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martes, 26 de septiembre de 2017

(EE.UU.) Crónica de una venezolana que se convirtió en la reina del fetiche en Nueva York

“Probablemente nunca lo hubiese imaginado. Sólo sabía de Nueva York por las películas hollywoodenses que, por lo general, tienen un final feliz, lo cual no fue mi caso. Cuando estaba en Guarenas pensé que huir del caos creado por la crisis económica y política era una opción que me daría satisfacciones. ‘Al menos podré comer y satisfacer mis necesidades’, me dije, no obstante, la realidad supera la ficción que pareciera vivimos los venezolanos”. Estas, fueron las confesiones que me hizo Mari Luz, una joven de 24 años que decidió mudarse a Nueva York en 2016 y que, desde la fecha, ha pagado sus facturas y las de sus padres quienes viven en Venezuela a merced de su generosidad.

Mari Luz es morena, su padre es de ciudad Bolívar y su madre caraqueña.

“Cuando bajé del avión en el Aeropuerto Internacional ‘John F. Kennedy’, pensé que había logrado mi sueño. ‘¡Ahh estoy en Nueva York! ’, me repetía en mi mente, no se si por felicidad o para darme ánimo de seguir adelante. Una amiga de mi tía me esperaba en su casa, porque estaba trabajando y no le daba tiempo de irme a buscar, aparte de que no tenía carro y el transporte público es un maratón”, me comentó, de acuerdo con un reportaje de la periodista Maibort Petit.

“Recuerdo que como no hablaba inglés tuve muchas dificultades en entender cómo tomar el tren para ir a Queens, donde me quedaría los primeros días de mi aventura que ya tiene más de un año. En mi confusión, un hombre gringo de unos 50 años se me acercó y me dijo con un acento que imposibilitaba la compresión: ‘¿Tú Necesitar ayuda?’ me preguntó. Temerosa le dije: ‘Necesito ir a Queens y no hablo inglés, no sé cómo irme a la casa de una amiga’. El caballero me respondió: ‘¿Qué lugar en Queens?’, y le mostré el papel que traía con la dirección. Entonces me aseguró: ‘Yo puedo llevarte si lo deseas’. Respiré profundamente y le dije que sí, que me llevara y agradecí su gesto”.

— Caminamos por pasillos interminables donde había gente de todos los lugares del mundo. Escaleras mecánicas, y luego salimos a un estacionamiento ubicado en las afueras del terminal. John me contaba en su limitado español las maravillas de la ciudad que nunca duerme. En unos 30 minutos me dejó en la dirección que le había indicado, me dio su número de teléfono y se despidió tomándome la mano y diciendo, "Llámame cuando necesites un conductor o cualquier otra cosa", me comentó Mari Luz. Cuando me contaba su historia, lágrimas inesperadas salían de sus ojos color chocolate.

La chica me dice que su llegada a la casa de su amiga fue un momento extraño... un desaguisado. Llegué y de inmediato, José, el esposo de la amiga de mi tía me dijo que me apurara, que estaba tarde para su trabajo, que había pasado mucho tiempo esperándome y que no tenía tiempo. Me invitó a buscar trabajo y habitación de inmediato "Aquí no se puede estar parado, el tiempo vale, los billes* no paran y hay que trabajar en lo que salga".

Estaba cansada, confiesa, pero ante tal recibimiento no le quedaba otra. Preguntó a dónde podía ir a buscar empleo y el hombre le dijo que a unas cuadras de allí él tenía un contacto que le podía enganchar en una chamba. Tomó un vaso de agua y salió junto a José, de quien cuenta, se veía nervioso y apesadumbrado por su visita.

Mari Luz me confesó que estuvo conversando con una señora colombiana que le ofreció limpiar dos casas por día, que le pagaría 12 dólares la hora y que "la agencia" se quedaría con 2 dólares de "fees". Aceptó. “Le pregunté si podía empezar ese mismo día y me respondió”, continuó narrando y refiere la respuesta de aquella mujer: “No, vente mañana a esta dirección”. Salió de allí sin saber a dónde ir. Alguien le dijo que en el periódico “El Especialito” podía conseguir trabajos y otros datos, agarró uno de una caja repartidora que estaba en la calle y se sentó a leer y ver qué conseguía. Entre clasificados y avisos de todo tipo recortó varios números de teléfono para llamar luego.

“Una mujer dominicana a quien le pregunté cómo regresar a la dirección de mi amiga, me dijo que quitara la cara de funeral que tenía, le comenté que estaba llegando de Venezuela y me dijo que veía en las noticias lo mal que iban las cosas por allá. ‘Búscate trabajo muchacha, como usted es bonita te puede ir bien por aquí’, me dijo. Debo confesar que sentía una extraña sensación. Mi primer mes en Nueva York fueron días de desazón. Entre desprecios, malos ratos y promesas incumplidas, empecé a sentir que había cometido un error al venirme a la gran ciudad llena de basura y ratas. Empezaba a cansarme de trabajar en la limpieza de casas cuyos dueños pagaban 22 dólares la hora y yo cobrara apenas 10 dólares.

— El día en que tenía que mudarme llamé a John, sí, aquel hombre que me había ofrecido llevarme del aeropuerto a la "casa". Marqué su número de un celular prestado y le pedí que me auxiliara si le era posible. Me dijo que me recogería en una hora y que hablaríamos. Así fue. Al verlo le conté mis desgracias y él me dijo que si quería probar trabajando en un local de unos amigos, donde se ofrecían servicios a caballeros y damas de gustos profundos. No entendí pero le dije que podía probar.

“Me llevó a un lugar ubicado en la famosa 5ª avenida de Nueva York, a escasos metros de la catedral de San Patricio, centro de devoción y de turismo de altura. Fui con ‘mi amigo’, quien a su vez me presentó a otro hombre que no hablaba español, solo me dijo ‘bonita, bonita’. Luego llegó otro llamado Juan que con acento dominicano me informó que me iba a llevar a un lugar para que observara, y si me animaba, aprendiera un nuevo oficio que me pagaría bien”. (PULSE AQUÍ PARA VER MÁS)

FUENTE: Con información de Maibort Petit - http://maibortpetit.blogspot.com

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