Tras fallecer, Dalí y Gala han continuado apareciendo en los medios de comunicación y protagonizando exposiciones y nuevos libros. Parecería que se sabía todo de esta pareja tan inclasificable como irrepetible. Pero hay historias que han quedado al margen de sus biografías de las que no se ha escrito una sola línea ni se ha publicado una sola imagen.
Como la de Joan Figueras; una persona vinculada con la pareja durante casi cuatro décadas. Con ellos convivió, año tras año, desde abril o mayo, cuando Dalí y Gala se instalaban en su casa de Portlligat, hasta octubre o noviembre, cuando volvían a Nueva York para pasar el invierno, en el mejor lugar para vender las obras que él había pintado a lo largo del verano anterior.
La relación entre Dalí, Gala y Joan comenzó en 1948, cuando ellos regresaron de su estancia en Estados Unidos de casi 10 años. El pintor renegaba del surrealismo y estaba decidido a iniciar una nueva etapa místico-religiosa. Y qué mejor manera de hacerlo que pintando una Virgen, que sería Gala. Necesitaba a un Niño Jesús y en aquel momento Joan, que tenía cinco años, correteaba por Portlligat en compañía de su padre, Jaume Figueras, amigo de juventud del pintor que en su ausencia había participado en los trabajos para acondicionar la casa de Portlligat. Joan fue el escogido. Pasó aquel verano con ellos y repitió al siguiente, mientras Dalí pintaba La Madona de Portlligat. También en el de 1950, cuando el creador hizo la versión definitiva de esta obra; unos veranos en los que aquel niño simpático, travieso, guapo y despierto acabó ganándoselos, pese a la fama de fríos, distantes, poco afectuosos e, incluso, de odiar a los niños, que siempre ha acompañado a Dalí y Gala. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de JOSÉ ÁNGEL MONTAÑÉS - El País