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lunes, 10 de diciembre de 2018

(España) Qué es y qué significa la vía eslovena hacia la independencia: Eslovenia no es Cataluña

Ni Escocia ni Quebec. Ni siquiera las repúblicas bálticas. Una parte del independentismo —la más 'pactista'— mira con atención la vía eslovena para desconectar de España. Es, de hecho, la solución que más les gusta a Artur Mas y al propio Jordi Pujol, que ya en diciembre de 1990, durante una visita a Cataluña, animó a Milan Kucan, entonces presidente de Eslovenia, a configurar un nuevo mapa en la antigua Yugoslavia.

¿Es eso posible? Lo primero que hay que decir es que las circunstancias históricas, políticas y hasta geográficas son completamente diferentes.

Cuando Eslovenia —poco más de dos millones de habitantes y una superficie que representa dos tercios de la de Cataluña— accedió a la independencia, Yugoslavia (tras la caída del muro de Berlín) era un Estado en descomposición. Y lo era porque Serbia, violando la Constitución del mariscal Tito, quiso imponer su ley en territorios que esperaban ansiosos lograr su independencia, y que continuaban dentro de Yugoslavia por dos razones: la autoridad de Tito y la vigilancia estrecha de la Unión Soviética, que, tras la firma de los Acuerdos de Helsinki, se había asegurado la integridad territorial de su área de influencia nacida tras 1945. Eslovenia, hay que decirlo, era la región más rica del país y la más abierta y liberal, y miraba más al norte que al sur.

Muerto Tito (1980) y con la Unión Soviética en plena descomposición, solo era cuestión de tiempo esperar la desintegración del país. Y eso es exactamente lo que pasó el 23 de diciembre de 1990, cuando los eslovenos celebraron un referéndum que contaba con la oposición de la comunidad internacional y no era reconocido por Belgrado, pero que contó, al contrario que en Cataluña, con suficientes garantías democráticas. Se decidió que el plebiscito sería válido siempre que al menos un 50% de los votantes —no el conjunto de los electores- votara afirmativamente la independencia, como así sucedió.

El resultado fue que el 90,3% de los 1,5 millones de votantes depositaron su voto y poco más del 88,2% de los eslovenos marcaron la casilla del sí. Con el referéndum, el Gobierno pretendía lograr legitimidad para poner en marcha su hoja de ruta y crear su propia estructura de Estado. En su 'ley de transitoriedad', Liubliana se encargaría de las propiedades federales y las leyes yugoslavas dejaban de estar vigentes. Eslovenia retiró a sus diputados del Parlamento federal y dejó tan solo a un grupo de 12 negociadores con Belgrado.

La independencia, sin embargo, no llegaría hasta el 25 de junio de 1991. Es decir, seis meses después, y se hizo coincidir en el tiempo, precisamente, con la declaración unilateral de Croacia. Sin duda, porque la mayor preocupación de Belgrado en aquel momento —que actuaba como garante de la unidad del país— era Zagreb, con importante población de origen serbio.

Sin problemas fronterizos
Eslovenia, por el contrario, era, y sigue siendo, étnicamente homogénea y carecía de problemas fronterizos. Y lo cierto es que en el Parlamento de Eslovenia, 187 diputados votaron a favor de la independencia, uno en contra y 12 se abstuvieron. Desde luego, muy lejos de la mayoría exigua con que cuentan las fuerzas independentistas en el Parlament.

La independencia se articuló en torno a la coalición DEMOS (acrónimo de Oposición Democrática Eslovena), que agrupaba a seis partidos (la mayoría de centro derecha), unidos temporalmente para copar el Parlamento y enfrentarse a las candidaturas oficiales. De hecho, la coalición se fracturó nada más alcanzar la independencia, lo que da a entender que fue un pacto ideológicamente contra natura, pero útil para lograr la independencia.

Algo parecido a Junts pel Sí, que es la suma de Convèrgencia y ERC, pero con mayor éxito electoral. En las elecciones de 1990, DEMOS lograría el 55% de los votos y, lo que es más importante, contaba con un líder carismático, el intelectual Joze Pucnik, crítico con la dictadura y de conducta intachable durante sus años de cárcel y exilio en Alemania.

Como se ha dicho, el contexto político en la Yugoslavia post Tito era explosivo. La constitución establecía que la presidencia de Yugoslavia era rotatoria entre sus miembros, pero Serbia no admitió que la asumieran Eslovenia y Croacia cuando les correspondía, excusándose en el perfil ideológico de sus respectivos presidentes y violando, por tanto, el espíritu y la letra de la constitución de 1974. Como un recado a los insurgentes, Belgrado anuló la autonomía de las regiones de Kosovë y Vojvodina. Su propio artículo 155, pero en ese caso, quien violaba la ley era el propio Estado.

El resultado fue que el 25 de junio de 1991, Croacia y Eslovenia proclamaron una independencia que, en el caso esloveno, fue seguida de 10 días de combates contra el ejército yugoslavo. Murieron un centenar de personas.

Un alto el fuego negociado por la Comunidad Europea obligó a los eslovenos a suspender tres meses la declaración de independencia. Y lo que es más relevante, fue el argumento —hay quien habla de exclusas— para que algunas potencias, en particular EEUU y Alemania (que veía un nuevo mercado muy cerca de sus fronteras), reconocieran a Eslovenia, justificándolo por la dureza de la intervención militar serbia. Es decir, la violencia espoleó el reconocimiento internacional de la nueva nación.

FUENTE: Con información de CARLOS SÁNCHEZ - https://www.elconfidencial.com

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