En el panorama local, la tragedia invisible pero omnipresente del COVID-19 también les pasa factura a los soberbios. El presidente de la República, primero que por su cargo debía enfrentar al monstruo, dio palos de ciego al inicio y todavía, después de días de perplejidad, no luce como jefe en sus alocuciones por televisión. Al contrario, se le siente vacío, inseguro y arrasado por las circunstancias y por los alcaldes y gobernadores, de quienes reclamó acatamiento y subordinación cuando estos optaron por tomar el toro por los cuernos y por empezar a hacer aquello para lo que fueron elegidos: gobernar. Hace apenas una semana, la ministra Alicia Arango, quien da la impresión de mandar más que Duque, incluso, de mandar a Duque como parecía hacerlo con el propio Uribe cuando era su secretaria, citó a los medios para reclamarles, en público, a los gobernantes regionales sus órdenes de cuarentena en Bogotá y toques de queda en otras capitales sin pedirle, antes, permiso al presidente. Según declaró Arango en ese momento, “no se pueden cerrar las ciudades... donde ni siquiera ha llegado el virus... (porque) afectan la economía”. Horas más tarde, el propio Duque retrocedería ante el rechazo general y se pegaría a los planes organizados por los mandatarios locales para imitarlos: enlazó su orden de cuarentena nacional con la de Bogotá. Por su parte, los suprajefes políticos del Olimpo, Álvaro Uribe y Gustavo Petro, tampoco han sacado casta. En lugar de indicar rutas y salidas viables o de aliviar el temor generalizado, botan lluvias de ideas al desgaire, en lugar de remangarse y ponerse a disposición de quienes los necesitan en la emergencia.
Por la mitad de todos ellos y, probablemente, sin proponérselo, ha pasado a la primera línea de la opinión la intrusa Claudia López, una mujer clase media, casada con otra mujer, “hecha a pulso en la vida”, como le gusta describirse a sí misma, y, ante todo, extraña a la política tradicional. Con su menuda figura y la experiencia de apenas dos meses y medio en las labores del gobierno de la capital, López ha logrado ponerse en los zapatos de los bogotanos y transmitirles la seguridad de que, en esta catástrofe, alguien —ella— se ocupa de ordenar la casa sea lo que sea que ocurra en esta. Las charlas sin protocolo que la alcaldesa está enviando, dos y tres veces al día en las redes, la conectan con la gente por la claridad de sus mensajes, porque va directo al grano y porque no adorna las dificultades aunque se cuida de prometer lo que no puede cumplir.
En una semana, la primera semana de confinamiento obligatorio, los habitantes de Bogotá hemos entendido la gravedad del contagio y la velocidad que este pude adquirir si no nos aislamos; hemos avanzado en sentimientos de solidaridad y en el acatamiento de las órdenes por voluntad propia y no porque nos descubra la policía. En estos siete días, Claudia ha mostrado que, aun con su fogosidad verbal, es capaz de entenderse con respeto con el Gobierno central, lo que le ha generado nuevos seguidores, pero, también, que no tiene problema en expresar sus desacuerdos con la Presidencia, por ejemplo, con el Decreto 444 de hace dos días en que el voraz ministro Carrasquilla da la impresión de querer apropiarse de los recursos de las regiones para la salud, para manejarlos a su antojo y requerimientos de “mermelada”. López dio en el clavo popular más sencillo: generar confianza antes que miedo u odio y dar ejemplo real, no ficticio, de vida. Literalmente, a los aspirantes presentes o futuros a la Presidencia de la República, se les creció la chica. Tal vez por esto, la empezaron a atacar sus enconados enemigos porque sí o porque no.
FUENTE: Artículo de Opinión - Cecilia Orozco Tascón - El Espectador