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lunes, 28 de agosto de 2017

Garbiñe Muguruza pierde el miedo a Nueva York con un nuevo recital de tenis

Hubo un tiempo en el que Garbiñe Muguruza se debatía entre jugar con España o con Venezuela, sus dos países. Hoy lleva una visera con la bandera roja y amarilla, como si se mostrase especialmente orgullosa de aquella decisión. Hubo un tiempo, también, en el que Garbiñe Muguruza dudaba en la primera ronda de todos los torneos, sin importar quién fuese su rival. Eran días en los que cualquier jugadora del mundo, y cualquiera es literal, podía subírsele a las barbas y dejarla fuera a las primeras de cambio. Es importante que ahora, por lo que se ve, todos esos verbos puedan conjugarse con tiempos pasados.
Decía Garbiñe el año pasado que Nueva York le abruma y su torneo, el US Open, también. Que en esas pistas tan enormes se siente pequeña y vulnerable y el caos de un torneo así, tan abrazado siempre al 'show' le venía un poco grande. Eso, que se irá viendo a medida que corra el cuadro, también parece parte del pasado. La victoria contra Lepchenko fue contuntente, rotunda, un enorme 6-0 y 6-3. Fue, también, la primera vez que ganaba en la pista Arthur Ashe, la más grande del mundo para este deporte, esa que hace solo un año le resultaba un muro aterrador por el que siempre se podían colar los bárbaros.
Lepchenko, en condiciones normales, no es una rival a la altura de Garbiñe. Zurda, peligrosa, ahora anda por encima del 60 del mundo, aunque en su tiempo más glorioso estuvo entre las 20 mejores. Tiene 31 años y la gasolina se fue agotando. En todo caso, y como suele pasar cuando la diferencia es esta, el rival es lo de menos. Garbiñe Muguruza es la jugadora más potente del circuito, y poco importa que esté en el número tres del mundo, todos la señalan como la favorita en el asfalto neoyorquino. Y no es presunción o chobinismo, es ver como las pelotas de sus envíos vuelan como aviones salidos del cercano aeropuerto Kennedy.

Un monólogo en la central
El primer set fue un monólogo en el que la estadounidense podía hacer poco más que mantener la compostura. Intentar no deshilacharse del todo, contestar lo que pudiese porque esto es un grande y nunca hay que rendirse. Sus esfuerzos eran en vano. Por más que se agarraba a la pista e intentaba seguir el ritmo de Garbiñe las pelotas seguían cayendo de su lado sin que ella pudiese alcanzarla. Era una colección de obuses, un arsenal que todo el mundo sabía que estaba en los brazos de Muguruza pero que no todos pensaban que pudiesen salir a escena con regularidad.
Bien, pues están aquí y si han llegado realmente para quedarse el deporte español pasará la próxima década presumiendo de estrella. Muguruza, con esa sonrisa tímida, siempre ha sido sincera. Su discurso a veces hablaba de miedo, otras de frustración. Ahora es más claro, como más claro es su juego. No duda tanto y asume que la miren. Se está ganando un respeto como competidora, porque el de tenista lo tuvo siempre. Solo hay que verla un rato, y ni siquiera un rato largo, para entender que lo que Muguruza hace está a la altura de las elegidas.
Era cuestión de creer y ahora la fe parece marcar el ritmo. Los miedos, las montañas que no se podían ascender, se han esfumado de repente. No importa que Nueva York siga siendo la gran urbe que aparece en las películas. Ya no abruma, no porque de repente haya menguado sino porque, es evidente, Garbiñe y su tenis se han agigantado.

FUENTE: Con información de G. CABEZA - https://www.elconfidencial.com

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