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domingo, 10 de febrero de 2013

(Colombia) HACIENDA NÁPOLES: De ‘narcocasa’ a ‘Walt Disney’

Cuando la policía abatió a tiros a Pablo Escobar en 1993, nadie se planteó cuál sería el escenario resultante sin el capo más grande de la historia del narcotráfico. Qué hacer con sus bienes, sus redes, sus enemigos, su familia. . Pero el colapso llegó realmente cuando el estado colombiano se tuvo que hacer cargo de su pequeño gran tesoro: la Hacienda Nápoles.
Durante más de 15 años las 3 mil hectáreas que ocupaba su oasis quedaron abandonados a su suerte. El pasto creció, la gente saqueó la mansión en busca de dinero oculto o droga, los animales invadieron las casas, mientras otros fueron presas de zoológicos. Muchos se escaparon y comenzaron a sembrar el caos en los campos antioqueños, a 165 kms. de Medellín.

SIN RASTRO

En Colombia ya no quedan huellas del paso del narcotraficante más famoso, el "barón de la droga". Olvido voluntario o necesario, para muchos la leyenda de Pablo Escobar Gaviria se desvaneció el día en que le mataron en el tejado de su casa. Desde entonces, la mayoría de los suntuosos lugares que fueron construidos durante su imperio se cae a pedazos o es invadida por indigentes.

El gobierno colombiano no podía absorber los costos, y la gran atracción que genera la historia de este personaje carismático potenció la idea de crear un parque de atracciones en torno a su figura. Y si un día hubo procesiones a la última morada del hombre que empezó robando lápidas en un cementerio y terminó haciendo tambalear las estructuras nacionales del poder, ahora son más de 180 mil las visitas al año y sus administradores esperan lleguen al medio millón en el mediano plazo.

Tras atravesar las cabellerizas y los lagos ocultos entre los árboles, la visita invita a recorrer la vivienda del narcotraficante, testigo de numerosas fiestas a las que acudían políticos, futbolistas y mafiosos. Hoy en día todo aquel lujo del que muchos hicieron gala, ha desaparecido. En su lugar, paredes descorchadas se solapan con agujeros en el techo, el suelo o en cualquier lugar que pueda parecer susceptible de albergar un tesoro. Entre ellos, en total estado de descomposición –incendiados por sus enemigos–, se encuentran los autos que Escobar coleccionaba. Pero su afición va más allá; se trata de carros con historias de personajes por los que sentía afinidad: un Ford de la década del 30 con agujeros de bala, que según algunas leyendas habría pertenecido al mafioso Al Capone o el auto de Bonnie & Clyde.

‘Pablo Emilio Escobar Gaviria, diciembre 1° de 1949 - diciembre 2 de 1993’, dice una sencilla lápida gris sobre un montículo en el cementerio Jardines Montesacro, en Itagüí. Alguien llevó dos ramos de girasoles, y cuentan que decían: ‘En este lugar yace el hombre que prefirió una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos’.

EN EL OLVIDO

En 1989 la Revista Forbes le catalogó como el séptimo hombre más rico del mundo. Pablo Escobar Gaviria, el rey del cartel de Medellín, el criminal que llegó a ser senador, el hombre al que se le atribuyen 4 mil muertes, que sembró el terror y desestabilizó a su país, el mismo que construyó las comunas de Medellín y repartió montañas de dinero entre los pobres, guardaba ocultas en estos terrenos de Puerto Triunfo algunas de sus mayores pasiones y excentricidades que pagó con el dinero de la droga.

Veinte años después de su muerte, la finca Nápoles no es la que ha corrido peor suerte. La cárcel conocida como La Catedral, que entre 1991 y 1992 fue el lugar más custodiado del país –Escobar y doce de sus lugartenientes estuvieron detenidos allí–, es ahora una montaña de muros desvencijados y losas esparcidas sobre planchas de cemento cubiertas por las hojas, según lo describe el diario El Tiempo. ‘Cuesta trabajo creer que éste es el mismo lugar donde las autoridades encontraron alfombras persas, vasijas y una lujosa mesa de juntas -entre otros muebles-, luego de la fuga del capo, el 22 de julio de 1992’, señala el periódico.

El edificio Mónaco, en Medellín, una estructura de 8 mil metros cuadrados que fue el hogar del mafioso tras la explosión de un coche bomba en enero de 1988, pasó a ser ocupado por unos 70 empleados de la Dirección Administrativa y Financiera de la Fiscalía de Antioquia. Otros, como el edificio Dallas, donde funcionaban las oficinas de Escobar, fue saqueado al límite –intentaron llevarse hasta el ascensor–, y después abandonado.

A pocos kilómetros, otro habitante de la calle oficia como el único huésped de una casa en el barrio Los Olivos sin prestarle mayor importancia al hecho de que el jefe del Cartel de Medellín fue abatido sobre el techo de esta vivienda ahora sucia y abandonada.

FUENTE: IRENE LARRAZ - http://www.laestrella.com.pa

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