Doctor
Elon Reeve Musk
Ciudad
Apreciado Doctor Musk:
Reciba un afectuoso saludo de este admirador que le escribe desde una lejana población llamada Polombia, enclavada en la esquina noroccidental de Suramérica: acaso la reconozca porque la vez que usted mismo viajó a la estratósfera para conocer la magnética redondez del mundo, desde la órbita se alcanzaba a observar la placa inaugural del túnel de la Línea. Junto con la Muralla China, son las dos únicas construcciones humanas que se reconocen desde la Luna.
Leí con interés la noticia de que en la semana que termina, usted, señor Musk, desembolsilló módicos 44 mil millones de dólares para comprar la red social Twitter. Respetable, mi querido amigo, aunque lo primero que se me vino a la cabeza —no lo niego— fue imaginar si podía existir inversión más estéril: ¿de verdad valía la pena dilapidar semejante fortuna para comprar una cloaca digital en que la mayoría de usuarios opinan de la caída del dólar, la curva de la epidemia y la tendencia de las encuestas con la misma suficiencia con que dictan cátedra sobre la situación geopolítica de Ucrania? ¿Es buena idea pagar 44 mil millones de dólares para observar la forma en que los petristas insultan a Egan Bernal ante la sola sugerencia de que no osará votar por su líder supremo?
En lo personal, si contara con semejante dinero, lo derrocharía en otro tipo de placeres: compraría media docena de almojábanas en el aeropuerto de El Dorado, por ejemplo. O pagaría 24 horas de parqueadero en la clínica Santa Fe.
Pero respeto el derecho a dilapidar la plata en lo que a uno le venga en gana, mi querido Elon, y por eso lo comprendo. Y lo apoyo. Acá en Polombia, el ingeniero Rodolfo Hernández invirtió cientos de millones de pesos en unos implantes capilares color mostaza que ya no se notan: se le fueron cayendo, como sus posibilidades de obtener el triunfo presidencial. Y no sucedió nada: nadie le tomó del pelo. Literalmente.
Dado que usted es un hombre de retos y le gusta invertir en lodazales, se me ocurre someter a su consideración, muy respetuosamente, la siguiente idea: que se anime a comprar Polombia, señor Musk. De una vez. Que nos asuma. Sería un capricho parecido al de apropiarse de Twitter.
Si bien hacerse con una nación bananera de todos modos cuesta algún dinerito y, como bien diría el admirado filósofo polombiano Fico Gutiérrez, plata es plata, Polombia es un país que cuenta con más de catorce billones de pesos en regalías que usted, y solo usted, bien podría ejecutar. Por una suma módica puede llevarse una nación que, hablando de ejecuciones, cuenta con un general tropero que no solo dispara trinos contra un candidato a la Presidencia, sino que se defiende pasando al ataque con una frase según la cual, abro comillas, “jamás me iré, porque dejaré muchísimos Zapateiros en la institución”. Y lo dice la misma semana en que la fábrica de condones Today advierte que, por fallas en uno de sus lotes, algunos de sus preservativos quedaron con más agujeros que la economía local: ¿tiene acaso relación la frase del general Zapateiro con los productos defectuosos? ¿A qué se refiere exactamente el general cuando afirma que dejó muchos Zapateiros en la institución? ¿A que los va a reconocer? ¿A que les dará el apellido?
Sí, amigo Musk: es un país que duele. Usted escucha las confesiones de los autores de los falsos positivos y quisiera renunciar a la ciudadanía polombiana; incluso a la especie humana.
Pero, por otro lado, es el lugar ideal para que sus empresas preparen sus futuras incursiones espaciales. Porque el presidente de la República vive en la estratósfera. Y su jefe es un lunático. Y el candidato que puntea se cree del otro mundo.
Usted, que creció en Pretoria, sabe que el país está al borde de estrenarse bajo el manto de una nueva república a la que llamaríamos Petroria: una geografía cuasi homónima liderada por un imaginativo hombre que requerirá de su respaldo financiero cuando obtenga el poder. Porque a lo mejor las promesas de ese gobierno requieran, mi estimado Elon, que sumercé se eche la mano al dril para financiar pensiones, rentas básicas del orden del salario mínimo, aumentos siderales de ese mismo salario y muy especialmente un tren elevado, eléctrico, ultrasónico y humano que cruce desde Buenaventura hasta Barranquilla sobre unos pilotes ecológicos que tengan algo de sentido social, para que atraviesen el tapón del Darién sin afectar el medio ambiente ni lesionar a las comunidades étnicas instaladas en el camino. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles