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miércoles, 2 de diciembre de 2020

(Colombia) El túnel del Chisgarabís (+Opinión)

Por: Daniel Samper Pizano -
Dante imaginó en La divina comedia que a la entrada del infierno cuelga el siguiente letrero: “Abandonad toda esperanza”. Reza una placa en la milenaria Chengcheng, la gran muralla china, cuyos 21 mil kilómetros serpentean por montañas y valles: “Una de las nuevas maravillas del mundo”. El Taj Majal, precioso monumento funeral indio, exhibe en su fachada una frase del Corán: “Oh, alma, estás ya en reposo”. La torre de la Vela, alto mirador de la Alhambra, tiene grabados unos versos: “No hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”.

Todas estas inscripciones son más famosas, pero ninguna es más grande, más ostentosa ni más esperpéntica que el letrero que empequeñece la boca del túnel de La Línea. No diré que este socavón es una obra menor. Por el contrario, con todas sus limitaciones, demoras y escándalos, constituye una hazaña para un país pobre como el nuestro taladrar casi nueve kilómetros en las tripas de una cordillera indomable. Pero ha sido tan torpe el Gobierno, que, al inaugurarla el 4 de septiembre, opacó la obra con un aviso gigantesco y saludo colectivo de dignatarios con manos en alto —cual equipo de ciclistas vencedores— en homenaje al presidente, la vicepresidenta, la ministra de Transporte, el director de Invías, el gobernador del Tolima, por cuyo territorio se entra, y el del Quindío, por donde se sale, porque este es hueco de una sola vía. La valla mide lo que una pista de baile y sospecho que, si el día está despejado, uno logra ver desde Calarcá el supercartelón adosado al acceso al túnel en Cajamarca. Es que hasta el pobre ciego de Granada (¿debo decir invidente andaluz?) podría leer las letras enormes de IVÁN DUQUE MÁRQUEZ e incluso las más pequeñas que proclaman “el túnel de los colombianos”.

Bueno: de los colombianos no, si nos atenemos a los créditos que otorga. Oficialmente, la obra lleva el nombre del maestro Darío Echandía, pero como él mismo afirmaba, “Colombia es un país de cafres” y algunos de ellos lo sepultaron bajo el colosal agravio del letrero. Entiendo que, aunque al menos cuatro gobiernos batallaron por el túnel, no se menciona a Juan Manuel Santos. En cambio, muy convenientemente ubicado (¿o debo decir posicionado?) aparece un busto en loor de Andrés Uriel Gallego, ministro de Obras Públicas de Álvaro Uribe Vélez. Abundan los documentos sobre la ineficiencia, irregularidades y tardanzas cometidas durante la administración del finado doctor Gallego. Entre ellos una declaración del del exministro Germán Vargas Lleras, según la cual la obra fue “mal planeada, mal diseñada, mal licitada, mal contratada y mal ejecutada”. Sin embargo, el cariño del sanedrín uribista le levantó este feo recuerdo donde lo proclama “El ingeniero de los grandes proyectos y de la Colombia profunda” (¿o debo decir Polombia?). Más profunda es la sorpresa que uno se lleva al ver que lo festejan como si el trabajo hubiera sido solo suyo y eficaz. Por eso digo que no es el túnel de los colombianos. Lo pagamos entre todos, es verdad, pero se lo apropiaron a punta de mensajes desmesurados Uribe y su combo, entre ellos el presidente actual, quizás el que menos participó en la proeza. Duque es un hombre ocupado y un talentoso comunicador. Por eso no creo que él haya tenido arte ni parte en el diseño del esperpéntico mural. Supongo que, cuando llegó a la inauguración, el dinosaurio ya estaba ahí, como en el cuento de Monterroso. Es la clásica lagartada antediluviana de empleado proactivo.

Vaya y venga que el presidente carezca de diseñadores gráficos con elegancia suficiente para saber que lo excesivo es grotesco. Lo imperdonable es que sus asesores jurídicos no hagan sonar la alarma cuando el gobierno está a punto de violar la ley. Por eso la valla se derrumbó, no física sino jurídicamente, pues el decreto 2759 de 1997 prohíbe “la colocación de placas o leyendas o la erección de monumentos destinados a la participación de los funcionarios en ejercicio en la construcción de obras públicas, a menos que así lo disponga una ley del Congreso.” Una joven abogada barranquillera, Marla Gutiérrez, denunció la megaplaca ante el Tribunal Administrativo de Atlántico y este ordenó el retiro del mural. ->>Vea más...
 
FUENTE: Artículo de Opinión - Los Danieles

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