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jueves, 6 de octubre de 2022

(Colombia) La vuelta al mundo (+Opinión)

Por: Daniel Samper Pizano -
Hoy se cumplen exactamente 150 años de aquella tarde de 1872 en que Fogg, caballero británico imperturbable, elegante y archimillonario, apostó una fortuna con cinco camaradas de su club en Londres. Su altanero desafío afirmaba que él era capaz de dar la vuelta al mundo en menos de once semanas y media. El flemático lord fue más preciso: “80 días, 1920 horas, o sea 115.200 minutos”. Los amigos estaban convencidos de que era una meta imposible y aposaron en contra.

“Nos vemos dentro de 80 días, el sábado 21 de diciembre a las 8:45 minutos de la tarde. ¡Hasta luego, señores!”, dijo Phileas Fogg

Esa misma noche emprendió el periplo, acolchado de billetes y avales bancarios, ligero de equipaje y acompañado por su fiel escudero, a quien apodaban Passepartout o Picaporte. Era el 2 de octubre de 1872.

La escena, los personajes y la apuesta son novelescos, producto neto de la imaginación del escritor francés Julio Verne, nacido en 1828, dos años antes de la muerte de Bolívar, y fallecido en 1905, dos años después de la pérdida de Panamá. La ficticia historia reventó una vena de nuevas novelas, piezas de teatro, operetas, películas, récords de viajes, cálculos, debates académicos y noticias de prensa. En 1956, Hollywood realizó la más premiada versión cinematográfica, donde David Niven fue el gentleman y Cantinflas se robó los aplausos como Picaporte.

Verne escribió cerca de 130 obras, algunas de ellas de talla mamotreto. Pero La vuelta al mundo en 80 días (LVM) abarca solo 300 páginas, pergeñadas en un austero cuarto con cama y mesa en su mansión de Amiens, hoy interesante museo a hora y pico de París.

La apuesta de Phileas Fogg revolucionó la literatura y multiplicó la riqueza del autor, abogado y agente bursátil frustrado, hombre simpático y levemente misógino. No bien se despidió Fogg del Reform Club, empezó a circular en la vida real su aventura como folletín semanal. Al morir, a los 77 años, Verne era orgullo de Francia y personaje planetario. Con Agatha Christie, es el narrador más traducido del mundo. Sus novelas han apasionado a millones de lectores y despertado la devoción de intelectuales como Julio Cortázar, que le rindió homenaje en su libro La vuelta al día en 80 mundos (1967). 

Algunos críticos le confieren la paternidad de la ciencia ficción por textos como Cinco semanas en globo (1863), Viaje al centro de la Tierra (1864), la De la Tierra a la Luna (1865), 20.000 leguas de viaje submarino (1870), El rayo verde (1882) y Dueño del mundo (1904). Es verdad que el francés planteó en su colección Viajes extraordinarios algunos avances de la humanidad, entre ellos el submarino, el avión y las naves espaciales. Sin embargo, un gran vernólogo internacional, el cartagenero Guillermo Gómez Paz, afirma que no fue propiamente un adivino, sino un profundo estudioso de la ciencia y sus progresos. La condición de pionero de la ciencia ficción encaja mejor a Edgar Allan Poe por el cuento de un globo aerostático publicado en 1844. 

Lo que consiguió Verne fue experimentar formas novedosas en los relatos, extrapolar lo investigado y proyectarlo en términos verosímiles hacia el porvenir. Fue, pues, más un novelista futurólogo que un misterioso augur de las letras. Por lo demás, la urdimbre de datos de apoyo era apenas la pepa de la fruta, pues se destacó como narrador recursivo, mago del suspenso, fascinante tejedor de tramas. 

El colosal éxito de LVM no solo se explica, empero, por las peripecias que viven Fogg y su astuto sanchopanza, a quienes, para potenciar el argumento, Verne inventa un perseguidor policial dispuesto a arruinar el viaje. Lo que hace de esta su más popular novela es que sintoniza la gran angustia del siglo XX y el XXI: la lucha contra el tiempo. 

Hasta fines del siglo XVIII la humanidad avanzaba por tierra a la velocidad del caballo y por mar, a la del viento. Durante miles de años los terrícolas habían cubierto buena parte del mundo a un ritmo apenas alterado por los obstáculos, no por el poder del movimiento. Solo se ganaba tiempo recortando espacios con canales, caminos, puentes... Los caballos de Atila, de Alejandro Magno y de Bolívar simplemente no podían ir más rápido. El perfeccionamiento de la máquina industrial de vapor, hacia 1780, rompió el esquema y disparó una nueva era en la industria y el transporte. Se pobló entonces el siglo XIX de barcos con chimenea, trenes que resoplaban y protoautomóviles impulsados por turbinas y pilas eléctricas. 

De allí que Phileas Fogg propusiera a sus colegas hace 150 años lo que era en realidad un reto al reloj. Palpitaba la obsesión de hurgar la ruptura entre el metro y el minuto. Los existencialistas la reflejaron en ensayos filosóficos, poemas y obras de ficción sobre el ser y el tiempo. Verne la anticipó en la febricitante carrera de los héroes de su novela. ->>Vea más...
 
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles

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