Por: Enrique Santos Calderón - No hay cómo minimizar lo que significa el encuentro entre Gustavo Petro y Álvaro Uribe. Cuando durante dos horas se reúnen sonrientes los dos hombres, hace años implacables rivales, que han simbolizado la polarización de la sociedad colombiana es porque el país está entrando en una nueva era política. La que puede abrir las puertas hacia la tan invocada reconciliación nacional.
¿Durará la luna de miel? Puedo estar pensando con el deseo pero los signos son alentadores. Se abrió un canal de diálogo “permanente” y todo indica que las relaciones serán cordiales. Petro dijo que “se encontraron las diferencias y los puntos comunes” y Uribe que la oposición sería “razonable” y que, además, hay identidad en temas como el fortalecimiento de la economía popular. Algo inconcebible hace un mes. Falta pasar del dicho al hecho y clarificar las diferencias, que las habrá y muchas. Por ahora tocaría que avanzaran no solo en gestos e imágenes sino en acuerdos políticos que permitan superar problemas graves que enfrenta Colombia.
Uribe pidió que “no se vaya nadie del país”, lo que puso a más de uno a desempacar. Insistió por otra parte en reformar la JEP, lo que no parece factible, y en no crear más ministerios, donde sí interpreta un generalizado repudio a crear más burocracia. El fundador del Centro Democrático reconoció que su partido pasó de ser el primero al cuarto, pero puede recobrar relevancia al perfilarse como cabeza de una oposición tal vez solitaria, ante el mal disimulado “culiprontismo” de las demás fuerzas políticas. Cómo funcionará el esquema gobierno-oposición es una de las incógnitas del momento. Da grima en todo caso escuchar hoy las amargas quejas de voceros de ese partido, como Miguel Uribe Turbay, atribuyendo el pobre desempeño electoral del CD a la estrategia de rumores y mentiras de sus rivales políticos. ¿Dónde estaba hace seis años durante la sucia e implacable campaña del NO contra el plebiscito por la paz desatada por su partido y su máximo líder? Tal vez es muy joven para recordar.
El espíritu de distensión y concordia que ha traído el encuentro de los dos enconados adversarios hace pensar en la histórica reunión de Alberto Lleras y Laureano Gómez en 1956, que selló el fin de la violencia liberal-conservadora y sentó las bases del Frente Nacional que nos gobernó de 1958 al 74. Paralelo histórico quizás forzado porque eran contextos distintos y el FN fue un pacto de alternación en el poder entre los dos partidos tradicionales para poner fin a la confrontación que ensangrentó el campo colombiano con 300 mil muertos.
La Colombia de hoy es muy diferente a la de hace 65 años pero persiste un sino fatal: la violencia. Y es aquí donde la transición política que vive el país puede contribuir a erradicarla. Y es en esta dirección que me parecen importantes tres anuncios del presidente electo: implementación plena del Acuerdo de Paz, reanudación de conversaciones con el Eln y aceptación de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad.
La sola implementación integral del primer punto del Acuerdo con las Farc, sobre desarrollo agrario y acceso y uso de la tierra, mejoraría las condiciones de atraso y pobreza rurales que han sido causa estructural de la violencia en el campo. Poco se avanzó aquí por el desinterés del gobierno Duque y la oposición de gremios ganaderos y agrícolas. También los capítulos 2 y 4 sobre participación política y solución al problema de las drogas ilícitas tienen hoy mucha relevancia, pero poco desarrollo. Parece olvidarse que el Acuerdo de Paz fue un compromiso del Estado, en mora de cumplirse a cabalidad. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles