En diciembre de 1933 una nueva reforma puso fin a la Ley Seca y sus calamitosos efectos.
Son claras ciertas diferencias entre el caso actual de la cocaína y el del licor hace un siglo. Veamos algunas. 1) El de la coca es un cultivo rural que solo se da en ciertas geografías. 2) Medio siglo de lucha contra la marihuana y la coca ha fortalecido y endurecido a las mafias y extendido la corrupción. 3) Estados Unidos albergaba por igual a productores y consumidores y, por ende, sufría las principales consecuencias de su política: ponía los muertos y los presos. 4) Churchill dijo en Inglaterra (país que sojuzgó a los chinos con el opio) que la Ley Seca era “una afrenta a la historia de la humanidad”; pero ahí acabó todo: Estados Unidos no tuvo encima un gobierno imperial que manipulara políticamente los asuntos de la droga.
Colombia y América Latina, sí. Tanto que, además de mover los hilos desde lejos, Washington nos respira “presencialmente” en la nuca. Merced a la vulgar gambeta que hicieron a la Constitución unos congresistas calzonazos, duermen US soldiers en nuestro patio “soberano”. Salvo las diferencias anotadas y algunas otras, la Ley Seca y la lucha andina contra la droga tienen historias paralelas. Ninguna funcionó. Desde muy pronto la corrupción y el irrespeto por la ley echaron a galopar allá y aquí. En 1920 hubo 29.114 violaciones de la prohibición en USA y cayeron mil especialistas conectados con la producción ilegal de revueltos seudoterapéuticos de licor; en la primera década los médicos venales firmaron 11 millones de recetas. La primitiva DEA estaba desbordada por falta de recursos y porque algunos de sus miembros se vendieron a la mafia. Surgieron grupos paramilitares que apaleaban a los bebedores: un cura encabezaba uno y un racista Ku Klux Klan, otro. La Ley Seca también tuvo su glifosato: era una pócima de alcohol industrial que los químicos de la mafia reconvertían y usaban en destilerías clandestinas. Cerca de 10.000 personas murieron envenenadas. Arnold Rothstein y Al Capone, con sus masacres, prefiguraron a Pablo Escobar y Rodríguez Gacha. Los traficantes diseñaron ingeniosos recursos para ocultar en buques, carros y avionetas el producto vedado, pero no alcanzaron a inventar semisumergibles como los 27 que han caído este año con 31 toneladas de cocaína en nuestra costa pacífica (Otra triste hazaña nacional). Desde entonces los consumidores gringos aprendieron a pasarse las leyes antidroga by the faja, y lo siguen haciendo: en 1925 funcionaban 100.000 bares ilegales en Nueva York y en los años 1920 y 1921 aumentaron un 27 por ciento los crímenes en las principales 30 ciudades. ¿Y se acabó la adicción al licor? No. Subió un 44.6 por ciento, pese a que el precio del trago pasó de 17 dólares per cápita en 1919 a 35 en 1932, en una década sin inflación. Por todo lo anterior, el filántropo John D Rockefeller Jr. escribió en 1932: “el consumo de alcohol ha aumentado, las cantinas clandestinas reemplazan a los bares, un vasto ejército de personas viola la ley y el crimen llega a niveles nunca vistos”. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión - Los Danieles