
Corría el año 1521 cuando Fernando de Magallanes fue el primero en describir la isla. Desde su embarcación divisó la pequeña porción de tierra, la describió y la incluyó en sus cartas de navegación, pero nunca llegó a desembarcar en ella. Por eso, a pesar de ser oficialmente su descubridor, la legitimidad de la isla quedó en un limbo que supo aprovechar en 1705 el pirata inglés John Clipperton, quien estableció el islote como su base de operaciones en el Pacífico norte.
Clipperton estuvo durante más de una década escondido en la isla a la que puso su nombre, desde la que atacaba a los navíos españoles que navegaban por las rutas del Pacífico. Pero una buena base no lo sería si no tuviera la posibilidad de esconder en sus entrañas un tesoro pirata. Así, la leyenda afirma que en aquella isla perdida se encuentra uno de los mayores botines de oro nunca descubiertos por el ser humano enterrado en algún punto indefinido.
Una década más tarde, Clipperton abandonó la isla para lanzarse a nuevas aventuras en otros mares, una situación que fue aprovechada por Martin de Chassiron y Michel Dubocage, dos capitanes franceses, para redescubrirla y renombrarla como isla de la Pasión, reclamándola bajo la soberanía francesa al asegurar que un pirata no tenía derecho sobre ninguna posesión legal. Pero su escaso valor económico hizo que pronto quedara olvidada. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de RUBÉN RODRÍGUEZ - El Confidencial