Me parece que el movimiento en curso, sin abandonar sus reclamos y propuestas variopintas, debe concentrarse en detener esta barbarie maquillada de progreso, crecimiento, civilización y democracia. En este país reina la violencia y la guerra con sus saldos elocuentes.
Desde 2016 al 2019, se han asesinado alrededor de 980 líderes sociales, indígenas y exguerrilleros, sin contar los feminicidios en pleno desarrollo y los no reportados. Una carnicería que nos permite reiterar que la civilización está ausente, y que la crisis humanitaria no se superó con los acuerdos del gobierno Santos y las Farc. Lo que hubo fue una pausa para recomenzar al ritmo que el baile macabro lo requiera. Como corolario, la paz fue convertida en pacificación.
DESDE 2016 AL 2019, SE HAN ASESINADO ALREDEDOR DE 980 LÍDERES SOCIALES, INDÍGENAS Y EXGUERRILLEROS, SIN CONTAR LOS FEMINICIDIOS EN PLENO DESARROLLO Y LOS NO REPORTADOS.
Mientras tanto continúan las expropiaciones, los despojos, los marginamientos, el desempleo, el no futuro para las mayorías nacionales, con sus caravanas de desplazados internos. Los muertos en Colombia son como los de la tragedia Macbeth, de Shakespeare, en tanto las noticias sobre los muertos de hoy son los de ayer, porque se anuncian los nuevos de mañana.
El 2 de enero del 2020 inauguró su onda de muertos con los 2 líderes afros de Guapi, y ya van treinta y cinco… En esta barbarie de la muerte también son víctimas los migrantes venezolanos, hermanos buscando nueva vida, que el gobierno ofrece al menudeo y como arma política para entrometerse en los asuntos de Venezuela. En su columna Génesis (El Espectador, 29 diciembre de 2019), Tatiana Acevedo cuenta con nombres propios 44 mujeres asesinadas en el 2019. Está muy bien que dimensione el feminicidio en curso contra las venezolanas, cuyas causas están articuladas con la xenofobia, comenta la autora. Sobre todo, las asesinan por ser venezolanas vulnerables. Según Beverly Goldberg (El Espectador, 29 de enero de 2020), la cifra asciende a 83 mujeres venezolanas muertas, ya sea por casos de homicidio, accidentes o enfermedades.
Para desenredar la madeja de la violencia, requerimos volver al cumplimiento del Tratado de la Habana y reanudar el diálogo hacia la negociación con el ELN, combinando esto con una verificable política de terminación radical del paramilitarismo con su terrorismo de Estado.
Hay que construir los puentes por el logro de estos objetivos. Este gobierno está lejos de tomar decisiones de fondo sobre las causas de la guerra y la violencia, porque él mismo es responsable. Los asesinatos de niños por bombardeos y el espionaje a contradictores y magistrados por la fuerza pública han creado un estado de alarma en la opinión nacional.
Debería considerarse la exigencia: que la pareja Duque/Marta Lucía renuncie a sus cargos y se convoquen elecciones para presidente y vicepresidente, en aras de conformar un gobierno de transición hacia la paz. Desde la resistencia ciudadana se puede construir este puente. Existen los antecedentes de los presidentes Marco Fidel Suárez, quien renunció en un escándalo de corrupción, y López Pumarejo, cercado por la oposición.
Este 21 de enero la protesta se reanudó con movilizaciones, concentraciones y bloqueos de rutas. Algunos sectores de la protesta acuden a la violencia ante la represión de la fuerza pública, como ocurrió en la Plaza de Bolívar con el concierto. La mala hora es la ruidosa división del Comando Nacional del Paro, donde los sindicalistas cerraron la participación de los otros protagonistas del común. Lo imperativo es construir los espacios de la unidad.
*Profesor emérito, Universidad Nacional. Profesor titular, Universidad Libre
FUENTE: Artículo de Opinión - Ricardo Sánchez Ángel - unpasquin.com