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martes, 8 de junio de 2021

(Colombia) La décima: Microhistoria de la décima nacional (+Opinión)

Colombia escucha o lee décimas escritas en su territorio desde hace cerca de 380 años. El más lejano antecedente de este formato poético que salió de España vestido de caballero y en América se acomodó al traje campesino es, salvo prueba en contrario, una décima que data aproximadamente de 1640. Fue escrita por un fraile carmelita descalzo, Fabián de la Purificación, en elogio de Fernando Valenzuela, laico que tomó los hábitos con el nombre de Fray Bruno. Dice así esta décima pionera que aconseja al nuevo religioso evitar los apuros (carreras al bravío) y caminar más seguro:

Todos corren al bravío,
y el que no llega a la meta
su correr es cual cometa
que deshace el viento frío;
a correr con grande brío
comienzas, Fernando, ten.
No des al correr vaivén
que el bravío no alcanzó
al que alentado empezó
sino aquel que acabó bien.

Más de un siglo después fue popular decimero en Santafé el español Francisco Javier Caro (1750-1822), que criticó en versos sarcásticos a varios de los próceres criollos y fue tronco de una familia de conocidos poetas: José Eusebio, Miguel Antonio, Víctor Eduardo… Don Francisco, sin embargo, intentó que sus hijos se alejaran de los versos, y dedicó esta décima a Antonio José, padre de José Eusebio:

No escribas versos, Antonio,
porque eres pobre y me aflijo;
no seas poeta, hijo,
que es tentación del demonio.
Dedícate al ortogonio
y estudia bien la plancheta…
Mas él dice: —¡Cuchufleta!
Por más que mi padre ladre,
que le cuadre o no le cuadre,
yo tengo que ser poeta.

Galopaba el romanticismo en 1855 cuando Rafael Pombo escribió uno de los más famosos y rebeldes poemas de nuestra literatura: La hora de tinieblas. Son 61 décimas descreídas y desafiantes. Ofrecemos las dos primeras:

¡Oh, qué misterio espantoso
es este de la existencia!
¡Revélame algo, conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no sé qué pavoroso
En el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?

Si en la nada estaba yo,
¿por qué salí de la nada
a execrar la hora menguada
en que mi vida empezó?
Y una vez que se cumplió
ese prodigio funesto,
¿por qué el mismo que lo ha impuesto
de él no me viene a librar?
¿Y he de tener que cargar
un bien contra el cual protesto?

En medio de la devastadora guerra de los Mil Días (1899-1902) floreció en Bogotá una generación de jóvenes que combatían la angustia improvisando chistes en verso y cantando pasillos. Lo mejor de estos cientos de epigramas es la siguiente décima filosófica y metafísica de Eduardo Ortega:

No, gracias

Pienso cuando estoy fumando
que todos vamos al trote,
que la vida es un chicote
que se nos está acabando.
Si en el momento nefando
Dios me llega a preguntar:
“¡Quiere usted resucitar?”,
le diré echándole el humo:
“Mil gracias, Señor, no fumo
porque acabo de botar”.

El caribe ha sido siempre prolífico rincón americano de décimas, y nuestra costa atlántica lo refleja. La siguiente estrofa en décima asonante es del compositor guajiro Leandro Díaz (1928-2013), quien destroza en El bozal a los compositores que la industria musical fabrica de afán:

Que salga un compositor
que haga un merengue pa´ve;
que haga dos y que haga tres,
que haga el cuarto superior,
que haga el quinto como yo,
que cante el sexto con brío
yo hago el séptimo engreído
porque voy llegando al ocho;
hago el noveno sabroso
y en el décimo sonrío. ->>Vea más...

FUENTE: La décima - Los Danieles

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