Por: Daniel Coronell - El cuadro acabado a bala por su autor y modelo, Alejandro Obregón, acompañó a Gabo hasta el último día de su vida.
Me conmovió el recorrido sensible, respetuoso e inteligente que hace Rodrigo García sobre los últimos años de sus padres Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha. Les recomiendo leer el libro Gabo y Mercedes: una despedida por ser un retrato muy diferente del genio de la literatura y de Mercedes que hizo posible que lo fuera. Además de la sentida narración, el libro incluye fotografías con varios niveles de significado.
Una de esas fotos muestra a García Márquez un año antes de su muerte. La imagen fue tomada un martes de 2013 en su casa de la Calle Fuego 144, en Ciudad de México, donde pasó buena parte de su existencia. Gabo se ve durmiendo una siesta estirado en una poltrona y cubierto con una enorme ruana de lana blanca.
En el fondo del salón hay una hermosa chimenea, sobre el hogar está colgada una pintura de Alejandro Obregón. De ese cuadro quiero hablarles porque detrás hay una historia que merece ser recordada y que fue escrita, hace 29 años, por el propio García Márquez.
Alejandro Obregón, el gran pintor colombiano, murió en abril de 1992. Como un homenaje al maestro, la editorial Lerner publicó un libro con algunas de sus obras y textos de Álvaro Mutis, Daniel Samper Pizano, Pierre Restany y Gabriel García Márquez.
El primer capítulo del libro fue escrito por Gabo y se llama “Historia secreta de un gran cuadro”. Cuenta que un personaje que marcó la obra de Obregón fue Blas de Lezo, el marinero vasco que en 1741 defendió con fiereza a Cartagena de Indias del sitio de la armada inglesa capitaneada por el almirante Edward Vernon.
Blas de Lezo, que había perdido una pierna, un ojo, una oreja y la movilidad de un brazo en numerosas batallas navales, resistió heroicamente el ataque británico y por cuenta de su gesta hoy hablamos español y no inglés.
Obregón pintó tantas veces a Blas de Lezo que terminó confundiéndolo con su propia imagen. Poco antes del 31 de diciembre de 1979 terminó un retrato suyo –quiero decir, tanto de Blas de Lezo como de Alejandro Obregón– que exhibió en la fiesta familiar de año nuevo. Dos mujeres, allegadas al pintor y maravilladas por la calidad de la obra, empezaron a discutir sobre cuál de ellas debería quedarse con la pintura.
Relata Gabo que Obregón se puso celoso de la atención que merecía “Blas de Lezo, el teso” como lo había llamado:
–Sentí que el cuadro se estaba volviendo más importante que yo. De modo que resolví matarlo.
Así es que, sin mediar palabra, Alejandro Obregón sacó de la pretina un 38 largo y descargó las seis balas del tambor sobre la pintura. Desde luego la fiesta se acabó y pasó mucho tiempo antes de que alguien se atreviera a preguntarle al pintor por el destino del cuadro acribillado que, como ustedes podrán imaginarse, se convirtió en leyenda.
Fue García Márquez quien le puso el cascabel al gato. Una buena noche mientras pintor y escritor cenaban en el restaurante La embajada italiana de Cartagena, Gabo se arriesgó a averiguar por el retrato:
–Por ahí anda –le respondió–. Y a propósito, hay que acabar de destruirlo.
La conversación paró ahí pero no la juerga. Narra García Márquez que cuando los echaron de la última cantina se fueron a la casa de Obregón en la Calle de la Factoría, dentro de la ciudad amurallada, con el plan de incinerar el cuadro y arrojar sus cenizas al mar.
Obregón esculcó en el lugar mas recóndito de su estudio y salió cubierto de polvo y telarañas con el cuadro entre sus enormes manos. Lo lavó con agua y detergente y lo acomodó sobre un caballete en la terraza de su casa con el Caribe al fondo.
A medida que iba amaneciendo García Márquez pudo ver cómo el retrato iba cobrando vida. Tres balas le habían entrado por el único ojo bueno que había sido de un intenso azul aguamarina, el mismo tono de los ojos de Alejandro Obregón. El rebote de los proyectiles había perforado parte de la cara y del cielo de fondo, pero la obra seguía siendo espléndida.
–No está tan mal– dijo Obregón.
–Es una maravilla– afirmó Gabo. –Y me pregunto si tendría la misma belleza y el mismo dramatismo si no la hubieras terminado a tiros.
Después de un largo silencio mojado con ron, Obregón volvió a hablar.
–Tu madre es una santa pero tú eres un hijo de puta– le dijo a Gabo.
Se levantó y con un pincel untado en óleo rojo, escribió arriba de su firma: “A Gabo”.
García Márquez se llevó el cuadro y lo colgó en el lugar más especial de su casa de la Ciudad de México, hasta que un día Obregón llegó de visita sin anunciarse. Iba para Cancún pero se detuvo para cumplir con un trabajo aplazado. Apenas saludó y sacó un trozo de lienzo, agujas, hilo blanco, un pincel delgadito y dos tubos de óleo azul y blanco.
Sobre una matera de geranios en el jardín interior frente a la mirada asombrada de Gabo y Mercedes, el pintor restauró la obra que años atrás había abaleado. La mirada azul del propio Alejandro Obregón reflejado en el retrato de Blas el teso, revivió en toda su intensidad después de la restauración. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles