Por: Enrique Santos Calderón - Hoy arranca lo que se ha calificado como “una nueva era” en la historia política de Colombia. Y aunque aún no sabemos qué traerá, como cambio de mando en la cúpula del Estado sí es un hecho comparable a lo que representó la llegada del liberalismo al poder en 1930, el regreso del conservatismo en 1946 y el comienzo del Frente Nacional en 1957, tras la caída de la dictadura militar de Rojas.
No creo que el nuevo gobierno deje una impronta tan honda como la que marcaron, para bien y para mal, estos tres acontecimientos en nuestra historia reciente. Pero que habrá transformaciones las habrá, y en su discurso de posesión Gustavo Petro seguramente anunciará cuáles serán las principales. A partir de mañana nuevas realidades comenzarán a vislumbrarse en el tema de la paz, relaciones con Venezuela, reforma agraria y política tributaria, entre otras varias.
Tres meses o cien días es el plazo habitual —el “estado de gracia”— que se traza en las democracias occidentales para evaluar el inicio de un nuevo gobierno. Es de suponer que en ese lapso ya se tienen suficientes elementos de juicio, aunque el día anterior a la posesión se desconocía –algo inusual– quiénes ocuparían varios ministerios y decenas de institutos importantes del Estado. También sorprende que el presidente electo no hubiera asistido al encuentro con los alcaldes de capitales departamentales ni tampoco al que congregó tres días después a más de 400 alcaldes municipales, tratándose de escenarios tan propicios para un mandatario entrante.
Actitudes que llevan a preguntarse por la personalidad del nuevo presidente de los colombianos que para muchos —entre los que me incluyo (lo he tratado fugazmente en un par de ocasiones)— resulta inescrutable y enigmática. Se sabe que Gustavo Petro es un hombre inteligente y decidido, con probado compromiso con las causas populares y un talento político acompañado de tenacidad ideológica y elocuencia oratoria. Pero también de brotes autoritarios y egocéntricos. O de ciertos delirios de grandeza como lo sugieren los “cien mil invitados” a una posesión presidencial con tintes napoleónicos. Pero estas no dejan de ser especulaciones frente a la prueba de fuego que lo definirá como persona y político: el ejercicio de la primera magistratura de la nación. La conducta en el poder ante el éxito o fracaso de sus iniciativas.
Ya con el bastón de mando en la mano cabe preguntarse cómo mantendrá su sintonía popular si el entorno económico y la situación fiscal embolatan el cumplimiento de las reformas prometidas. El exministro de Hacienda Juan Camilo Restrepo escribió que la luna de miel no durará seis meses. Está por verse, pues el amplio respaldo político logrado le facilitaría el trámite de buena parte de su agenda social. Siempre y cuando la defina pronto y mantenga cohesionada la heterogénea coalición de fuerzas que lo apoya. Un primer revés fue lo sucedido en el pulso político para elegir contralor, en el que la coalición no apoyó al candidato que tenía el guiño del petrismo.
Si esto ocurre antes de posesionarse, ¿qué pasará si se repite el patrón y una alianza pegada con la goma del puesterismo se deshace antes de lo pensado, y los proyectos del gobierno comienzan a naufragar en el Congreso? ¿Caerá en la tentación de impulsar una asamblea popular paralela para presionar desde la calle la aprobación de su plan de gobierno? ¿Manejará las adversidades con tranquilidad y paciente muñequeo? La personalidad del nuevo presidente sugiere que puede combinar sin problema el frío cálculo político con la ardiente invocación a las masas. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles