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domingo, 14 de noviembre de 2021

Cantante Miguel Bosé contó detalles de la difícil relación con su padre

Miguel Bosé ha vuelto a España y lo ha hecho públicamente para presentar su libro ‘El hijo del Capitán Trueno’, una biografía sin edulcorantes que empieza con lo que podría haber sido una tragedia entre sus padres por una infidelidad el día que Miguelito González Bosé arrasó con su actuación en la sala Florida Park. A partir de esa noche, Miguel Bosé inició su camino triunfal con sus luces y sombras. El libro acaba en ese momento.

A lo largo de los capítulos aparece su tata, sus amores, la agresividad de su padre, los amantes de su madre, su amor por Picasso, los extravíos de Helmut Berger y un inmenso chalet sin calefacción ni agua caliente porque no había dinero para las facturas. Su próximo proyecto será la serie que prepara y cuyo arranque en el primer capítulo se centra en su actuación en el Florida Park, que es con lo que cierra su autobiografía.

¿Por qué has titulado tu biografía ‘El hijo del Capitán Trueno’? A tu padre lo nombras con este apodo solo una vez en el libro.

Escribí la canción hace años y explicaba la relación con mi padre. Tuvo mucho éxito. La gente que me ha seguido sabe muy bien que yo le llamaba así.

Una especie de homenaje.

Una manera de recordar su figura.

La tata Remedios está visible en las cuatrocientas ochenta páginas. ¿Fue una mujer fundamental en vuestra vida?

Más que fundamental, fue nuestra salvación. Si no hubiera estado la tata, no sé qué habría sido de nosotros. Y de mi madre y también de mi padre, al que paraba los pies. Era la columna vertebral de la familia y la única que tenía cabeza. Una mujer de una nobleza extraordinaria.

Estuvo con vosotros hasta el final...

Siempre estará presente. Los valores que tenemos son los que ella nos transmitió. Mis padres nunca estaban con nosotros, ¿qué nos iban a enseñar? Nada. Vivió conmigo y murió en Badajoz, en Rocamador, en casa de Lucía.

Remedios era la única que se atrevía a contradecir al torero.

Y no solo eso. A soltarle un bofetón, como sucedió cuando sabe que mi hermano va a morir y se va del lado de mi madre. Vuelve y llega borracho, y la tata le dio un guantazo importante. Algo impensable en ese mundo donde él era un dios. Le tenía terror porque le cantaba las cuarenta.

El rasgo de amorosidad de Lucía lo entrecomillas. Cuentas en el libro que echabas de menos que fuera más cariñosa, que era poco dada al abrazo.

Con los hijos no era cariñosa. Eché de menos los abrazos, y cuando los daba, había que aprovecharlos. Me acurrucaba con los ojos cerrados y me impregnaba de su olor a tabaco y a su perfume. Durante la infancia se practicaba la Lombardía (Milán, donde había nacido Lucía). Era una especie de imperio austrohúngaro, más pragmático, más duro. En Milán son suizos, son austriacos.

Tú eres más parecido a tu madre.

Heredé de esa familia lombarda, la materna, la disciplina. La nonna Francesca me trasmitió la estructura ósea de la cara, que fue pasando de generación en generación, y su amor por el huerto, por la tierra, por el jardín.

¿El tiempo resolvió esos afectos de cariño físicos? Con los extraños sí lo era.

Pues eso, con los de fuera. Con los de dentro no. El tiempo cambió y de mayores sí que tuvimos esa relación más de abrazarnos, pero tampoco mucha. Hay que reconocer que era una época, la que yo viví, en que los niños estaban con el servicio para no molestar. Comíamos en la cocina y aparecíamos cuando había visitas. Era lo habitual de una clase social determinada de los años sesenta. Una España cruel, una burguesía retorcida y amargada.

El torero Luis Miguel Dominguín era un hombre con unas características muy determinadas que ahora sí tienen definición. Antes era el macho de la manada. Es difícil entender ahora su personalidad, machista, promiscuo y con tendencia a la agresividad.

Los hombres eran hombres y las mujeres estaban para ser de su propiedad, madres de sus hijos y todos esos objetos que enseñar. Después estaban las queridas. Un adjetivo que realmente señalaba el verdadero amor porque las señoras de la casa eran arreglos entre familias. A las queridas les abrían una boutique, una peluquería...

No era diferente a la manera de actuar de muchos hombres. Dices de él: “Mi padre me da miedo. Él es perfecto y valiente. Yo no soy nada”. Muy duro.

Yo nací ya con unas expectativas por ser el varón, el heredero. Fui un niño muy acomplejado, con un sentimiento de inferioridad notable. Me sentía apocado, anulado y siempre pensaba que le decepcionaba con cualquier cosa que hacía. Mi padre dominaba el caballo, le ponía la mano a un toro y se apaciguaba. Tenía la cruz de Caravaca en el paladar que también lo heredó mi hermana Paola.

A ti también te gustaba el campo.

Sí, de otra manera, serie B. Digamos que para disfrutarlo. A él le gustaba cazar, pescar, la ganadería para exhibirla en las plazas, y a mí por el animal en sí mismo.

Con el tiempo os llegasteis a entender. Ibas a la finca La Virgen cuando ya estaba con Rosario Primo de Rivera. ¿Qué cambió entre vosotros?

Y mucho antes, a Marbella con sus novias Pili Bravo, Lilia… Mi madre le decoraba sus casas. Ya de mayores se llevaban bien.

El torero, como le llamabais siempre, cuestionaba que no eras varonil.

Me llamaba nenaza. Le decía a mi madre que leía mucho y que iba a salir maricón. A mí no me afectaba porque no sabía lo que quería decir. ->>Vea más...

FUENTE: Entrevista de Paloma Barrientos - El Confidencial

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