Barbosa, quien tiene una larga colección de títulos universitarios como se estila en esta época con el fin de descrestar a ingenuos y darle apariencia de “meritocracia” a lo que es pago de favores y el amiguismo de siempre, no tiene idea de derecho penal, menos de sus códigos en los que se establece cuándo y por qué aplica la detención de un investigado. Pero, por lo visto, poco le importa pues su encomienda consiste en servir a su grupo político y al gobierno Duque que le dieron, de regalo, la Fiscalía. El espectáculo contra Gaviria fue mal calculado en sus efectos, pero cuán eficaz resultó para enfocar la atención pública en el caso del gobernador, y desviarla del escándalo que implica la captura de los policías que interceptaron las llamadas del corrupto Ñeñe Hernández cuando este hablaba de una operación de compra de votos con cuadros de la campaña del presidente.
El fiscal del caso de los investigadores del proceso de la “ñeñepolítica”, que sus colegas definen como astuto y conocedor de su oficio, pero dispuesto a complacer a sus superiores, empezó sus indagaciones contra ellos al otro día de que se publicaran, en un medio, parte de las conversaciones del Ñeñe con Caya Daza, asesora del jefe supremo de Duque y Barbosa, Álvaro Uribe. ¡Al otro día, hace menos de tres meses! ¡Cómo ha volado la justicia en este caso! Esos dos uniformados ya están capturados, se les hizo audiencia, se les acusó de estar enredados en “chuzadas” ilegales y hasta se intentó que se quedaran sin defensor para ponerles uno de oficio que puedan manipular. Entre tanto, la “ñeñepolítica” se enreda y la investigación contra Daza, que también lo es contra Priscila Cabrales (ambas fotografiadas con el fiscal general cuando este y ellas hacían campaña por Duque), está quietecita en algún despacho de otro fiscal. Qué tan conveniente.
FUENTE: Artículo de Opinión - El Espectador