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lunes, 22 de agosto de 2016

(México) La caída del 'rey del narco' comenzó el día en que asustaron a su madre

Hay muchas formas de profanar la imagen de un mito. Se puede coger una estatua, atarle una cuerda al pescuezo y tirar de ella con una grúa hasta derribarla, como se hizo con Sadam Husein. También se puede mandar una turba a saquear el palacete de la hija, como ocurrió con Muamar el Gadafi. O se puede irrumpir en casa de la madre, vandalizar sus pertenencias y luego secuestrar a uno, tal vez dos, de los hijos del mito mientras cenan en un restaurante. Ese es el modo en que la historia recordará el inicio del fin del reinado de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán sobre el narcotráfico internacional, prolongado durante casi 20 años.

Tocarle la familia al Chapo es mucho más que un lance dentro de la guerra del narco. Es un símbolo. La demostración de que sus enemigos le han perdido el respeto y que los suyos, el cártel de Sinaloa, ya no son capaces (o no tienen la voluntad suficiente) de guardarle al jefe lo más sagrado. Hasta hace apenas unos meses, la sola idea de que alguien se atreviera a molestar a doña María Consuelo era impensable en México. Era pedir a gritos que lo colgaran a uno de un puente. Y, sin embargo, no solo molestaron a la 'madona' del narco en su rancho de Badiraguato, sino que entraron como elefante en cacharrería y obligaron a la anciana a huir de la casa en la que ha vivido durante décadas, dándole un susto de muerte.

Lo de doña María Consuelo, ocurrido en junio, fue una carga de dinamita en los cimientos del poder criminal en México justo cuando el rey pasaba los peores momentos de su vida en el Penal Federal de Ciudad Juárez, impotente ante su proceso de extradición a Estados Unidos. Pero lo que ya sin duda ha visibilizado la caída del mito es el secuestro de su hijo Jesús Alfredo el pasado lunes, cuando cenaba en un lujoso restaurante de Puerto Vallarta, la ciudad de moda del Pacífico mexicano.

Todo el mundo en México sabe lo que ocurrió la última vez que un cártel rival secuestró, y asesinó, a un hijo del Chapo. Fue en 2008. La muerte del joven Édgar Guzmán desencadenó una guerra brutal entre Sinaloa y sus antiguos socios y luego ejecutores, el clan Beltrán Leyva. Los estados de Sinaloa, Durango y Coahuila estallaron como un polvorín. Hubo miles de muertos, balaceras y un estado de psicosis social, preludio de los años de plomo que asolarían México entre 2008 y 2012.

La última vez que secuestraron, y asesinaron, a un hijo del Chapo se desencadenó una guerra brutal, preludio de los años de plomo en México

Iván Archivaldo Guzmán junto a Kate del Castillo
El reciente secuestro de Jesús Alfredo ha desatado en el país un torrente de especulación y miedo contenido. ¿Se viene sobre México una nueva guerra del narco? Es imposible predecirlo hasta que no se despejen básicamente dos claves. La primera, saber si el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) 'levantó' solamente a Jesús Alfredo o si el botín también incluye al otro hijo con dotes de mando en la Federación, Iván Archivaldo. La segunda es averiguar para qué quiere el CJNG al narcopríncipe. ¿Organizó el secuestró para ejecutarlo y dar un golpe de autoridad?¿O solo quiere usarlo como moneda de cambio bien hacia el propio Chapo (exigirle que deje de soplar información a la Policía Federal y a la DEA) o hacia el cártel de Sinaloa (negociar territorios y otras prebendas a cambio de la liberación del vástago)? La sociedad mexicana suspira por que se trate de ese segundo escenario. Porque si se trata del primero, si el CNJG ejecuta a sangre fría a uno, quién sabe si los dos, herederos del Chapo y reta frontalmente a Sinaloa, el último coletazo del rey puede ser devastador.

Lo que sorprende de todo esto es la torpeza con que el Chapo y sus hijos se han dejado pasar la mano por la cara hasta rozar casi su extinción como dinastía criminal. Los capos del crimen organizado, igual que los dictadores, siempre acaban sucumbiendo por una mezcla de desgaste en la gestión del poder, egolatría y ascenso de una camarilla rival. El día menos esperado, por el detalle más nimio, el equilibrio de poder cambia. Pero nunca nadie hubiera vaticinado que lo que iba a tumbar al Chapo es su ego. Además en un episodio ridículo, más propio de un traficante 'amateur' que de un virtuoso del hampa: dejarse visitar en su guarida por una estrella de Hollywood y una musa del cine mexicano para hablar sobre los detalles de su 'biopic'.

Nunca nadie hubiera vaticinado que lo que iba a tumbar al Chapo es su ego. Además en un episodio ridículo, impropio de un virtuoso del hampa

Quién sabe lo que tenía en la cabeza el Chapo para incurrir en semejante imprudencia. Tal vez fuera la necesidad de rizar el rizo y añadir un poco de salsa a su monótona vida de forajido; quizá se dejó llevar por la vanidad de no ser menos que Pablo Escobar, cuyo serial producido por HBO estaba arrasando en todo el mundo por aquellas fechas. O puede que fuera su amor irrefrenable por Kate del Castillo, la seductora Reina del Sur, y ya se sabe cuán enamoradizo y obsesivo con sus conquistas es el chaparro narco.

En cualquier caso, es la egolatría lo que le ha derrocado, curiosamente el factor de riesgo que más se había cuidado de controlar durante sus casi veinte años de dictadura criminal. Por eso lo adoraban los campesinos en la sierra de Sinaloa, por su humildad, por su rol de patriarca generoso, su obsesión con no estar, con no alterar. Gracias a su escasa vanidad (y por muchas cosas más) obtuvo la tan necesaria connivencia de la clase política mexicana. El Chapo movía la droga con el espíritu de un empresario, sin tratar de hacerle sombra a los líderes políticos, pecado que sí cometió (y le costó la vida) Pablo Escobar.

Sorprende que el Chapo no intuyera que la visita de Sean Penn y Kate del Castillo podría tender la alfombra roja a la Policía Federal y la Marina hacia su escondite en la sierra de Durango. En su brillante fuga de la prisión del Altiplano en julio de 2015, Guzmán demostró que a sus 61 años mantiene frescos los reflejos y su capacidad de persuasión con los carceleros, virtudes que ya le granjearon su primera espantada en el año 2001. Pero también era consciente de que su escape era una ruina política para el presidente Enrique Peña Nieto. El Chapo sabía que ya no tenía comodines, que esta vez las fuerzas de seguridad serían insobornables porque el Gobierno necesitaba cazarlo para recuperar algo de crédito frente la sociedad y ante la Casa Blanca. Y aún así, accedió a la visita.

Lo que vino después ya es sabido: las pistas hacia su escondite, la recaptura, un trato inusualmente cruel en la cárcel y finalmente su proceso de extradición a Estados Unidos, extremo sin embargo que sus abogados están sabiendo capear hasta el punto de que el Chapo podría finalmente ser transferido de vuelta al penal de El Altiplano, el lugar del que se fugó hace un año, y evitar así la extradición o, lo que es lo mismo, la muerte en vida.

Caído el padre, el peso de la dinastía recayó en los dos únicos hijos (Guzmán cuenta con ocho vástagos legítimos) con dotes de mando en la estructura. Y estos, en un margen de apenas seis meses, la han pifiado de nuevo por un pecado de vanidad. Es increíble que José Alfredo, y, si se confirma, Iván Archivaldo, acudieran a Puerto Vallarta, territorio dominado por el CJNG, a cenar por todo lo alto en un restaurante sin apenas escolta. Cierto que Sinaloa y Jalisco Nueva Generación mantenían un pacto de no agresión en esa plaza y eso podría haberles hecho confiar, pero aún así su ingenuidad resulta asombrosa. Nadie les supone a los hijos del Chapo, dos narcopríncipes criados entre algodones, la brillantez del padre, pero sí algo más de perspicacia. Uno pensaría que treinta años mamando las claves del narcotráfico en el corazón de la estructura más exitosa del planeta tendrían que dar para mucho más. Ya tuvo que sacarlos la familia, es decir el cártel, de la vorágine de excesos alcohólicos y sexuales en la que vivían los muchachos para proteger tanto su integridad como la de la propia corporación.

El panorama es, en cualquier caso, negrísimo para la dinastía Guzmán. Por mucho que los dos hijos salven el pescuezo y el Chapo consiga cumplir su condena en México, difícilmente el todavía sobre el papel 'rey del narco' volverá a disponer de plena libertad para gestionar las operaciones desde su celda. Y aunque lo consiga a base de sobornos, es improbable que los Zambada, la otra familia que lleva las riendas del clan criminal junto a los Guzmán, permita semejante descontrol en un momento tan crucial, justo cuando el Cártel Jalisco Nueva Generación y el presidente Enrique Peña Nieto, quien necesita añadir triunfos a su deteriorada imagen pública, desafían como nunca antes la hegemonía del cártel de Sinaloa.

FUENTE: David Brunat - http://blogs.elconfidencial.com

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