Frenéticos, agentes de policía de uniforme y de paisano trataban de empujar fuera del perímetro de operaciones a los miles de personas que se congregaban a las dos orillas del río Sena para seguir el dantesco incendio. Ni las cenizas y brasas que caían sobre la gente, incluso a centenares de metros del desastre, hacían desistir a quienes no lograban apartar la mirada de la catástrofe. Cuando se derrumbó su emblemática aguja, una nueva oleada de consternación recorrió a la multitud, que guardaba un inusual silencio cargado de angustia sobre el que resonaban con más fuerza aún las sirenas de los cientos de bomberos movilizados.
Marthe apenas osaba mirar. Pero tampoco lograba marcharse. Las lágrimas le nublaban la vista mientras seguía horrorizada el ascenso de las llamas que se alzaban entre las dos torres principales y que ya habían devorado toda la cubierta. Cantante en el coro de Notre Dame, lo que veía desaparecer era más que un monumento o un pedazo de historia. Era su vida. “He venido a decirle adiós”, alcanzó a decir antes de volver a estallar en sollozos. “Se está quemando un símbolo de la fe católica”, lamentaba también el portavoz de la Conferencia Episcopal de Francia, Vincent Neymon. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de SILVIA AYUSO - El País