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viernes, 24 de abril de 2020

(Colombia) Para muchos la pandemia es vivir con el enemigo (+Opinión)

Por: Alejandro Muñoz Garzón - No hay estadísticas. Sólo se conocen los muertos como accidentes esporádicos que con suerte aparecen en cualquier medio de comunicación, y cada historia rodeada de avisos publicitarios se convierte en una más del obituario pues no hay investigación periodística que llegue a las verdaderas causas de dichos decesos y por eso, jamas concluyen en una enseñanza, una guía para educarnos o una invitación a la reflexión:
No hay mayor tortura para muchos en estos momentos de Coronavirus que vivir a presión bajo el mismo techo con personas que no los quieren, no los reconocen afectiva o familiarmente porque simplemente los rechazan con palabras soeces, gestos de repudio, actitudes groseras o lo que es peor: con infinitos silencios que causan más heridas que cualquier tipo de ataque directo.

Esta es la situación de miles y miles de personas confinadas por decreto presidencial y que soportan a cada instante de sus encerradas vidas, agresiones cargadas de una violencia tácita de sus propios padres, madres, hermanos, hijos y ademas familiares como esposos, compañeras o cuñados y suegros.

Sí, la pandemia del coronavirus se convirtió en un verdadero Apocalipsis afectivo para muchos, donde están poniendo a prueba su inteligencia, su poder de aguante y tensando sus nervios para autoalivierse mentalmente cada minuto de sus interminables días de confinamiento obligado y seguir aguantando la presión de fuertes ataques por parte de aquellas personas de su propia familia que intentan someterlos o aislarlos, todo para ejercer control sobre ellos y así excluirlos de derechos fundamentales, como el derecho a una familia, a la propiedad privada, el patrimonio o la autoridad sobre sus hijos y sus pertenencias, a las que tienen derecho por ley, por trabajo y por convivencia.

Con tristeza debo escuchar a diario, entre sollozos y lagrimas secas por el dolor, frases que se repiten en el lenguaje afectivo diario de humildes mujeres que trabajan en sus casas, obreros común y corrientes y personas sencillas que repiten en coro tal y como repican en sus mentes esas horribles frases que con pena ellos me repiten:

“Mi propia madre me dice que soy una hijueputa que le robé la juventud y acabé con su vida”.
“Mi padre me dice que no soy su hijo y que mi mamá es una puta que conoció en una taberna…”
“Mi hermana quiere que me vaya de la casa desde que murieron nuestros padres, ella me dice que no soy hija de ellos…”
“Mi hermano metió a la casa a una mujer con varios hijos y dice que tengo que desocuparle la casa…”
“Mis hijos no me hablan, todos trabajan y cuando llegan lo único que reclaman es comida y silencio…”
“Mi abuela misma se aterra y llora porque ella no sabe por qué mi madre me odia tanto…”
“He pensado que soy adoptado, no me parezco a nadie y creo que por eso me odian y me rechazan…”
“A pesar de que los familiares con los que vivo desean mi muerte, no les voy a dar el gusto de suicidarme.”
“Mi papá no me baja de hijueputa, mi mamá me ha gritado malparido y mis hermanos me dicen váyase a la mierda…”

Allí está y nadie lo nota, es la pandemia más mortal y demoledora, es la pandemia del odio familiar, ese que se incuba con pensamientos de rechazo, se transmite con palabras vulgares y se inocula con agresión mental y física.

Es la otra pandemia que jamás ven los que gobiernan y es la que mas daño le hace a la sociedad, pues mucho de ese odio es expuesto por sus contagiados cuando llegan a ocupar un cargo y tienen la oportunidad de vulnerar a sus subalternos a los que maltratan y ofenden porque se sienten en su casa, donde jamas tuvieron compasión con sus propios familiares.

Mientras muchos van al cementerio a llevarles flores hipócritamente a sus víctimas, otros quedan vivos a merced del familiar agresor que regresa pronto a su acostumbrada rutina de silencio, que marca espacios de una falsa autoridad en la que el miedo es su principal amigo y enemigo.

En medio de la mortandad y el peligro, jamas nuestras autoridades, ni nadie ha visto las verdaderas víctimas, todas presas del miedo encerradas por un familiar que los odia y que simplemente necesita educación y un tratamiento acorde a sus desajustes mentales, porque aunque nos cueste reconocerlo, el odio ha enfermado a muchos, a tal punto que las estadísticas así lo demuestran:

"Sube la cifra de lesiones personales dentro de la cuarentena", dicen los titulares de prensa en casi todo el mundo y a las autoridades de cada gobierno les interesa eso? Quieren la verdad: a nadie. A quien le importa que un padre le diga hijueputa a un hijo? A qué medio le llama la atención que una madre viva sola la mayor parte del tiempo y en la noche sea sometida por su esposo e hijos que la golpean o la tratan como esclava en pleno siglo XXI?

Sin embargo y desde hace varios años, la internet hace su trabajo soterrado y silencioso y agrega un ingrediente mucho más peligroso para la sociedad, se llama bullying; con la cual se encarga de exponer a la picota pública agresiones de todo tipo entre las que se destacan las peleas entre hermanos, padres e hijos que son juzgadas en un gigantesco coliseo romano cibernético, a través del cual se busca la reacción de acalorados seguidores que piden sangre o aconsejan más violencia en cada episodio.

Estas practicas modernas, en nada ayudan a las víctimas; antes por el contrario, las exponen y las someten al escarnio con mayor riesgo y peligro dentro de su propio grupo familiar de lo que cualquier autoridad puede llegar a medir, porque jamás lo imagina, nunca lo reflexiona y mucho menos lo previene.

Ese odio familiar y de rechazo, es sin duda alguna el caldo de cultivo para reacciones sociales que se avecinan después del encierro obligado y dejaran resultados catastróficos en la vida de muchos, que muy seguramente tendrán que sortear por si solos porque a ningún gobierno le importa, como ha sucedido ya en épocas vividas en los años 50s cuando fueron sacadas de los departamentos de Boyacá y Santander centenares de niñas entre los 5 y los 15 años de edad y entregadas por sus propias madres y familiares para servir en casas de familia en Bogotá, Cali y Medellin; o los cientos de miles de niños que fueron robados y tramitados irregular y soterradamente en adopción por sus propios abuelos, tíos o padrastros; capítulos de nuestra oscura y vergonzosa historia que jamás ha sido contada y que forma parte de esas pandemias de odio familiar que jamás le han importado a nadie pero que sin duda, son una gigantesca y silenciosa bomba de tiempo que se llamará hambruna, una catástrofe humana que empieza en nuestros propios hogares donde unos matan a otros, únicamente para no compartir un pan en familia.

Hay que decirlo, el hambre que se avecina será por absoluto desafecto familiar, algo que ningún gobierno sabe medir, lidiar y mucho menos prevenir, porque definitivamente para los que gobiernan es un tema exagerado que no existe, así me lo han dicho muchas veces, que tristeza...

FUENTE: Artículo de Opinión - La Nueva Prensa de Colombia

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