vulnerable población, pero la verdad han pasado 5 años del proceso inicial de paz y los resultados en cuestión de búsqueda de desaparecidos sigue quieto, no se ve con luces claras, según dicen algunos exguerrilleros:
Porque la inmensa mayoría de los buscados murieron en acción y fueron enterrados en parajes olvidados
O porque los que sobrevivieron ya crecieron y han borrado su pasado por vergüenza o miedo.
“...A las niñas en la guerrilla no solo nos violaron,
también nos robaron o nos mataron a nuestros hijos.
Y a los niños los obligaron a matar a otros niños..."
Idaly me cuenta en una carta atiborrada de errores de ortografía, todos los horrores sufridos desde que un puñado de guerrilleros llegó a su casa materna en el campo al sur de Cundinamarca, donde ella jugaba “al papá y a la mamá” con sus dos hermanitos menores y fue sacada a la fuerza delante de su mamá a quien hirieron en un brazo de un tiro por oponerse a que se la llevaran y hoy después de haber soportado violaciones y vejámenes muy crueles sufridos por sus jefes guerrilleros, que le provocaron media docena de abortos, me ruega que le ayude a buscar un hijo que ella tuvo en zona rural del Huila mientras cuidaba a una secuestrada, la cual le ayudó a criar a la niña que ella escondió en una cueva pero que infortunadamente fue encontrada por un guerrillero que la abandonó en el hospital de Pitalito, razón por la cual Idaly escapó con la secuestrada y hoy 32 años después quiere encontrar a su hija. Así como la bebé de Idaly fue dejada en un hospital, miles de niños nacidos dentro de la guerrilla jamás fueron devueltos a los guerrilleros menores afectados.
Cientos de menores de edad como Idaly relatan en largos expedientes levantados por la Fiscalía General de la Nación, testimonios conmovedores. Una pareja de niños de una misma familia que residía en Doncello, Chaqueta, hoy desertores de la guerrilla, dijeron a las autoridades que ellos fueron reclutados un día cualquiera, cuando salían de la escuela rural. Los raptores los amenazaron de muerte, diciéndoles que, si no se iban con la guerrilla, ellos los lanzaban al precipicio del rio más cercano. Una vez llegaron al frente Teófilo Forero los hicieron vestir de camuflados y los sometieron a semanas enteras de entrenamiento de guerra. En la primera incursión los obligaron a lanzar granadas contra la misma población donde vivían con sus padres y maestros.
Conmovido y aterrado por los coletazos sociales y las huellas psicológicas imborrables que deja en las mentes de miles de colombianos, víctimas de la peor guerra política y de narcotráfico que ha vivido nuestro país, propuse al gobierno del Presidente Santos que se instrumentalizara un programa de búsqueda y de reinserción de niños reclutados por grupos violentos dentro de la agenda de negociación de cese de fuego definitivo y reparación de víctimas del conflicto armado. Para ello planteé al gobierno de Colombia iniciar una gran cruzada de búsqueda para escuchar el clamor de centenares de familias que piden a gritos que les digan dónde están sus hijos porque el gobierno debe tenerlos en cuenta dentro de sus programas de posconflicto, pero aún nadie ha hecho nada,
Estoy seguro que todavía podemos ayudar a indagar técnicamente sobre sus paraderos, rastrear e investigar sus últimos pasos por campos y ciudades, en sanatorios o en fosas comunes porque sus seres queridos quieren saber una cosa u otra. Si están muertos su mayor anhelo es darles una cristiana sepultura y sí están vivos estas personas deben resocializarse y reintegrarse a la sociedad a través de escuelas de afecto en las que los preparemos sicoafectivamente a las dos partes del proceso de separación y alistarlos para el reencuentro con metodologías de acercamiento enmarcadas dentro de las etapas de ACEPTACION-RECONOCIMIENTO e INTEGRACION FAMILIAR.
Da vergüenza solo pensar que las FARC en aras de La Paz y la reconciliación hoy empuñan una rosa y cada que la apretán como su nueva verdad, de esa flor escurre la sangre de cerca de 200 mil criaturas infantiles que ellos se llevaron a la fuerza y mientras más rosas ponen a su nuevo movimiento, más espinas dejan en el corazón de madres y padres hoy abuelos cansados y enfermos que guardan la esperanza de saber antes de morir, qué paso con aquellos hijos menores que fueron sacados de sus casas y arrastrados al dolor con el que se firmaron los acuerdos de una paz sellada con el olvido de los reclutados; muchos de los cuales fueron obligados a fusilar a otros niños y ellos mismos fueron fusilados después de haber cantado la primera estrofa de ese himno que decía:
“ Por justicia y verdad verdad,
Junto al pueblo ya está
Con el fuego primero del alba!
La pequeña canción
que nació en nuestra voz
guerrillera de lucha y futuro!”
Un futuro que jamás tuvieron, una lucha que no era de ellos, una voz que apagaron, una canción que pocos se aprendieron, un pueblo que los olvidó, una verdad que empezó con mentiras; una justicia que jamás hizo nada por ellos y que hoy disfrutan aquellos que guardan esos secretos que pueden aliviar el dolor de tantos y tantos afectados…
FUENTE: Artículo de Opinión - La Nueva Prensa de Colombia