Ivanka Trump compartió en una entrevista el consejo más importante que le habían dado en su vida: “Ve siempre con la cabeza alta”. La cabeza alta significa que uno es alguien, incluso que uno es tan alguien que no tiene sentido ocultarse, porque va a ser indefectiblemente reconocido. Ser alguien tiene que ver con la fortuna personal o la fama, con la inevitabilidad del protagonismo. Uno, en ese gesto, muestra orgullo, seguridad y un poco de desprecio. Los ricos y famosos van con la cabeza alta incluso cuando acuden al juzgado para ser condenados en firme por prevaricación, estafa o fraude fiscal. La cabeza alta es un modo de inocencia muy singular: que son tan culpables como lo serías tú si fueras ellos, o sea, si fueras alguien. Cuando una persona va con la cabeza alta y no sabes quién es, piensas de inmediato que algo se te escapa, una página de deportes, una ramificación genealógica, un nominado. ¿Quién es esa persona con la cabeza tan alta? Y a veces no es nadie. Es Georgina.
Georgina Rodríguez es la don nadie de nuestro siglo. O sea, el héroe de nuestro tiempo, la heroína de la trastienda del capital. Sus primeros trabajos fueron como dependienta en Massimo Dutti o Gucci. En Gucci, vendiendo ropa, conoció a Cristiano Ronaldo.
En 'Soy Georgina' (Netflix) se aborda la vida de la mujer del famoso futbolista. Este 'reality', por supuesto, también significa ir con la cabeza alta. En rigor, es una serie sobre alguien que no tiene mérito alguno, talento conocido, carrera profesional sólida ni atributos físicos naturalmente arrobadores. Georgina conoció a Ronaldo en 2017, y en su entrada actual de la Wikipedia señalan que su profesión es “modelo”. Más abajo, podemos ver el dato de sus años “activa” como modelo: desde 2017.
Casada con un millonario, Georgina podría haber seguido con la cabeza baja de la chica de Jaca que te buscaba otra talla mientras atendías al móvil. Pero decidió —y esto es crucial— ser alguien, modelo, 'celebrity', 'influencer', cualquier cosa que el dinero pudiera comprar. Contaba con el respaldo de 500 millones de dólares.
Mónaco
Ahí mismo empieza 'Soy Georgina', que no es otra cosa que ver a una chica gastándose 500 millones de dólares y dándose cuenta de que no se acaban nunca. Lo primero que hace es coger el 'jet' privado de Cristiano Ronaldo e irse a París al 'atelier' de “Jean-Paul” (o sea, Jean-Paul Gaultier). En el avión, come sin parar viandas exquisitas. También ocupa su tiempo en reformar la mansión de Cristiano en Madrid, donde le sugieren poner a la venta en una web de segunda mano un sofá demasiado grande, por 10.000 euros. Luego irá a comprar joyas. Cuando esta vida extenuante la supera, llama a sus amigos para que se monten en el yate (sí, de Cristiano Ronaldo) y se vayan todos de fiesta a Mónaco.
Es extraordinario ver a alguien gastándose el dinero de otro. Habla, desde luego, muy bien del otro. Pero lo realmente impagable de 'Soy Georgina' es contemplar cómo una veinteañera sin estudios ni talento artístico ni abolengo adecuado es capaz de ser millonaria de forma convincente. Tener clase, ir a Cannes, salir en revistas o sentarse a la mesa de la alta sociedad no era tan complicado: basta pagar por aprender, por que alguien te vista, por que alguien te oriente.
Una cosa fascinante de este 'reality' es ver a casi una decena de expertos dialogar con Georgina al más alto nivel sobre asuntos acerca de los cuales ella no tiene ni puta idea. Habla con una diseñadora de joyas, con varios modistos, con una decoradora de interiores… Ellos saben mucho de su oficio, y ella solo frecuenta el lugar común, mezclado con el papanatismo de creer que cualquier cosa cara tiene que ser de buen gusto. Pues bien, los expertos asienten ante todo lo que ella dice, lo celebran, le hacen pensar que conversa sobre vinos o texturas con conocimiento de causa y sibaritismo muy asentado. Georgina va a pagar decenas de miles de euros por un vestido, un collar, un estampado. Es la clienta. Y el cliente no solo tiene siempre la razón, cuando cuenta además con 500 millones de dólares, es Aristóteles.
Georgina tiene a mi juicio un mérito inmenso: ir por la vida lujosa sin pensar que eso no es para ella, muchacha de autobús y probador, de tren nocturno y cena fría. Bastó ese gesto, alzar la cabeza —la cabeza del pueblo, en suma—, para poner de manifiesto que un coche de 100.000 dólares, un guardaespaldas o un yate funcionan también con nosotros.
Al dar instrucciones a la decoradora para reformar su casa en Madrid, Georgina resume su fascinante mezcla de pueblo llano y lujo extremo: “No me pongas flores de plástico, no me pongas libros; menos polvo que limpiar”. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de Alberto Olmos - El Confidencial