Por: Daniel Samper Pizano - Esa mañana del 14 de noviembre de 1985, los
familiares del Mudo Rodríguez, popular personaje de Armero, vieron llegar a su
casa veredal unas personas angustiadas que pusieron en sus manos una niña de
cinco años embarrada y llorosa.
—Es Andrea, la hija del médico Arteaga —les dijeron—. Estamos buscando al
doctor. Guárdenla aquí.
A los Rodríguez no les extrañó la petición. En realidad, desde la víspera nada
les extrañaba. Antes de la medianoche había hecho erupción un casquete del
volcán del nevado del Ruiz y, en medio de un ruido propio del fin del mundo,
se produjo una avalancha de barro, agua, piedras y cuanto encontró el torrente
a su paso; la masa gigantesca reptó sesenta kilómetros montaña abajo y sepultó
a la ciudad de Armero con sus casi 30.000 habitantes. El país tardó horas en
saberlo. A la luz del amanecer, un aviador pudo observar con incredulidad que
un océano espeso de color marrón ocupaba el espacio donde había existido
Armero. Así se enteró Colombia de una tragedia que, en muchos sentidos,
superaba la que acababa de ocurrir en el Palacio de Justicia de Bogotá.
Precisamente en Bogotá estaba el periodista, fotógrafo y gestor cultural
tolimense Francisco Pacho González Cortés, parte de cuya familia vivía en la
ciudad hundida. Al escuchar las noticias, Francisco llamó a su papá, Alfonso
González Rengifo, a los teléfonos 5304 y 5088 de Armero. Quería saber cómo se
encontraba. “Me ampollé el dedo marcando sin que me contestara y decidí salir
disparado con un hermano hacia el lugar de la catástrofe”. El abogado González
no podía responder. Él, su hijo Alfonso, de 19 años, el médico Arteaga —colega
suyo en la logia masónica Estrella del Combeima— y miles de personas más
habían muerto y yacían bajo el mar toneladas de lodo. También la ciudad
entera.
“Al llegar a lo que había sido Armero —recuerda Pacho— encontré un escenario
aterrador. Gente parcialmente sepultada a la que jalaban con lazos; cadáveres
semidesnudos; barro, agua y destrozos por todas partes. Vi cómo robaban a los
cadáveres cadenitas, relojes y joyas; vi que les arrancaban los dientes de
oro. Unos treinta cuerpos se hallaban arrumados en una ladera y acudí a ver si
reconocía a alguno; fue horroroso, porque, alucinado, comencé a ver a mi papá
en todos ellos. Más allá, un grupo de periodistas rodeaban a una persona
atascada en el agua. Luego supe que era Omaira Sánchez, la niña que murió tres
días más tarde sin que pudieran rescatarla. En ese instante tiré mi cámara y
me puse a auxiliar a decenas de rescatistas y voluntarios que intentaban
salvar a los heridos y exhumar a los enterrados”.
De su familia, su casa, su barrio y su villa natal quedaba poco. Un tiempo
después, González encontró en el barro seco un baldosín que reconoció como de
su cocina. Permaneció varios días en el infierno de Armero, hasta abandonar
toda esperanza. Muchas personas recorrían la zona con carteles y papelitos que
exhibían los nombres de sus parientes. Preguntaban por ellos. Las víctimas
compartían historias. Muchas tenían que ver con niños. González se dio cuenta
de que “mientras sus familiares permanecían bajo la avalancha o recibían
atención médica, se estaban robando a los niños sobrevivientes”.
Uno de los casos fue el de Andrea Arteaga, la pequeña que entregaron a la
familia del Mudo Rodríguez. Pasadas unas horas, se presentaron dos rescatistas
en la casa veredal y recogieron a la niña, para entregarla supuestamente a un
pariente. No quedaban cartas, recibos, constancias ni facturas. De ella no se
supo nunca más. Tampoco de más de 500 menores que salieron con vida y cuyo
rastro se perdió. Un buen número de ellos había quedado al cuidado del
Instituto de Bienestar Familiar (ICBF), que los repartió por sus sedes en
diversos puntos del país y los dio en adopción. Fue entonces cuando Pacho
decidió dedicarse a indagar por los niños de Armero desaparecidos después del
alud. Creó una fundación que atienden él y su compañera María Claudia de la
Torre con el apoyo de dos voluntarios: la profesora Mallivi Melo, juiciosa
asistente de investigación, y Andrés Bastidas, doctor en salud pública. Pese a
la renuente cooperación oficial, la Fundación armando Armero ha logrado fichar
e identificar 136 episodios de niños rescatados con vida antes de desaparecer.
Así lo revelan imágenes y diversos testimonios.
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles