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viernes, 17 de julio de 2020

Una historia de racismo en el ‘Maracanazo’

La sentencia se escuchó al final de ese inolvidable 16 de julio de 1950. “En Brasil, la pena máxima es de 30 años. He pagado toda mi vida por una derrota”, decía Moacyr Barbosa, portero de la selección brasileña que hace 70 años perdió la Mundial ante Uruguay en el Maracaná. Barbosa falleció en 2000, a los 79 años, aún con el estigma de la condena pública por un instante que le persiguió durante décadas, el del Maracanazo. Los hinchas y gran parte de la prensa lo consideraron responsable de aquella derrota, sobre todo por el segundo gol, marcado por el extremo derecha Alcides Ghiggia.

Defenestrado, Barbosa encontró consuelo en la amistad que trabó con los jugadores uruguayos, los verdugos de 1950, y en el cariñoso recuerdo del Mundial que tiene el país vecino, donde recibió un homenaje del Gobierno. Se hizo amigo de Ghiggia, que se disculpaba por el gol que le causó tantos disgustos. “Si hubiera sabido, en aquel momento, que la culpa recaería en un solo hombre, no habría marcado el gol”, se castigaba el exdelantero uruguayo, como señal de respeto por el sufrimiento de Barbosa.

Con la camiseta del Vasco, un club en el que jugó durante más de 10 años, Barbosa ganó seis veces el campeonato carioca. También fue campeón sudamericano con el Expresso da Vitória, en 1948, y paró un penalti en la final. Llegó al Mundial como titular absoluto de la selección, respaldado por el título de la Copa América del año anterior. Pero ni siquiera la idolatría del Vasco impidió que el portero fuera crucificado por haber perdido el primer Mundial organizado en el país. En Río de Janeiro, la gente le paraba por la calle para recriminarle que no hubiera capturado el balón, aunque fuera imposible. Nunca olvidó el día en que, ya retirado, vio que una mujer lo señalaba con el dedo y le decía a su hija: “Ese hombre hizo llorar a todo Brasil”.

Barbosa no tuvo hijos. Pero cuando se fue a vivir a Praia Grande, en la costa de São Paulo, conoció a Tereza Borba y ganó, como ella misma define, “una hija de corazón”, que hoy lucha por preservar la memoria de su padre. “Ningún portero habría podido atrapar ese balón”, dice Borba, destacando la proximidad del disparo de Ghiggia. Después de transformar su tumba en un monumento conmemorativo y hacer que el Ayuntamiento lo reverenciara poniendo su nombre a una calle, se esfuerza para que Barbosa no sea recordado solo por el Maracanazo. “Necesitamos pasar la página, 1950 ya ha pasado. La verdad es que mucha gente ni siquiera sabe que mi padre existió. Tenemos que recordarle como el excelente portero que fue”. ->>Vea más...

FUENTE: Con información de BREILLER PIRES - El País

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